Opinión

La prepotencia de la fe

Señalar con el dedo culpabilizador a Colau en tanto que partidaria de la tercera vía delata un instinto peligroso de intimidación

El miedo no tiene padre ni estirpe conocida, va a su aire y salta sin previsión, también cuando se expone a los políticos, al menos para almas perfectamente cándidas como la mía. Y a la mía le intimida la fe que transpira el coordinador general de Convergència, Josep Rull. Tiene en las maneras, en la fiebre de los ojos y en la tenacidad armada de los labios un punto de fervor que me acobarda sin remedio. Parece de veras dispuesto a todo para lograr sus objetivos, para lograr que creamos todos lo que cree él, para hacernos creer lo que hemos de creer, para delatar a aquellos que no creen lo que...

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El miedo no tiene padre ni estirpe conocida, va a su aire y salta sin previsión, también cuando se expone a los políticos, al menos para almas perfectamente cándidas como la mía. Y a la mía le intimida la fe que transpira el coordinador general de Convergència, Josep Rull. Tiene en las maneras, en la fiebre de los ojos y en la tenacidad armada de los labios un punto de fervor que me acobarda sin remedio. Parece de veras dispuesto a todo para lograr sus objetivos, para lograr que creamos todos lo que cree él, para hacernos creer lo que hemos de creer, para delatar a aquellos que no creen lo que deben de creer.

Rull acaba de hacer un descubrimiento reciente, fresco, según el cual existen más de dos equipos en Cataluña. Parece haberle entrado la sospecha de que no todos los catalanes somos altos, guapos y rubios, sino que también los hay medio calvos, panzudos, bajitos y pronto tonsurados por la fuerza de la naturaleza, además de incultos, maleducados, informales, impuntuales, infractores, embusteros, medio corruptos, corruptos enteros, defraudadores, listillos y hasta federalistas, Señor, terceristas de vía izquierda, que es la que está a la siniestra y que seguramente suena tan mal porque es lo contrario de estar a la diestra del Señor, que es la vía correcta que promete con ínfulas místicas (que también me abruman) la voz proyectada hacia el más allá de Oriol Junqueras.

Yo pertenezco lamentablemente a ese segmento deplorable y descreído de catalanes cincuentones con entradas y malas ideas, sujetos indeseables con tanto respeto por el blanco y el negro que los tememos como a monocromías delirantes y simplificaciones interesadas de la realidad.

Rull parece dispuesto a todo para lograr sus objetivos y  que creamos lo que cree él

En lenguaje político del día, y según la preclara visión de Rull, Ada Colau es una de ellas y por fin ha quedado desenmascarada, despojada de ropajes embusteros y malandrines, a palo seco y por las buenas, por fin destapada como traidora a la fe verdadera y partidaria de lo innombrable. Parece creer de buena fe que hay diversas soluciones políticas a las relaciones entre Cataluña y España y que no todo se resuelve en irse o quedarnos como estamos.

Algo debe de estar sucediendo en las intimidades de muchos catalanes para que se descubra luminosamente a las puertas del verano de 2015 que la renegociación de los tratos entre España y Cataluña, la búsqueda de nuevos pactos, la armonización de lo inarmónico, el control de lo incontrolado no atañe a la magia ni pertenece a la ley de las estrellas ni es fabulación esotérica ni incumbe al mundo del más allá sino al de la administración compleja de sociedades mestizas.

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Y es verdad que ese revisionismo estructural no es la única solución posible a esas relaciones. Hay otras dos, como mínimo, pero a mí me parecen más anacrónicas y menos realistas, aunque entiendo que forman parte de la inmanejable diversidad de ciudadanos, formaciones, intereses y desventuras de los catalanes. La pregunta es cuál es la mayoritaria y la que democráticamente defienden más ciudadanos, cuál es la posición que los votantes de los partidos entienden como preferible o menos mala. Y si esa es la pregunta y hay al menos tres posiciones genéricas, resulta verdaderamente chocante el descubrimiento que ha hecho Rull en público porque esa posición renegociadora actúa en el debate político en Cataluña desde hace tantos años como el soberanismo, aunque demasiadas veces los medios públicos catalanes prescindan olímpicamente de esa transversalidad tan catalana y tan palmaria como la soberanista.

Señalar con el dedo culpabilizador a una partidaria de la llamada tercera vía delata un instinto peligroso de exposición a la vergüenza pública o incluso de intimidación. ERC ha ido más desnudamente, como le corresponde, al todo o nada: o soberanismo firmado o desgobierno. Si la tensión de la pérdida de Barcelona por parte de Convergència sigue así quizá la consecuencia resulte inimaginable hace apenas unos días: puede liberar al lema del derecho a decidir de su sobrecarga táctica y anclarlo a su poderosa dimensión civil, es decir, a la reivindación de mecanismos ágiles de consulta ordinaria a la población en torno a la cosa pública en ámbitos relevantes de la vida social y pública. Desacralizar el derecho a decidir y dotarlo de consistencia civil y democrática tendría algo de penitencia soberanista por usar en vano la palabra de dios.

Jordi Gràcia es profesor y ensayista.

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