Opinión

La ‘barbaridad’ de Sants

La llegada del AVE a La Sagrera deja dos barrios partidos por la mitad; el tren en superficie suburbializa

La calle Antoni de Capmany, en la Barcelona que se tutea con L’Hospitalet, es un paisaje triste de persianas ciegas, sin vida. No pasa nadie que no tenga obligación de pasar, pero pasan los trenes, bruuum, bruuum, encajonados en esa obra aberrante que se conoce como “el cajón de Sants”. Una estructura de hormigón de dos pisos de alto que encapsula los trenes para que no se vean, como si haciéndolos invisibles desaparecieran. Yo tengo la sospecha que estas vías obcenas que cruzan la ciudad y la hacen imposible son parte de un pacto tácito o quizás de un cálculo oficial secreto: te hago la macro...

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La calle Antoni de Capmany, en la Barcelona que se tutea con L’Hospitalet, es un paisaje triste de persianas ciegas, sin vida. No pasa nadie que no tenga obligación de pasar, pero pasan los trenes, bruuum, bruuum, encajonados en esa obra aberrante que se conoce como “el cajón de Sants”. Una estructura de hormigón de dos pisos de alto que encapsula los trenes para que no se vean, como si haciéndolos invisibles desaparecieran. Yo tengo la sospecha que estas vías obcenas que cruzan la ciudad y la hacen imposible son parte de un pacto tácito o quizás de un cálculo oficial secreto: te hago la macro-estación de La Sagrera a cambio de dejar las vías como están. Porque una de las razones para traer el AVE hasta Sants —donde obviamente no cabía— era sepultar las vías en su recorrido urbano, pero Adif dijo que no, o se hizo la sorda o, como digo, entusiasmó a la administración con el caramelo de La Sagrera, la estación más grande del sur de Europa, que tampoco se hizo ni se hará, porque el grueso del pastel se iba a pagar con plusvalías especulativas y ya no está el horno para esos bollos.

Así que a Sants le quedó la vía en un tramo que la administración consideró soportable: 700 metros de calle y dos barrios partidos por la mitad. La solución fue entonces pragmática: ya que tenemos el desastre, vamos a hacerlo bonito. Y como siempre hay un referente inspirador, apareció el modelo Highline, de Nueva York nada menos, pero que no tiene nada que ver, porque en el ahora glamuroso Meatpacking District la via está huérfana de trenes y se puede pasar por debajo. En Sants, el cajón es una barrera, y está bien plantarle un jardín encima para que la gente pasee, pero no es una solución sino un apaño. Si uno camina a lo largo de la vía, los trenes se oyen, todo vibra un poco y el entorno es desolado, con ese abandono involuntario que tienen los paisajes castigados pero no trágicos. Los pasos subterráneos lucen unas rejas que no acabo de entender y que a lo mejor son para que no pasen las motos; hay olor a pis y poca luz. Del lado de La Bordeta, donde la trama urbana es más compleja porque se suma el obstáculo imposible de la Ronda del Mig, hay más vida, como si el barrio se hubiera desentendido del problema para seguir con sus cosas.

El problema, ahora mismo, es que el Ayuntamiento ha cambiado un poco el proyecto pactado con los vecinos, que es lo que está haciendo en toda la ciudad. Es cierto que a veces los proyectos pactados son excesivos, pero también se debe a que no tiene capacidad para gobernar de verdad y algo hay que hacer mientras se soluciona el problema del presupuesto que nadie vota. Aunque se mantiene el jardín sobre las vías, el proyecto anterior ponía unos inmensos taludes para que la gente subiera despacito y sin esfuerzo, cuando la realidad es que los taludes no caben. Sí caben, pero entonces no cabe la calle. Una cosa o la otra. Y el Ayuntamiento quiere dejar la calle Capmany practicable, mejorar los pasos subterráneos y subir la gente a la Highline en ascensor. Los vecinos ahora dicen que es un subterfugio para no enjardinar la losa que cubre el cajón allá arriba. ¡Pero si incluso hay dibujada una pieza de agua, como si el agua fuera indispensable en un jardín tan artificial! Claro que estamos hablando de ocho vías, ocho, que cruzan el barrio en diferentes niveles. Allá arriba hay anchura suficiente para poner cualquier cosa.

Los taludes tenían sentido si ayudaban a disimular las paredes antipáticas del cajón, ahora semicubiertas de grafitos, que sería una manera más adecuada de mejorarlas estéticamente, porque estamos hablando de un urbanismo de suburbio. El tren en superficie es exactamente eso: un elemento que suburbializa, que impide la vida normal. No sabemos cómo quedará exactamente la Sagrera: el alcalde ya dijo que habrá que repensar el proyecto y hacerlo más modesto. Dijo además: tal como estaba es una “barbaridad”, una palabra que a Xavier Trias le gusta mucho. La Sagrera era un parque lineal excesivo y pisos, hoteles y oficinas, que era la manera de proyectar ciudad antes de la crisis. Lo que sí sabemos es que hoy la barbaridad es el cajón de Sants. Por más plantitas que le pongan para consolar a los vecinos.

Patricia Gabancho es escritora.

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