Fernando Carro, de San Blas-Canillejas al olimpo de Nike

El atleta reivindica sus raíces en el barrio tras lograr la plata europea este verano

Fernando Carro, en el club de atletismo Suanzes de San Blas. KIKE PARA

La medalla de plata de los Europeos de Berlín empieza a ganarse con un niño encerrado en una jaula. Se llama Fernando Carro. Ha llegado a la pista de atletismo de San Blas siguiendo a su hermano. Es tan chiquitín que no pueden dejarle suelto. Y acaban metiéndolo en una cancha de baloncesto rodeada de barrotes, donde juega con otros niños mientras le pica el virus del atletismo. Hoy las canastas ya no están, porque las han robado. De la gran pintada que él mismo hizo hace años apenas queda un recuerdo borroso...

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La medalla de plata de los Europeos de Berlín empieza a ganarse con un niño encerrado en una jaula. Se llama Fernando Carro. Ha llegado a la pista de atletismo de San Blas siguiendo a su hermano. Es tan chiquitín que no pueden dejarle suelto. Y acaban metiéndolo en una cancha de baloncesto rodeada de barrotes, donde juega con otros niños mientras le pica el virus del atletismo. Hoy las canastas ya no están, porque las han robado. De la gran pintada que él mismo hizo hace años apenas queda un recuerdo borroso. Y en el gimnasio permanecen las mismas máquinas polvorientas que arrastró junto con sus colegas de la generación del 92, aprovechando las que querían tirar los vecinos y comprando las nuevas con colectas. Así llega un chaval del club Suanzes de San Blas a firmar por Nike. Así se construye a un atleta de élite en el barrio. Y así se mantienen los pies en el suelo cuando se vuela a lo más alto: sin olvidar las raíces.

“La vida en San Blas en otra época tuvo que ser muy dura. Yo viví algún bofetón por la exclusión social de algunos grupos que siguen existiendo en estos barrios más humildes. Se podría llegar a considerar que he sufrido un cierto caso de bullying”, cuenta el atleta, que dejó la escuela con 16 años y logró entrar a la universidad pasados los 25. “Al colegio me costaba ir en ocasiones, porque sabía que podía tener algún problema en clase. Me sentía un poco cohibido. Te asustas. Y te deja de gustar ir”.

Fernando Carro, en el gimnasio de su antiguo club.K. P.

Distrito de San Blas-Canillejas en los años 90. Hay auténticos guetos dedicados a la venta de drogas, como el de Los Módulos de la avenida de Guadalajara, con 77 casas prefabricadas y 100 chamizos. Aquí está el parque de los remangados, tantos heroinómanos hay buscándose las venas para pincharse la dosis en el parque del Paraíso. Y son frecuentes las reyertas y los atracos en el lugar de España con más delincuencia juvenil. Carro es entonces solo un niño. El barrio es otro cuando empieza a pisar sus calles como adolescente. Su memoria de San Blas y Canillejas se pasea por los colegios del Santo Ángel y de Nuestra Señora de las Nieves; acelera hacia el estadio de La Peineta; esprinta por las tripas de lo que iban a ser las piscinas del proyecto olímpico de Madrid; y frena en las primeras cervezas en los botellones del parque Quinta de Los Molinos. Su barrio, el barrio de Carro, ya es, en todo caso, un crisol de culturas, etnias y procedencias distintas que pone a prueba su dureza y su carácter. Un distrito obrero golpeado por el paro y los deshaucios en el que reparte el tiempo entre las carreras, los talleres, las soldaduras, las pérgolas, las fiestas o las motos. Un lugar para fuertes.

“Aquí te evadías de todo”, cuenta sobre la instalación deportiva Daniel Guzmán Álvarez Pegasito, situada en el corazón de San Blas, a la que llegaba andando junto a su madre y su perro Rocky. “Llegabas aquí a Suanzes y era un momento en el que podías ser una persona que realmente no eras: ya de repente quieres ser el más guay, el que destaca, el más malotillo. Luego llegabas al barrio y te llevabas las collejas de todos, incluso de personas que querías, de las que querías ser amigo”, sigue Carro, que corría por las calles del barrio tanto como por la pista, invadiendo hasta las alcantarillas y una vieja estación de tren junto a sus amigos. “¿Por qué me trata mal, si yo quiero ser su amigo?, me preguntaba. Es triste, pero me ha tocado pasarlo mal y llorar mucho con gente que consideraba amigos. Y lo pagaba en casa. Era un círculo vicioso y al final el atletismo consiguió encauzarlo todo”.

Fernando Carro, ante una de las pintadas que ayudó a hacer cuando era niño.K. P.
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El oasis está en la pista, donde ahora cada esquina provoca una reacción en su memoria. Las barras verticales que decoran el perímetro del tartán las coloreó con los colegas. Luis, que hoy dirige el club, es uno de aquellos chavales con los que entrenaba. En un trastero están los hierros que transformó con una mezcla de artesanía y locura en el obstáculo improvisado con el que empezó a especializarse en la categoría que le ha dado la gloria. Algunos de los recuerdos más vívidos de Carro, el atleta del barrio, hunden sus raíces en este antiguo descampado convertido en pista a fuerza de que lo aplanaran las pisadas de decenas de niños correteando: las colectas para comprar material, la venta de calendarios, los viajes en autobús, las carreras con resaca.

“Para mí esto lo es todo”, cuenta mientras repasa las modestas instalaciones del club, que luce un fiero grafiti en su honor en una de las paredes (“Súbete al carro”) y que ha multiplicado sus fichas infantiles desde que ganó la plata europea. “La primera Eurocopa que ganó España la vi en el cuartillo, nos trajimos la tele de mi casa, con una antena y ahí estábamos mi exnovia, uno de mis amigos y un compañero marroquí que estaba de acogida en la zona y se había integrado muy bien con nosotros gracias al atletismo”, rememora. “Mourad Haima se llama”, sonríe. “Él corría un montón, lo que pasa es que al final se dio cuenta de que en esto no iba a destacar para vivir de ello, hizo un curso, un modelo superior de electricidad y ahora es electricista aquí, se ha casado y tiene hijo. Ha tirado para adelante”.

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Tirar para adelante. No mirar para atrás. Eso es lo que hace Carro una tarde del pasado verano, cuando Mahiedine Mekhissi-Benabbad amplía la zancada y empieza a devorar metros camino de la meta. Es la final de los 3.000 metros obstáculos de los Europeos. Carro se lanza en persecución. Nadie consigue seguirle. Es plata.

“Ahora voy a ir a dar una charla a un colegio”, celebra el atleta, que ha trasladado sus entrenamientos a la residencia Blume. “Cuando consigues un resultado llegan muchos amigos que antes no tenías, tienes contacto con medios que antes no te conocían. Es un poco triste, pero es una realidad”, admite. “En mi cabeza está el cargar con la responsabilidad de tirar con esto para adelante, de traer más niños a las escuelas, y de enseñar qué se debe y qué no se debe hacer”, añade. “Ese es la finalidad de lo que hago a día de hoy. Quiero acercar a la gente a mi deporte y enseñar lo que yo he vivido y está mal, como el dejar la escuela muy pronto, o el tener amigos que no eran tan amigos, un montón de cosas que me acercaron al deporte como vía de salida y que se pueden plasmar en otros aspectos de la vida”, prosigue el corredor. Y subraya: “Aquí, en el atletismo, todo el mundo tiene cabida, seas como seas”.

Fernando Carro, en la pista de atletismo del club Suanzes de San Blas.K. P.

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