SON | Reinaldo Creagh

Maestro de la vida

Mantiene su garganta poderosa con la que sigue sabiendo desatar las emociones

Hay que ser un auténtico agraciado en la lotería del ADN (y la del destino) para soplar 95 velas en la efímera tarta de la vida. Y resulta casi imprescindible que corra sangre cubana por el aparato circulatorio para celebrar tan provecta onomástica sobre un escenario en lugar de poner los pies a remojo en cualquier plácida orilla caribeña. Todo tiene su truco y Reinaldo Creagh, cual Houdini santiaguero, saluda bastón al aire desde la pista del Price y se sentará a disfrutar de la fiesta como espectador durante una hora larga. Pero no quepa duda de quién manda aquí, acapara las 900 miradas y ad...

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Hay que ser un auténtico agraciado en la lotería del ADN (y la del destino) para soplar 95 velas en la efímera tarta de la vida. Y resulta casi imprescindible que corra sangre cubana por el aparato circulatorio para celebrar tan provecta onomástica sobre un escenario en lugar de poner los pies a remojo en cualquier plácida orilla caribeña. Todo tiene su truco y Reinaldo Creagh, cual Houdini santiaguero, saluda bastón al aire desde la pista del Price y se sentará a disfrutar de la fiesta como espectador durante una hora larga. Pero no quepa duda de quién manda aquí, acapara las 900 miradas y admiraciones: cuando por fin se incorpora Creagh, el buen trabajo previo del Cuban Sound Project queda en poquita cosa.

A Reinaldo le regalaron una camiseta serigrafiada con un 95 gigante y una tarta en la que, como buen hedonista, no se privó de hundir el índice. Pero el asombro que suscita no es solo biológico, sino artístico. El viejito tuvo las santas narices de interpretar Santa Cecilia con la sola compañía de una guitarra, mientras los otros 15 músicos callaban y asentían. Imposible cerrar los ojos e imaginarse a un nonagenario tembloroso y frágil: esa garganta poderosa y de trémolo impoluto sigue sabiendo desatar las emociones.

El Project había ofrecido una sesión didáctica y amena, con Demetrio Muñiz repartiendo juego: un bolerazo con Luis Téllez como galán maduro, Siboney para la impecable Idoris Duarte, la insólita versión cubanizada de un Concierto para fagot de Vivaldi. Tampoco Zenet se arredró frente al torrente sonoro en Soñar contigo. Pero Reinaldo modificó todos los parámetros. Bordó Quizás, quizás, quizás y se permitió golpes de pelvis en El paralítico, ese título delirante del Trío Matamoros. Un maestro de la vida, este que ha sabido mutar en sonrisa el funesto y manido valle de lágrimas.

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