Cataluña en ‘standby’

Los famosos 18 meses que el independentismo se va a autoimponer para hacer efectiva la desconexión pasan inexorablemente

Si una cosa se le tiene que reconocer al independentismo es la facilidad que tiene para crear marcos mentales, marcas y etiquetas de los cuales no pueden escaparse ni sus rivales más acérrimos. Primero fue el “pacto fiscal”, después el “derecho a decidir” y ahora todo parece haberse fiado a la magia de la “desconexión”. Por el camino ha habido todo tipo de incidentes, el más destacado de los cuales también fue bautizado de forma que no hiciera más daño del imprescindible al afectado. Fue el famoso “paso al lado” de Artur Mas, expresión mucho más digerible que la de “retirada” o “rendición”....

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Si una cosa se le tiene que reconocer al independentismo es la facilidad que tiene para crear marcos mentales, marcas y etiquetas de los cuales no pueden escaparse ni sus rivales más acérrimos. Primero fue el “pacto fiscal”, después el “derecho a decidir” y ahora todo parece haberse fiado a la magia de la “desconexión”. Por el camino ha habido todo tipo de incidentes, el más destacado de los cuales también fue bautizado de forma que no hiciera más daño del imprescindible al afectado. Fue el famoso “paso al lado” de Artur Mas, expresión mucho más digerible que la de “retirada” o “rendición”.

Todos estos eufemismos han servido durante años a Convergència para evitar decir las cosas por su nombre. Así se ahorra dar sustos innecesarios a sus votantes de toda la vida y disimuló el giro de 180 grados en el discurso del líder, que se convirtió al independentismo pocos años después de haber tildado este movimiento “de anticuado”.

La gran suerte de Carles Puigdemont es que ya no tiene que disimular. Siempre ha sido independentista y por más que se hurgue a la hemeroteca, no se encontrará ninguna gran conversión.

Només la última semana hemos visto Cataluña intentando hacer un frente común con otras comunidades

El problema más grave que ha tenido Carles Puigdemont en sus primeros cien días de gobierno es hacer creer a los suyos que, efectivamente, Cataluña ya ha “desconectado” del resto de España cuando cada día hay muestras de todo al contrario.

Sólo en la última semana, hemos visto Cataluña intentando hacer un frente común con otras comunidades –españolas, justo es decir— para sortear el injusto límite de déficit que impone Cristóbal Montoro. Al mismo tiempo, la Generalitat parece que se está preparando para entrar a la negociación de un nuevo sistema de financiación. Autonómico, por supuesto. También estos últimos días, el Gobierno catalán ha celebrado que el Tribunal Constitucional —aquél que ya no reconocía— haya admitido a trámite su recurso contra el decreto que regula la evaluación a final de la educación primaria.

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Los problemas para avanzar en la famosa desconexión se hacen evidentes también en el enfriamiento que Carles Puigdemont parece haber querido imponer al proceso soberanista, a la espera que se forme un nuevo Gobierno en Madrid. Convergència ya ha dicho que no piensa aprovechar la imagen de debilidad que ofrecen en estos momentos las instituciones españolas para coger un atajo hacia la independencia. Mientras no haya gobierno, todos quietos.

Lo que sí que se cierto es que los famosos 18 meses que el independentismo se autoimpuso para hacer efectiva la desconexión pasan inexorablemente. Y mientras tanto, el Parlament no aprueba leyes e invierte horas y más horas a debatir si es el mismo “desobedecer” que “desoír”.

Puigdemont, con el beneplácito otras fuerzas políticas, ha conseguido que el debate se serene. La cuenta atrás de los 18 meses no se para, pero todo parece que vaya más lento. Al mismo tiempo, todos los líderes de los partidos nacionales parecen ahora querer hablar con él, incluido Mariano Rajoy. Que estas conversaciones acaben con algún tipo de acuerdo parece ahora pura fantasía. Al fin y al cabo, la parálisis en Cataluña es tan importante como la del resto de España. Más que desconectada, Cataluña se encuentra en stand by.

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