'IN MEMORIAM'

Evarist Navarro

Joan Ramon Escrivà, conservador del IVAM, rememora la personalidad del escultor

Evarist Navarro, el pasado mes de septiembre en el IVAM.MÒNICA TORRES

Debió de ser 2001 el año en que viajé con el escultor y profesor Evarist Navarro, y un grupo heterogéneo de amigos, a Lisboa. Allí, en aquella ciudad, y siguiendo entre sus callejuelas el rastro del autor del Livro do desassossego, nos encontramos súbitamente escarbando entre los trastos de una especie de casa de empeños del casco antiguo de la ciudad. Recuerdo que el hallazgo de unos viejos azulejos olvidados en un rincón le hizo cavilar y disertar, en una extraña y surrealista mezcla de discurso enfático, aunque divertidamente delirante, sobre los prodigios de la creación artística ...

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Debió de ser 2001 el año en que viajé con el escultor y profesor Evarist Navarro, y un grupo heterogéneo de amigos, a Lisboa. Allí, en aquella ciudad, y siguiendo entre sus callejuelas el rastro del autor del Livro do desassossego, nos encontramos súbitamente escarbando entre los trastos de una especie de casa de empeños del casco antiguo de la ciudad. Recuerdo que el hallazgo de unos viejos azulejos olvidados en un rincón le hizo cavilar y disertar, en una extraña y surrealista mezcla de discurso enfático, aunque divertidamente delirante, sobre los prodigios de la creación artística de raíz popular.

Evarist Navarro compartía con la cuadrilla de Bretón la necesidad de sentirse rodeado de objetos del pasado para activar sus impulsos de ensoñación y extrañamiento. Su obsesiva pulsión recolectora le llevó a acumular todo tipo de enseres y cachivaches que gustaba almacenar desordenadamente en su estudio del pequeño pueblo de Rugat, a la espera de hacerles encontrar el momento en el que pudieran recuperar mejor vida. Quizás su mejor vida.

Sus inanimados compañeros de viaje, los objetos, convivían con total naturalidad, en una nave que se hizo construir en medio de unos bancales de almendros, con sus inconfundibles figuras y proyectos de construcciones en barro, su material fetiche. Y también compartían espacio esos objetos con sus amigos, poetas, artistas, escritores, alumnos e intelectuales que acudíamos hasta allí para disfrutar de sus creaciones, de sus risas y de su sarcasmo.

Evarist Navarro había encontrado su refugio en aquel rincón perdido de la geografía, aunque nunca desconectó de la ciudad de Valencia, donde impartió sus clases en la Facultad de Bellas Artes. Llegó un momento, sin embargo, en el que el escultor sintió la necesidad de reforzar su vuelta al origen, a la tierra que le vio nacer. Llamó Bancalaria a su particular Parnaso, un taller obrador rodeado de huertas enfangadas y piedra caliza. Desde este lugar, el artista aún podía evocar el murmullo de las ruinas de la fábrica de ladrillos familiar que dormía su muerte a pocos kilómetros de allí.

En esta especie de retorno arcádico buscó el artista, en el manoseo de los materiales primigenios -la tierra, el agua y el fuego-, la materia prima sobre la que elaborar el juego de su relato mítico, lo que él denominó “la Construcción de la Memoria”, un lugar tejido de muros, moradas, sudarios y refugios de barro crudo o cocido donde albergar su reflexión sobre la vida y el acto de crear.

La historia de esa ensoñación la materializó en forma de gran exposición individual en el IVAM en el año 2011, museo al que regresó este verano para mostrar lo que ha sido el último capítulo de esa narración a través de una instalación póstuma que puede visitarse aún en el museo valenciano. En el acto de presentación de esta obra en el marco del proyecto gastronómico-artístico Al Vapor, y sintiéndose ya cercado por la muerte, Evarist Navarro pronunció quizás el mejor y más sereno discurso sobre la naturaleza de su obra. Puro fango, pura vida.

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Joan Ramon Escrivà es conservador del IVAM

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