LA CRÓNICA DE BALEARES

Las manos del padrino

Una clave no escrita en la que se articuló una parte de las viejas sociedades insulares, entrelazadas en relaciones de afecto y protección

Un saludo de una educación social, sentimental, sin premuras ni emergencias en el tuteo.tolo ramon

Un niño se acerca al adulto y toma su mano derecha entre la suya, se inclina y besa la tibia piel del dorso. Es un mapa robusto, una piel moteada por el sol y la memoria del tiempo. Sucede en apenas un momento, pero el acto contiene la fuerza de un gesto complejo, telúrico, hereditario. La reverencia está anclada en un orden de grupo y clan, en arraigadas relaciones intergeneracionales. Forma parte de un ritual de obligada devoción entre parientes, extendido en los círculos asimilados de amigos o más que socios en negocios. Es una expresión que se refiere a la estructura de poder, solidaridad ...

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Un niño se acerca al adulto y toma su mano derecha entre la suya, se inclina y besa la tibia piel del dorso. Es un mapa robusto, una piel moteada por el sol y la memoria del tiempo. Sucede en apenas un momento, pero el acto contiene la fuerza de un gesto complejo, telúrico, hereditario. La reverencia está anclada en un orden de grupo y clan, en arraigadas relaciones intergeneracionales. Forma parte de un ritual de obligada devoción entre parientes, extendido en los círculos asimilados de amigos o más que socios en negocios. Es una expresión que se refiere a la estructura de poder, solidaridad y una garantía de amparo.

Ese besamanos no es religioso ni institucional. Para nada contiene dobleces de ecos ilegales y corruptos. Queda insinuado, sigiloso, en el ámbito privado. Resulta una clave del código no escrito en el que se articuló una parte de las viejas sociedades insulares, entrelazadas —en su complejidad— en relaciones de afecto y protección.

Un menor con sus padres cumplimenta al pariente, padrino, conco (oncle), sen, varias veces al año. Siempre en los ciclos festivos de los dos solsticios, hitos de ciclos, los fríos días cortos, las cálidas jornadas largas, los fuegos de celebración agregados al calendario religioso. Asimismo, la visita ritual es por las matanzas y en la cosecha, en verano. Otras fiestas materiales.

Instruidos y tutores de la tradición, ajenos al virus del tuteo, los mayores recuerdan: Mans. Y sucede el encuentro, un saludo sin distancias. El acercamiento es rápido, sin carantoña, celebración de festejos, roce y masajeo tan al uso actual. Un paso adelante y retorno.

Ese besamanos

A veces ese patriarca, un hombre de respeto, está incorporado y espera de pie el cumplido de quien llega a su casa. Comúnmente atiende en el balancín vienés de rejilla, arcaico diseño frágil, pero robusto, o en la silla para parideras, todo un manifiesto.

Tras el roce entre epidermis y épocas distintas, la quemada y la nueva, el personaje mete la mano en el bolsillo del viejo jac (chaqueta) desmoldado de lino o de pana vieja casi siempre para rubricar el gesto con un obsequio: una moneda grande, unos caramelos, rara vez anuncia un futurible, un secreto susurrado al oído.

No se trata de una aproximación de subordinación para la adoración. Tampoco supone un complejo pago de vasallaje posfeudal, que los hubo y perduran, entre payeses y señores, amos y criados. Ante reyes, obispos y damas de la autoridad aún se ven genuflexiones y reverencias de estilo medieval, postraciones cortesanas, ridículas, fuera de lugar en un Estado de ciudadanos iguales.

El modo autóctono del besamanos, sin humillación ni obligaciones, era una extendida forma de expresión de gratitud. Estaba sobrentendido en la red de relaciones particulares, en la segunda mitad del siglo XX, anteayer como quien dice, una generación atrás. Era una manera espontánea y heredada de entender las afinidades en jerarquía privada. Un pacto renovado, una reverencia laica. Se reconocía una orden, una autoridad interior ligada al linaje y complicidades. Aludía a una educación social, sentimental, sin premuras ni emergencias en el tuteo. El beso a una persona o cosa (el pan asimismo) es una expresión lógicamente amorosa, aun rutinaria.

La más concreta ceremonia familiar no elitista ni litúrgica confesional, ese lazo suelto y atávico del besamanos ya no se da. No sucede al menos en el modo que fue costumbre estructurada. La nueva realidad mercurial, fugaz, la teórica sociedad desclasada la deshizo entre las modas globales, los nuevos credos y estilos de la modernidad.

Aquel acto explícito aproximaba dos mundos, una mano sabia que se agota y la ingenua que ambiciona; la nueva que atrapa —y besa— otra anterior que domina, grande, que transparenta su malla de venas con dedos curvos y nudos de sarmiento.

Esa renovación del acuerdo en un sistema emotivo de relaciones no está historiada, posiblemente vino de Oriente, como casi todo, el sol primero. Arribó antes de que llegaran los dictados de salvación y condena de las religiones que avanzan con los imperios.

La atribución de autoridad y protección a los parientes en la pirámide, sean ancianos o no, se expresa por simpatía, sangre o vínculo escrito. Las adhesiones se registran también en la mera distancia, olvido de las formas y ausencia de personas. Los gestos ancestrales tienen pátina, garantía de una extensión simbólica de la memoria.

 

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