Los champiñones psicodélicos

A la escritora le gustan los tigres extinguidos, las alpargatas, las verbenas, pero sobre todo, Madrid

La escritora Sabina Urraca frente al bar dominicano Kukaramacara.Víctor Sainz

Kukaramacara. Hago bastante vida de barrio y quedo con bastante gente en este bar dominicano. He tenido reuniones “de negocios” y a veces me pongo a trabajar, a pesar del jaleo. La especialidad es el picapollo. Además, me dejan meter a mi perra Murcia y una vez un señor me enseñó a jugar a la tragaperras (San Evaristo, 4).

Puente de Toledo. Cuando son las fiestas de La Paloma o San Isidro, voy yo sola vestida de chulapa o de chulapo, como si fuese la protagonista de una zarzuela. Me gusta mucho pasar por debajo...

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Kukaramacara. Hago bastante vida de barrio y quedo con bastante gente en este bar dominicano. He tenido reuniones “de negocios” y a veces me pongo a trabajar, a pesar del jaleo. La especialidad es el picapollo. Además, me dejan meter a mi perra Murcia y una vez un señor me enseñó a jugar a la tragaperras (San Evaristo, 4).

Hasta el fondo de las cosas

Sabina Urraca (San Sebastián, 1984) pasó su infancia en Tenerife y desde los 18 años vive en Madrid. Es escritora y periodista especializada en periodismo de inmersión. Su primera novela es Las niñas prodigio, publicada por la editorial Fulgencio Pimentel.
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Puente de Toledo. Cuando son las fiestas de La Paloma o San Isidro, voy yo sola vestida de chulapa o de chulapo, como si fuese la protagonista de una zarzuela. Me gusta mucho pasar por debajo de este puente, de los únicos con sabor castizo, antiguos, que quedan en Madrid Río y sentarme en el césped.

Café Molar. En esta cafetería librería me reuní por primera vez con César Sánchez, editor de Fulgencio Pimentel, y me propuso, sin conocerme, escribir el libro que ahora es Las niñas prodigio. Así que siempre será un lugar especial en el que cambió el rumbo de mi vida (Ruda, 19).

Alpargatería Lobo. Uno de los sitios que más me fascinó cuando llegué a Madrid, con 18 años, desde Canarias. De alguna manera eso era España para mí: esas alpargatas de todos los colores, ese rollo castizo que no había en las islas (Toledo, 30).

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Mesón del Champiñón. Es psicodelia pura, todo decorado con champiñones. Hay un pianista maravilloso que toca grandes éxitos italianos de los 70. A mí me gusta cantar en piano bares y creo que me aficioné ahí. Y eso que cada vez que te levantas viene un camarero a llamarte la atención (Cava de San Miguel, 17).

Museo Nacional de Ciencias Naturales. Ahí está uno de los pocos ejemplares de tilacino disecado. Es mi animal fetiche, el último lobo marsupial que vivía en Tasmania, hoy extinguido. De hecho, tengo un gran cuadro de un tilacino en casa y llevo uno tatuado, me resultan magnéticos (José Gutierrez Abascal, 2).

Centro Internacional de Artes Vivas. Me aficioné a ver este tipo de piezas (las llamadas artes vivas) en sitios como el Teatro Pradillo o en algún ciclo del Centro Dramático Nacional. Que haya la posibilidad que eso se concentre en Matadero me pareció muy buena noticia. Ver que una oleada de gente se oponía a eso me pareció absurdo, cuando otras ciudades europeas sí están en el circuito de estos espectáculos (Paseo de la Chopera, 14).

Cementerio británico. Era el lugar donde enterraban a los protestantes que vivían en Madrid. Me llama especialmente la atención la parte en la que están enterradas las institutrices que venían a cuidar a niños de familias británicas o españolas, como la Miss Nelly de Celia de Elena Fortún (Comandante Fontanes, 7).

Jardín del Príncipe de Anglona. Tengo cariño a este jardín, un tanto desconocido, porque cuando tenía veintipocos años fui con unos amigos a grabar una película en Super 8 para un concurso. Era como un cuento mitológico en el que yo era una señora semidesnuda con una cabeza de zorro, una especie de Jardín de las Hespérides en La Latina (Plaza de la Paja).

Puente de Arganzuela. Yo lo llamo el Puente del Futuro, imagino que va del pasado al futuro y cuando estás en el medio es el presente. Me encantan las películas en las que sale Madrid, porque amo la ciudad, y este puente salía en Diamond Flash, de Carlos Vermut. Tendría que ser una escena icónica del cine español.

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