Crítica

Baile puro

Pese a su pureza, las dos coreografías, resultan inocentes y de una riqueza gestual limitada

Una muestra de la danza contemporánea brasileña aterrizó el jueves por la noche en el Gran Teatro del Liceo de Barcelona de la mano del Grupo Corpo, una compañía formada por 21 excelentes bailarines que dirige, desde 1996, Paulo Pederneiras y que ha actuado hasta este sábado. El programa está formado por dos coreografías tituladas Bach y Parabelo, sin duda la primera fue la mejor. El baile de esta formación está esculpido por la danza contemporánea pero también laten la danza neoclásica y el folclore de su país: es un baile virgen. Sus intérpretes bailan por el placer de bail...

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Una muestra de la danza contemporánea brasileña aterrizó el jueves por la noche en el Gran Teatro del Liceo de Barcelona de la mano del Grupo Corpo, una compañía formada por 21 excelentes bailarines que dirige, desde 1996, Paulo Pederneiras y que ha actuado hasta este sábado. El programa está formado por dos coreografías tituladas Bach y Parabelo, sin duda la primera fue la mejor. El baile de esta formación está esculpido por la danza contemporánea pero también laten la danza neoclásica y el folclore de su país: es un baile virgen. Sus intérpretes bailan por el placer de bailar con la intención de transmitir belleza. Lejos de los grupos de danza contemporáneos europeos en los que la constante búsqueda de registros gestuales, la violencia, los discursos políticos y las grandes escenografías enriquecen el baile, las coreografías del Grupo Corpo, ambas de Rodrigo Paderneiras, pese a su pureza, resulten inocentes y de una riqueza gestual limitada. Algo muy evidente en Parabelo que llega a aburrir pese a su vistosidad.

La velada empezó con Bach (1996), un interesante trabajo del compositor brasileño Marco Antônio Guimaraes sobre la obra del compositor alemán. El barroco de Bach se entrelaza con las composiciones de Guimaraes para cristalizar en un baile fluido y dinámico, en el que el trabajo coral, los dúos y los solos se intercalan a gran velocidad. El vestuario entre oscuros, azules y dorados infunde a la pieza una vitalidad deslumbrante. La escenografía formada por un móvil que pende del techo formado por numerosos tubos de órgano, por los que se deslizan los bailarines, enfatiza la majestuosidad, casi religiosa de esta pieza. El vocabulario coreográfico es simple, muy centrado en el giro y el salto, sin embargo la versatilidad de registros que poseen los bailarines y su nítida interpretación, le convierten en un trabajo atractivo y visualmente hermoso.

La segunda pieza Parabelo (1997) con música de Tom Zé y José Miguel Wisnik, es un trabajo inspirado en los cantos de trabajo y devoción del pueblo brasileño. Es una obra colorista, en que la danza contemporánea se entremezcla con el folclore. No obstante el baile resulta reiterativo y arrastra al espectador al aburrimiento. Al final el público aplaudió agradecido la magnífica interpretación de este disciplinado elenco que logra convertir el baile simple en algo único. Una auténtica proeza.

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