¿Quién añora su pueblo?

Las casas regionales apuestan por la promoción de su gastronomía y otras actividades no siempre relacionadas con las costumbres para llegar a un público más joven

Las clases de euskera forman parte de las actividades del Hogar Vasco de Madrid.Samuel Sánchez

Carlos ultima los preparativos para la cena que ha organizado junto a un grupo de amigos en la sukalde (cocina en euskera) del Hogar Vasco de Madrid. Habrá unos diez comensales. El menú que degustarán será crema de calabacín, de primero, y merluza en salsa verde de segundo. El membrillo con nueces pondrá el broche final a este encuentro entre amigos vascos que alquilan la sukaldesin más motivo que el de pasar un buen rato alrededor de una mesa. Faltan tres horas y la cerveza espera en el frigorífico. Como podría hacer cualquier socio de la casa, Carlos García-Egocheaga reserv...

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Carlos ultima los preparativos para la cena que ha organizado junto a un grupo de amigos en la sukalde (cocina en euskera) del Hogar Vasco de Madrid. Habrá unos diez comensales. El menú que degustarán será crema de calabacín, de primero, y merluza en salsa verde de segundo. El membrillo con nueces pondrá el broche final a este encuentro entre amigos vascos que alquilan la sukaldesin más motivo que el de pasar un buen rato alrededor de una mesa. Faltan tres horas y la cerveza espera en el frigorífico. Como podría hacer cualquier socio de la casa, Carlos García-Egocheaga reservó un miércoles este espacio, por un precio “asequible”, para pasar una velada que lo trasladara a cualquier cocina de su tierra natal. “Traemos la comida, pasamos un buen rato y no tenemos que limpiar”, explicaba este directivo de 41 años y natural de Bilbao. Julio Elejalde, actual presidente de Euskal Etxea (hogar vasco en euskera), le recuerda que la parranda tiene que acabar, como muy tarde, a las doce de la noche.

El Hogar Vasco es una de las 34 casas regionales que acogen a los recién llegados a la capital procedentes de cualquier punto del país. Estos centros son lugares de encuentro entre paisanos cuyo principal objetivo es preservar y dar a conocer las costumbres de la tierra. Cuando uno piensa en las casas regionales se le vienen a la cabeza las imágenes del éxodo rural de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado. Miles de españoles pisaban por primera vez el asfalto de las grandes ciudades para buscar fortuna. En aquellos años afloraron este tipo de asociaciones que pretendían vencer la nostalgia.

Viaje sin levantarse de la mesa

  • Txoko Taberna. Restaurante en la planta baja del Euskal Etxea de Madrid. Empanadas a la guerniquesa, anchoas al chacolí o bacalao al ajoarriero son algunos de sus platos (Jovellanos, 3).
  • Terraza de Casa de Granada. Nada mejor para volver al sur que habitas salteadas con jamón y cerveza Alhambra. Buenas vistas de Madrid (Doctor Cortezo, 17).
  • Casa de Cantabria. Albóndigas de merluza, anchoas del Cantábrico, chipirones encebollados o cocido montañés, algunas de sus especialidades (Pío Baroja, 10).
  • Casa Hortensia. En la mesa algo de queso de Cabrales para abrir apetito. Admirable si consigue acabar con el plato de fabes con almejas o con el pote asturiano (Farmacia, 2).
  • Casa de Canarias. La cantina está abierta los fines de semana. Hay que reservar para degustar platos típicos de las islas (Jovellanos, 5).

En 1952, por ejemplo, los primeros socios de la Casa de Castilla-La Mancha alquilaron por 1.500 pesetas mensuales el primer piso del número cuatro de la céntrica calle de la Paz. Allí siguen, más de medio siglo después. Con el paso de los años, las distancias se han hecho más cortas y la morriña se ha superado. “Estas casas han perdido una de sus principales razones de ser. En Madrid ya nadie es forastero. Cualquiera puede ir a su pueblo a pasar un fin de semana. La morriña pasó y nos ha tocado cambiar el chip”, sostiene el presidente de la Federación de Casas Regionales de la Comunidad, Juan José Cantalapiedra. La regeneración de su agenda cultural, la promoción del turismo, de los productos de la tierra y, sobre todo, de la gastronomía a través de sus restaurantes son algunas de las recetas para reforzar la función de estas casas.

Escultura de Gerardo Diego en la Casa de Cantabria.Samuel Sánchez.

