opinión

Reconstruir el país en común

Debemos reconocer que el descontento social es generalizado, pero los motivos y las expectativas de cada uno, muy distintos

Es un clásico del periodismo político recordar a John F. Kennedy en su alegato de “no preguntes qué puede hacer tu país por ti; pregunta más bien qué puedes hacer tú por él”. No importa ahora saber quién es su autor. Está dicho por alguien que valora mucho ser de un país, cosa que a mí me resulta secundaria respecto de la gente concreta que pasa por unas carencias tangibles y de primer orden. Esto me indigna y motiva, y aquello, no. En algún sitio he dicho que para mí la gran pregunta de moral política es qué les debo yo a los otros pueblos y ...

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Es un clásico del periodismo político recordar a John F. Kennedy en su alegato de “no preguntes qué puede hacer tu país por ti; pregunta más bien qué puedes hacer tú por él”. No importa ahora saber quién es su autor. Está dicho por alguien que valora mucho ser de un país, cosa que a mí me resulta secundaria respecto de la gente concreta que pasa por unas carencias tangibles y de primer orden. Esto me indigna y motiva, y aquello, no. En algún sitio he dicho que para mí la gran pregunta de moral política es qué les debo yo a los otros pueblos y qué necesitan de mí, y no, qué es lo mío y me deben sin remedio por mi identidad diferenciada. Ordeno las cosas en esa escala y me cuesta sumarlas sin sacrificios.

No es fácil, de todos modos, volver a esta máxima en el día a día de la convivencia española, con lo que sabemos de abusos, irresponsabilidades, blindajes, corrupciones… No lo conozco todo sobre cómo hemos venido hasta aquí, pero tampoco es necesario para saber que ha llegado el momento de reconstruir el país en común. Como pacto de pueblos o de naciones varias, en una filigrana democrática que no se me alcanza con claridad, pero que seguro que es posible en política.

Vayamos por tanto a la justicia social. En este sentido, fuerzas sociales muy importantes, primero indignadas y luego políticamente reunidas en un Podemos muy incisivo, están abriendo una brecha en el sistema de poder que desde la transición, en los setenta, ha dirigido la sociedad española. Los grupos sociales que han ocupado ese puesto rector de la sociedad, hace tiempo que no están a la altura de su deber, o mejor, han actuado en fraude de la reglas de juego y las han utilizado sin reparo a su favor. Mucha gente ya no confía en ellos y, de rebote, en sus reglas. No digo nadie, lo que sería fácil, pues la verdad social reside en los matices. Y debemos reconocer que el descontento social es generalizado, pero los motivos y las expectativas de cada uno, muy distintos. Pido al lector que haga una lista de ciudadanos decepcionados e indignados, y que añadiendo los motivos, compruebe cuántos quedan en cada tipo. Sorpresa, ¿no?

Sabíamos que el movimiento social alternativo tendría que definirse políticamente

Por tanto defiendo que ha llegado la hora de reconstruir el país en común. Por supuesto, expreso una opinión personal. Las quiebras más injustas del país están ahí, y la gente sin trabajo, el empleo de pésima calidad, los jóvenes emigrando, las familias sin recursos mínimos, los niños desatendidos, la dependencia miserablemente cubierta,… son realidades innegociables en su urgencia y primacía. No tengo la lista de todas y de su orden, pero se entiende perfectamente mi apuesta social. Todos los grupos que representan la indignación -organizados alrededor de Podemos- tienen que concretar una plataforma de mínimos que nos cautive a las mayorías de esta sociedad. Y por tener este propósito tan urgente como político, el programa ha de ser concreto y posible, transversal a las clases medias y bajas, y perfectamente centrado en lo urgente para la población más débil y pobre; por supuesto, este criterio social mucho antes que las ideologías metafísicas de cada uno.

Lo diré de otro modo. Sabíamos que llegaría el momento en que el movimiento social alternativo tendría que definirse políticamente, y eso significa diversidad y confrontación en su seno. Contra la Casta, todo es más fácil, pero ya está aquí la hora de construir una propuesta política por la justicia con la gente de a pie, compatible con la libre iniciativa de las personas y, a la vez, eficiente en su apuesta económica y democrática. Hay que pelearse con Europa, y con los mercados de capitales, y con los grupos dirigentes de toda suerte en el propio país, y con otros países que compiten por el mismo espacio de mercado…, y todo esto requiere fijar un programa de prioridades y mínimos, y pactar con muchos, y cribar con realismo los eslóganes.

