MADRID ME MATA

A los que estamos en constante viaje

A veces tengo la impresión de que en Madrid todo el mundo está en constante viaje

Las vueltas me producen una curiosidad terrible. Es un fenómeno extraño: a veces uno deja su casa -por diversos motivos: trabajo, vacaciones, visitas familiares en otros lugares o pura necesidad vital- y lo hace con ganas, tachando los días previos en una cuenta atrás que esconde cierta prisa por cambiar de paisaje. Otras, sin embargo, no apetece nada dejar el hogar, y el tiempo, en vez de ralentizarse, se apresura.

Sea como sea, las vueltas son similares: en ocasiones, uno regresa ansioso por dormir de nuevo en su colchón y continuar la rutina que se quedó pausada; en otras, la vuelta ...

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Las vueltas me producen una curiosidad terrible. Es un fenómeno extraño: a veces uno deja su casa -por diversos motivos: trabajo, vacaciones, visitas familiares en otros lugares o pura necesidad vital- y lo hace con ganas, tachando los días previos en una cuenta atrás que esconde cierta prisa por cambiar de paisaje. Otras, sin embargo, no apetece nada dejar el hogar, y el tiempo, en vez de ralentizarse, se apresura.

Sea como sea, las vueltas son similares: en ocasiones, uno regresa ansioso por dormir de nuevo en su colchón y continuar la rutina que se quedó pausada; en otras, la vuelta es un suplicio porque significa el abandono de un lugar nuevo y confortable, presumiblemente vacío de obligaciones y lleno de gente que uno solo ve cuando se empeña. En cualquier caso, el sentimiento aparece y no siempre hay que buscarle solución.

Por suerte, y por mi trabajo y mis circunstancias, viajo a menudo. Raro es el mes que no tengo que prepararme la maleta -aunque sigo sin saber cómo-. Soy de las que llegan a la estación de Atocha con cinco minutos de antelación y sin saber la vía.

Es probable que me encuentres corriendo por los pasillos, sorteando pasajeros con la maleta y mi perro Viento o con algún acompañante mosqueado al lado porque -otra vez- he llegado con el tiempo justo.

El caso es que no he perdido ningún tren en mi vida, apenas un par. Yo lo considero un triunfo personal; mis amigos, una flor en un sitio específico de mi cuerpo. Pero mejor no les preguntéis sobre esto porque se masca la tragedia.

En fin, como decía, sé de viajes, por lo que también sé de vueltas, igual que septiembre, el mes de los regresos. Volver a Madrid, a la capital, donde vivo, me crea mucha nostalgia. Nostalgia por lo que dejo y por una vuelta de la que nadie parece darse cuenta. Es lo que tienen las grandes ciudades: la falta, a veces, del pequeño detalle, del movimiento imperceptible.

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¿No tenéis la sensación de que la gente que te espera sigue siendo la misma que cuando te fuiste y tú, en cambio, eres alguien totalmente diferente después de tu viaje?

A mí volver siempre me provoca un cambio en el interior. Mínimo, pero sustancial. Bajo del tren con la tristeza pegada en el estómago. Me dura poco, unas horas, las suficientes como para no querer desprenderme de ella.

No es un secreto. A veces escribo un par de versos y la comprendo; otras pido un capricho para cenar y se me pasa sin darme cuenta.

Volver a Madrid. A veces tengo la impresión de que aquí todo el mundo está en constante viaje.

Madrid me mata.

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