Opinión

La consulta del glotólogo

"Un caso típico de enajenación mental provocada por el síndrome de Bankia, pensó mi colega"

En estos tiempos tan complicados que vivimos lo mejor es cortar por lo sano y empezar de nuevo. Así lo ha hecho un colega mío, profesor asociado de lingüística, cuando lo iban a recortar por lo insano. En vez de esperar a que lo pusieran de patitas en la calle, ha abierto una consulta de glotología y se está forrando. ¿Que qué es eso de la glotología? Pues como la oftalmología, solo que en vez de graduarte la vista te gradúan las palabras. Su primer éxito profesional fue con un tal José Luis que tenía problemas con la palabra crisis y al que mi amigo consiguió curar en dos años de tratamiento....

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En estos tiempos tan complicados que vivimos lo mejor es cortar por lo sano y empezar de nuevo. Así lo ha hecho un colega mío, profesor asociado de lingüística, cuando lo iban a recortar por lo insano. En vez de esperar a que lo pusieran de patitas en la calle, ha abierto una consulta de glotología y se está forrando. ¿Que qué es eso de la glotología? Pues como la oftalmología, solo que en vez de graduarte la vista te gradúan las palabras. Su primer éxito profesional fue con un tal José Luis que tenía problemas con la palabra crisis y al que mi amigo consiguió curar en dos años de tratamiento. Pero lo que de verdad le hizo saltar a la fama fue la curación de Mariano, un tipo que se creía corsario de las islas Salomón —otros se creen Napoleón— y al que le entraba sarpullido solo de oír la palabra rescate.

“Con cien cañones por banda, viento en popa a toda vela, no corta el mar sino vuela, un velero bergantín, bajel pirata que llaman, por su bravura el Temido…” había entrado cantando el paciente, tras birlarle el bolso a la enfermera, tirar por la escalera a un abuelo y arrebatar el bocadillo a un niño que iba a la escuela. ¿Pero qué hace, ¡energúmeno!? —le había preguntado mi colega. “Se hará lo que se tenga que hacer”, argumentó el pirata, un hombre de pocas palabras y mucha barba, un verdadero lobo de mar. —Tranquilo, túmbese en este diván, le calmó el especialista. “La borrasca no se ha despejado, pero no vamos a naufragar”, adujo el enfermo mirándole de hito en hito. Claro, no faltaba más. ¿Y cuál es su problema, don Mariano? —le preguntó melosamente. —Que me paso la vida “cantando alegre en la popa, Asia a un lado, al otro Europa” y encima hablan de rescate. Aquí hay tomate, ya les daré yo rescate. ¿Pues no remamos todos en el mismo banco?

Un caso típico de enajenación mental provocada por el síndrome de Bankia, pensó mi colega. —A ver, repita conmigo: no es rescate, sino regate, un regate, otro regate y gool. El paciente se animó enarbolando una camiseta roja: —Toma rescate, mira que revolcón les voy a dar a estos, a Irlanda, a Croacia… —Espere, don Mariano, cómo se lo podría explicar, si ganamos a los colistas y perdemos con el líder de grupo, no hay nada que hacer. Dejémonos de parónimos y probemos con los sinónimos. Repita conmigo: rescate, recuperación, salvación, curación… De repente, el paciente se levantó de la camilla. ¡Milagro, don Mariano! —saltó el glotólogo palmeándole la espalda—, ya está Vd. curado: son dos mil euros por la visita. El aludido asintió: —Estoy como nunca, gracias, le pagaré con preferenciales. O mejor: presionaré a Frau Bulldog para que le pague ella. —Tampoco hay que pasarse, don Mariano, replicó el especialista. Pero este ya no le oía. Había ido a comprarse un buen diccionario. Desde entonces han pasado dos ministros más por la consulta. Y los que pasarán.

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