Opinión

La agonía del régimen

Se puede ser independentista sin ser nacionalista y ese es el caso de algunos sectores, especialmente de izquierdas

Las movilizaciones en Cataluña en favor de la independencia son la punta del iceberg del profundo deterioro de las instituciones políticas que se construyeron durante la Transición. Sirvieron en su momento para construir una democracia representativa y sirvieron también para hacer políticas que sin duda mejoraron la vida de la gente. Pero ya no es así. La Monarquía está desacreditada y los casos de corrupción que se han desvelado son tan corrosivos que atacan a la credibilidad de las instituciones. La frivolidad con que hoy se modifican elementos sustanciales del pacto del 78 a golpe de decret...

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Las movilizaciones en Cataluña en favor de la independencia son la punta del iceberg del profundo deterioro de las instituciones políticas que se construyeron durante la Transición. Sirvieron en su momento para construir una democracia representativa y sirvieron también para hacer políticas que sin duda mejoraron la vida de la gente. Pero ya no es así. La Monarquía está desacreditada y los casos de corrupción que se han desvelado son tan corrosivos que atacan a la credibilidad de las instituciones. La frivolidad con que hoy se modifican elementos sustanciales del pacto del 78 a golpe de decreto-ley es pasmosa. Y los que hoy se enrocan en la Constitución para negar la posibilidad de que haya una consulta en Cataluña están llevando a cabo un verdadero proceso desconstituyente, destruyendo empleo, expulsando a la gente de sus casas, degradando las relaciones laborales, privatizando la sanidad, rescatando bancos, rebajando las pensiones… Están destrozando el Estado social y amenazando la salud del Estado de derecho.

A ello hay que sumar el agotamiento del Estado de las autonomías. Al malestar que sin duda sienten todos los españoles ante la crisis económica, moral y democrática, se suma el malestar de un pueblo que ve frenadas sus aspiraciones de autogobierno desde unas posiciones inmovilistas y también hostiles por parte de las estructuras del Estado y que el Gobierno del PP agudiza. El modelo territorial se configuró de forma piramidal y el Estado, en su actividad legislativa y de gobierno, ha ido laminando competencias de Cataluña. Ha sido incapaz, además, de asumir su carácter plurinacional y plurilingüístico.

Ante esta situación, Cataluña optó por profundizar en el autogobierno mediante la vía política negociada dentro del marco constitucional, la reforma del Estatuto de Autonomía. Iniciativa que no funcionó. Con la sentencia del Tribunal Constitucional esta vía se cerró, así, de repente, arbitrariamente, sin valorar sus graves consecuencias. ¿Quién levantó la voz en España ante esta agresión, que no era solo contra el pueblo catalán y su Parlamento, sino también contra las propias Cortes españolas? Se abría así una brecha en el ya deteriorado edificio español hacia una creciente expansión del independentismo.

Cuando se trata el “problema catalán” suele ponerse en primer plano los agravios económicos, pero hay algo más detrás

El catalanismo viene de lejos y actualmente tiene una base cívica más que étnica. El lema “es catalán quien vive y trabaja en Cataluña” ha funcionado durante muchos años. Se ha conseguido construir en Cataluña una sola comunidad que integra a personas con orígenes e identidades diversas. Unidad y diversidad forman parte del modelo social existente. Sé que la percepción de una parte de los españoles respecto a Cataluña no es esta e interesadamente se ha difundido la idea de que existe un conflicto lingüístico permanente. Algunos piensan además que se trata de un nacionalismo étnico excluyente, pero insisto en que hoy predomina un nacionalismo cívico, el basado en valores e instituciones comunes y en que cualquier persona forma parte de la nación con independencia de sus orígenes.

Curiosamente, quien hizo gala de un prodigioso etnicismo fue Susana Díaz en su reciente visita a Cataluña. Apelando a los sentimientos de los catalanes nacidos en Andalucía, reclamó: “Que no nos obliguen a escoger nuestra identidad. ¿Si Cataluña se separa, qué les diremos a los catalanes cuyos padres vinieron de fuera: ¿que son hijos de extranjeros?”

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La presidenta de la Junta de Andalucía no parece ser consciente de que las identidades pueden ser múltiples, cosa que en Cataluña sabemos muy bien porque esto forma parte de nuestra cotidianeidad. ¿Y qué decir de esta condición de extranjería retrospectiva que dramatiza la supuesta elección de identidades y que se basa en la idea de una andalucidad que se perpetúa ininterrumpidamente? Este tipo de premisas sí que contribuye a crear fracturas sociales por razón de origen; esto sí que divide en lugar de hermanar. Lisa y llanamente: el PSC ha importado el lerrouxismo.

Cuando se trata el “problema catalán” suele ponerse en primer plano los agravios económicos, pero hay algo más detrás. La sentencia del Tribunal Constitucional, las constantes incomprensiones y las provocaciones del Gobierno del PP hacen que la mayor parte del pueblo catalán se sienta herido en su dignidad, pisoteado y humillado. Y ha dicho basta. Y esto no es fácil de arreglar, porque atañe a dimensiones muy profundas: es una cuestión de reconocimiento y de dignidad.

Se equivocan quienes piensan que el pujante independentismo catalán es una mera expresión de la burguesía o está instrumentalizado por ella. Quiero remarcar algo que no suele tenerse en cuenta: se puede ser independentista y no ser nacionalista y es el caso de algunos sectores de la sociedad catalana, especialmente de izquierdas. Es insatisfacción, es hartazgo, es haber sobrepasado el límite de lo que se puede soportar. Es aspirar a un país más democrático, en el que las luchas sociales no sean interferidas por las luchas de banderas, conscientes de que esta es una baza que juega CiU para ocultar sus vergüenzas. Y es una respuesta al hipernacionalismo español, cada vez más agresivo, y que es una verdadera fábrica de independentistas.

Dolors Comas d’Argemir es catedrática de Antropología Social de la Universidad Rovira i Virgili y presidenta de la Fundació Nous Horitzons.

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