Escenarios del crimen

Los secuestradores del pozo

En la carretera de Sants fueron ajusticiados en 1848 cuatro forajidos como en el Far West

La carretera de Sants, a la altura de la Riera d’Escuder. GIANLUCA BATTISTA

Los vecinos más viejos del barrio han crecido oyendo contar esta historia, distorsionada, exagerada y convertida en conseja urbana. En la carretera de Sants, a la altura de la Riera d’Escuder fueron ajusticiados públicamente cuatro forajidos, como en el Far West.

En el año 1848, en este mismo lugar estaba el café de Can Baldiri, lugar de cierto postín frecuentado por grandes propietarios rurales y empresarios de la incipiente industria que comenzaba a instalarse en esta localidad. Sants (en aquella época Sans), era un municipio independiente, cuyo ayuntamiento quedaba a muy pocos pasos ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Los vecinos más viejos del barrio han crecido oyendo contar esta historia, distorsionada, exagerada y convertida en conseja urbana. En la carretera de Sants, a la altura de la Riera d’Escuder fueron ajusticiados públicamente cuatro forajidos, como en el Far West.

En el año 1848, en este mismo lugar estaba el café de Can Baldiri, lugar de cierto postín frecuentado por grandes propietarios rurales y empresarios de la incipiente industria que comenzaba a instalarse en esta localidad. Sants (en aquella época Sans), era un municipio independiente, cuyo ayuntamiento quedaba a muy pocos pasos de aquí, donde la carretera (entonces Camí Ral) se cruza con el Cinturó de Ronda. Eran tiempos revueltos, los carlistas habían desencadenado una segunda guerra civil, y esta vez tenían como aliados a los republicanos. La guerra de los Matiners —pues ese sería el nombre que le pondría la prensa—, fue un conflicto extraño y caótico en el que abundaron los secuestros, las emboscadas y los tiroteos. Más que un combate a campo abierto, su desarrollo recuerda los enfrentamientos entre bandidos del Oeste americano. Fue así cuando la madrugada del 10 de abril, unos hombres uniformados de Mossos d’Esquadra entraron en Can Baldiri preguntando por cuatro de sus parroquianos. Según decían, el gobernador de Barcelona les había hecho llamar para un asunto urgente.

Después de nueve días, los rehenes pasaron otras tres jornadas en una cueva a oscuras

Los cuatro incautos eran el alcalde de la población, Francesc Caparrà, y los industriales Cros, Solà y Capdevila. Fuera esperaba un grupo de hombres armados que les llevaron detenidos, junto a un trabajador de una fábrica que intentó impedir el secuestro y que también fue capturado. Bordeando los huertos que rodeaban el pueblo, la partida de bandoleros se llevó a sus rehenes hasta Sant Gervasi. De allí se desviaron hacia Horta, cruzaron el río Besòs y se internaron por Santa Coloma de Gramenet. Se detuvieron en una casa de campo y los prisioneros fueron bajados a un pozo que sería su celda durante dos días.

Mientras tanto, la policía y el somatén habían comenzado su búsqueda. Sospechaban que podía tratarse de un destacamento carlista, aunque después resultó ser una banda de vulgares delincuentes. Todos los pueblos del llano de Barcelona hicieron repicar las campanas de sus iglesias para avisar al vecindario del suceso. Mossos d’Esquadra y guardias civiles se distribuyeron por los caminos e hicieron un primer registro por las masías solitarias que podían albergar a los secuestrados, infructuosamente. No obstante, un cliente de Can Baldiri dijo haber visto a uno de los malhechores en un comercio de la calle de Guardia en Barcelona, al que se detuvo. Y por el hijo pequeño de uno de los facinerosos averiguaron la identidad de los cabecillas.

Pau el Boig, Antón el Llarg, Solsona y Vilaregut fueron agarrotados frente a Can Baldiri
Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Sintiéndose perseguidos, los bandidos trasladaron a sus presas, descalzos y con los ojos vendados, hasta un caserón de las afueras de Badalona, donde volvieron a hacerles bajar a otro pozo en cuyas paredes habían excavado un pequeño cubículo. Una vez allí comenzaron las negociaciones para fijar un rescate, pero los detenidos no claudicaban, y tras varios regateos se acordó un pago de 500 onzas de oro por todos ellos. Los criminales les dieron pluma y papel y les hicieron escribir una carta para sus familiares. Un primo de Joan Cros debía ir cabalgando en burro hasta Granollers, con una gorra morada para poder ser reconocido. A la mañana siguiente el enviado fue interceptado por la banda en el actual municipio de Sant Andreu, donde entregó el dinero. Nueve días después de haber sido capturados, los rehenes fueron sacados del pozo y liberados. Pero en el último momento, el jefe de la partida decidió no dejarles marchar y pidió más dinero. Nuevamente encerrados, esta vez en una cueva a oscuras, pasaron tres jornadas allá dentro hasta ser definitivamente puestos en libertad. Abandonados en medio del campo volvieron a pie hasta Sants, donde denunciaron los detalles de su penoso cautiverio.

Las detenciones no tardaron en llegar. Primero fue Antón el Llarg, que confesó la identidad de sus cómplices. Al jefe de la banda, Jaume Batlle, lo detuvieron en un caserón de Arenys de Mar, tras un intenso y espectacular tiroteo en el que él resultó herido y su lugarteniente, muerto. Batlle fue ejecutado junto a tres de sus secuaces el 18 de mayo en Barcelona, y otros tres lo fueron en Badalona. Pero las muertes que congregaron más expectación tuvieron lugar en Sants, frente a Can Baldiri, donde se agarrotó a Pau el Boig, Antón el Llarg, Solsona y Vilaregut. El impacto de aquella ceremonia macabra les convirtió en leyenda local.

Archivado En