El Centro Gallego de Madrid es uno de los que más están apostando por la renovación de su espacio. “Queremos convertir el centro en un club abierto a todos los madrileños. Nuestro programa incluye ofertas de diferente índole: talleres de teatro, fusión de música gallega tradicional y de vanguardia, clases de tango, de danza oriental, gimnasia, pilates…”, detalla Eduardo Crisenti, el organizador de eventos culturales. Una de las actividades con mayor acogida es la clase de lindy hop, un baile con pasos de swing y jazz procedente de EE UU que ahora se ha puesto de moda en nuestro país. Con esta agenda, el Centro Gallego pretende atraer a un público más joven, según Crisenti. La casa de los gallegos se encuentra justamente en la calle de Carretas. Los ventanales de su café-restaurante dan a la plaza de Jacinto Benavente, a pocos metros de la Puerta del Sol. Un enclave perfecto para atraer a los transeúntes que quieran degustar un rico menú del día por menos de diez euros. Eso sí, el que prefiera probar los sabores de la tierra del Miño encontrará en la carta todo lo que se le antoje. Al igual que ocurre en la mayoría de las casas, el alquiler o concesión del restaurante es una de sus principales fuentes de financiación. Una de las condiciones que suelen poner es que la carta ofrezca algunos platos del propio lugar de origen. En la Casa de Granada, por ejemplo, raro es el comensal que no se pide las habas con jamón (típicas del sur) o no prueba la cerveza Alhambra. Situado en la terraza de un edificio enclavado en Tirso de Molina, este bar-restaurante es uno de los más conocidos del barrio. Cuenta una de sus camareras que los fines de semana —sobre todo, los domingos— la estrecha terraza se pone a rebosar. “Todos quieren disfrutar de las vistas de Madrid, sobre todo al atardecer”, sentencia.

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Juego de bolos celta en la Quinta Asturias.Claudio Álvarez

Ahora que las subvenciones autonómicas han menguado o han dejado de darse por la crisis, muchas de las casas regionales han rentabilizado sus fincas con este tipo de alquileres. La presidenta del Hogar Extremeño, Maruja Sánchez, espera que el Gobierno de Extremadura se anime a alquilar finalmente algunos de los despachos que hay libres en el piso que ocupan en la Gran Vía. “Nuestra situación financiera es asfixiante. Tenemos que pagar todos los meses la letra del hogar (1.250 euros) y hemos recibido solamente 3.700 euros de nuestra Comunidad”, lamenta. La Casa de Canarias también ha tenido que tomar medidas. El próximo día 15 celebrará una subasta de las obras pictóricas de pintores canarios que cuelgan en su sede para recaudar fondos con los que mantener su actividad. “Ahora mismo vivimos de la aportación de los socios”, asegura Isabel Prinz, su vicepresidenta.

Las cuotas de estos centros oscilan entre los cinco y los 10 euros mensuales. Un precio simbólico que muchos de ellos ya no se pueden permitir. El gerente del Centro Asturiano, Antonio Pérez, reconoce que en los últimos años muchos paisanos se han dado de baja. Aún así, el conjunto de las casas regionales de Madrid sigue contando con más de 80.000 socios, según datos del Ayuntamiento. “Muchos madrileños desconocen su actividad pero son un espacio de encuentro que ha enriquecido la identidad de la ciudad”, asegura Carlos Martínez Serrano, coordinador del área de Familia, Servicios Sociales y Participación Ciudadana. El Consistorio ha aprobado para este año una ayuda de 36.000 euros destinada a los 34 centros. El año pasado las casas no recibieron ningún tipo de contribución municipal. En 2011 la cuantía ascendía a 60.000 euros.

Plato de papas en la Casa de Canarias.Kike Para

“Son años malos y el papel de las casas regionales se está redefiniendo. Lo importante es seguir ofreciendo actividades que acerquen a los madrileños a nuestra cultura”, considera Antonio Pérez, gerente del Centro Asturiano, uno de los más reconocidos en la capital. Con el fin de atraer a más socios, el centro adquirió hace unos años una finca de 60.000 metros cuadrados situada al sur del municipio de Móstoles donde poder pasar los fines de semana. La finca cuenta con todo tipo de instalaciones deportivas: piscinas, pistas de tenis, paddle, fútbol sala… En la Quinta de Asturias se puede hacer de todo. Incluso tienen boleras asturianas para jugar al ancestral bolo celta. Un hórreo traslada al visitante a cualquier pueblo de los Picos de Europa. En la sidrería, el paisano podrá calmar su sed. En la sala de tiro de rana, recordará sus juegos de infancia.

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