Opinión

Tristes tragaperras

Mi experiencia con los casinos es más bien exigua. Sólo recuerdo haber paseado por algunos de ellos en la República Dominicana, donde no hay hotel sin su Gran Casino correspondiente, con sus luces y sus moquetas, abierto siete días a la semana, siempre concurrido. Lugares habitados en gran parte por mujeres, más del sesenta por ciento del público, mujeres solas que se arriman a su taburete frente al tragaperras rebuscando nuevas monedas en el bolso, mujeres silenciosas que comen de un plato en la mano sin dejar de mirar un instante a la seductora maquinita. Los hombres abundan en las apuestas ...

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Mi experiencia con los casinos es más bien exigua. Sólo recuerdo haber paseado por algunos de ellos en la República Dominicana, donde no hay hotel sin su Gran Casino correspondiente, con sus luces y sus moquetas, abierto siete días a la semana, siempre concurrido. Lugares habitados en gran parte por mujeres, más del sesenta por ciento del público, mujeres solas que se arriman a su taburete frente al tragaperras rebuscando nuevas monedas en el bolso, mujeres silenciosas que comen de un plato en la mano sin dejar de mirar un instante a la seductora maquinita. Los hombres abundan en las apuestas de carreras, tal vez en las ruletas. En todo lo demás, preferentemente mujeres solitarias, a todas luces frustradas, que tratan de distraer o de compensar su vacío sentimental o vital. Recuerdo haber ojeado todas las máquinas y todas las mesas para comprobar si había algún juego que no fuera de azar, alguno que implicara el más mínimo estímulo a la inteligencia o a la agilidad mental, siquiera sensorial. Ni uno. Nada más allá de la suerte y la emoción de perder (o ganar) dinero.

Que a mí me parezcan lugares tristes no es, por supuesto, una gran razón para estar en contra. Pero no puede dejar de llamarme la atención todo el lío montado en torno a Eurovegas y nuestro magnate de cabecera, mister Adelson. Pienso en ello y ya veo a Torrente apatrullando la ciudad, y a Alaska y a Mario Vaquerizo ejerciendo de sumos sacerdotes, o sacerdotisas. Lo decadente y lo kitsch también tienen su encanto oscuro, no seré yo quien lo niegue. Además, al tiempo que anunciaba su impresionante inversión en el vicio europeo, Adelson nos ha dado una lección de humildad: donde en verdad ceba su negocio es en Asia, de donde provienen hasta el 83% de sus ingresos, sobre todo de Macao, “el mayor mercado de casinos del mundo”; la vieja Europa está lejos de ser el ombligo del mundo, qué duda cabe. Así que la globalización era eso. No (tanto) una expansión de nuestras virtudes, sino de nuestros vicios. Vicios universales que, según todos los indicios, no entienden de relativismos culturales.

Las negociaciones siguen su marcha: según todos los antecedentes, el blanqueo de dinero, las vacaciones fiscales y la prostitución (y las mafias correspondientes) estarán a la orden del día; es posible que sus trabajadores no tengan siquiera el derecho de sindicarse; el tre-me-bun-do vicio de fumar, en cambio, está por ver que pueda ejercitarse en esos antros. Somos animales muy raros. Lo más curioso, con todo, es pensar en Eurovegas —y en Barcelona World— como modelos de salidas triunfantes de la crisis, como tienden a vendérnoslos sus promotores políticos. A falta de cualquier otro modelo coherente y convincente, ¿no parecen más bien remiendos, remiendos desesperados? Pienso en las mujeres tristes y ansiosas frente a las tragaperras: qué (poca) gracia imaginarlas como fuente de crecimiento económico.

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