LA CRÓNICA

La música del Gimlet

Javier de las Muelas, y el Gimlet, se puede decir que eran el signo de un cambio de estética juvenil

Javier de las Muelas.vicens gimenez

El día comenzó en la librería Laie y acabó en el Gimlet, “el Gimlet de arriba”, el de la calle Santaló. En Laie, la editora de Elba, Clara Pastor, me había encargado una apología de Auchincloss, un prolífico autor norteamericano fallecido hace algunos años que estaba especializado en retratar la casta dirigente neoyorquina, a la que conocía perfectamente por ser parte de ella, y de quien Clara publica su mejor libro de relatos, Historias de Manhattan. Al Gimlet fui invitado para celebrar el 30º aniversario del local. Esta vez la apología no me correspondió a mí, sino a un prócer. Estaba yo en ...

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El día comenzó en la librería Laie y acabó en el Gimlet, “el Gimlet de arriba”, el de la calle Santaló. En Laie, la editora de Elba, Clara Pastor, me había encargado una apología de Auchincloss, un prolífico autor norteamericano fallecido hace algunos años que estaba especializado en retratar la casta dirigente neoyorquina, a la que conocía perfectamente por ser parte de ella, y de quien Clara publica su mejor libro de relatos, Historias de Manhattan. Al Gimlet fui invitado para celebrar el 30º aniversario del local. Esta vez la apología no me correspondió a mí, sino a un prócer. Estaba yo en el Gimlet muy atento no escuchándole, y me acordé de que la pintura de los egipcios, por lo menos la pintura que conocemos, que es la de las tumbas, era pintada para no ser vista, para que disfrutase de ella solamente el alma del difunto. Lo explica Gombrich en Lo que nos cuentan las imágenes, y le da para muy agudas reflexiones sobre el sentido del arte. Estaba yo en la fiesta del Gimlet como un faraón en la tumba de mi juventud —pero eh, sin nostalgia—, y a propósito de los egipcios me acordé del banquete de homenaje que le dieron Picasso y sus amigos al aduanero Rousseau, movidos en parte por sincera admiración y en parte por rechifla. Cuando el Aduanero pronunció su brindis le confió a Picasso: “Usted y yo somos los dos mejores pintores de la actualidad. Yo, en estilo moderno, y usted, en estilo egipcio”.

Entre muchos amigos y conocidos, naturalmente, estaba el dueño del local y barman fundamental de mi generación y de las siguientes, Javier de las Muelas. Hablando con él me enteré de que no solo es dueño también del Dry Martini y otros locales barceloneses, sino que va a abrir coctelerías en Bali y en Río de Janeiro, se ha convertido en un businessman internacional. ¡Caramba! Es asombroso para quienes le vimos empezar en el negocio, modestamente pero con ideas muy claras, en “el Gimlet de abajo”, cerca del paseo del Born. Javier de las Muelas, y el Gimlet, se puede decir que eran el signo de un cambio de estética juvenil desde la trenca o la zamarra guerrillera a la corbata negra, estrecha y del porro al cóctel. Por lo demás, con zamarra o con corbata seguíamos y seguiremos siendo más bien tontos. A partir de aquella elegante coctelería, Javier de Las Muelas levantó su imperio. Recuerdo que tenía el buen gusto de anunciar la hora de cierre poniendo la canción Para ti, de Fernando Márquez, alias El Zurdo, autor de este y de otros himnos de la movida madrileña, como Aquella canción de Roxy. Qué poeta y qué sujeto más curioso era, es, Fernando Márquez. El Zurdo tenía ideas de extrema derecha, hacía declaraciones extravagantes, se decía que había militado en la Falange, de repente desapareció de la escena, hizo vida de recluso, de monje… En fin, sonaba “Para ti, que tienes 15 años cumplidos, para ti, para ti…”, y había que ir saliendo del Gimlet.

El nombre, supongo, se lo puso Javier por El largo adiós, que como me dijo Onetti, muy en serio, “eternamente será la mejor novela” de Raymond Chandler. El lector recordará que el detective Marlowe tiene la costumbre de beber un gimlet con su amigo Terry Lennox, y cuando Terry desaparece, Marlowe, leal a su amistad, y romántico, sigue pidiendo en el bar donde solían encontrarse dos gimlets, y se bebe el suyo mirando a la ausencia que se abre detrás de la otra copa, la copa del ausente Lennox. ¡Gran escena! A Javier de las Muelas le gusta la literatura, tanto le gusta que en alguna ocasión me ha regalado un libro, de Garci sobre cine y copas, o de otros autores, y nunca se ha olvidado de escribirme una cordial dedicatoria y firmarlo. Hombre, los libros, en principio, debe dedicarlos y firmarlos el autor, pero con Javier de las Muelas me avengo a esa excepción tan rara, gracias a la que ahora figuran en mi biblioteca Beber de cine (Madrid 1996), de José Luis Garci y firmado por Javier de las Muelas; El largo adiós, de Raymond Chandler y firmado por Javier de las Muelas; On drink, de Kingsley Amis y firmado por Javier de las Muelas… junto con Diecinueve dry martinis, el libro que editó convenciendo a otros tantos narradores barceloneses de que le escribieran un cuento… El título original del libro tenía que ser Veinte dry martinis, pero a última hora falló un autor, yo; fue la manera que se me ocurrió de distinguirme de los otros 19: ahora, aunque dedicado y firmado por Javier de las Muelas, el título alude al cuento que falta, el mío, indiscutiblemente el mejor por su misma naturaleza de no-escrito.

Es curioso que con el buen gusto que tiene tanto en la arquitectura, decoración y personalidad de sus locales como en la calidad de lo que allí se despacha, Javier de las Muelas tenga, en otros campos, gustos excéntricos y un poco masoquistas. Por ejemplo, montó una agencia de representación llamada Gente en la que creo. O por ejemplo, ha sido un gran aficionado a correr maratones. Todavía practica deporte a diario. En fin, como suele decirse, sobre gustos no hay disputas y está claro que a pesar de estas costumbres tan peregrinas no le ha ido mal. Sus agradecidos clientes lo celebramos.

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