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Entre las muchas experiencias que nos ayudarían en esto, hay una que tengo cerca y que quiero recordar. En mil foros y discusiones percibo una sociedad española desanimada, hipercrítica con los otros, presumiendo de ganas de huir de sí misma. Precisamente, donde vivo y soy -escribo desde el País Vasco y lo digo sin altanería-, me admira la cantidad de gente que jamás hablará mal de su país y con desánimo total; hay una fuerza mental y moral en esta actitud que no tiene precio. Tenerse por más de lo que uno vale y no saberlo, es el colmo del ridículo; pero extender la idea de que de este país o Estado (España), o comunidad de pueblos, hay que huir porque no tiene futuro, es tremendo. Y sin embargo el juego social de que algo así nos pasa, está más compartido de lo que parece. Hay columnistas de renombre en periódicos y páginas digitales de primera línea, cuya especialidad es ridiculizar el país al que pertenecen; hay sabios de la historia que todo lo fían a que hemos perdido no sé que esencias ancestrales de la España eterna, entre católicas y visigóticas. Me conformo, contra ellos, con reclamar del movimiento social que aspira a una sociedad española renovada, que elija lo que urge -lo que podemos compartir una mayoría de ciudadanos muy diversa y empeñada, y debemos a los más vulnerables y pobres-, y que aparque los sueños personalistas. Es la política, amigos, y podemos hacerlo muy bien con muchos y para muchos. Urge concretar y elegir lo común por justo y mínimo en una vida social digna de la gente corriente. Así es la política siempre. Y de esto va la conciencia moral cristiana en ella. Lástima que todo el debate social tenga que versar sobre “el derecho a decidir”, quizá para repetir el viejo ensayo social a escala del nuevo país.

(Nota: Sé que ahora mismo la gente está más atenta a esta cuestión -catalana- que a cualquier otra, pero lo siento, yo quería hablar de la reconstrucción social que este país requiere, y, en este sentido, las aspiraciones nacionales sobre la “voluntad de decidir” son, en general, más de lo mismo. Me permito, con todo, un comentario de paso: a mí me parece claramente más justo y solidario dar con una arquitectura democrática que nos mantenga unidos a todos los pueblos de España, que no salirse de un acuerdo para seguir cada cual a la suya; no veo razones de fuerza mayor para legitimar moralmente una ruptura entre los pueblos del Estado español; no las veo; se me dirá que sólo se trata del derecho a votar, y no de romper nada; y añado que quien exige votar, es porque reclama para sí el derecho a irse o quedarse; votar por votar, sin más, sería ridículo; se vota en ejercicio de una soberanía que lo justifica, y en su caso, uno se queda o se va, pero la soberanía permanece en ese sujeto; es tan claro que no necesito muchas más razones para probarlo; ahora bien, como la fuerza contra los pueblos es el peor derecho, y como a nadie se le puede obligar a que se sienta de un lugar, o a que permanezca sin remedio con otros pueblos, la política tiene que dar una salida democrática al problema; democrática en su procedimiento y democrática en el respeto de los nuevos sujetos que se van conformando. Por eso puede haber salidas democráticas -razonablemente legales, dignas y solidarias, que no buenas a carta cabal- que trasciendan nuestros hábitos de un territorio, un pueblo y una nación. Es posible que estemos ya en esta tesitura. Así es la historia y así reclama nuevas soluciones. Luego vayamos rebajando el peso metafísico que le damos a la conciencia nacional y a la historia de cada uno –pueblo y personas-, y a ver cómo hacemos política democrática. Menos metafísica y más política. Si se quiere, se puede. Los otros no quieren -decimos-. ¿Los otros? ¿Sí? ¿Los otros? Me temo que esta nota nos distraiga de la cuestión social que tanto nos habría de importar).

José Ignacio Calleja es profesor de Moral Social Cristina en Vitoria-Gsteiz

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