Opinión

Amanecer dorado

La izquierda ha abaratado tanto el término fascista, que cuando asoma un fascista de verdad a uno se le ponen los pelos como escarpias. Basta creer un poco en el sufragio universal, la independencia de los jueces, la libertad de expresión y la libertad de mercado para que aparezca un revolucionario sin complejos y te llame fascista. A cualquier demócrata blandengue le llaman fascista cuando, precisamente, si a alguien detestan los verdaderos fascistas es a los demócratas blandengues. Aquí te llaman fascista por votar en el pleno municipal en contra del candidato de Bildu o por sugerir que la P...

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La izquierda ha abaratado tanto el término fascista, que cuando asoma un fascista de verdad a uno se le ponen los pelos como escarpias. Basta creer un poco en el sufragio universal, la independencia de los jueces, la libertad de expresión y la libertad de mercado para que aparezca un revolucionario sin complejos y te llame fascista. A cualquier demócrata blandengue le llaman fascista cuando, precisamente, si a alguien detestan los verdaderos fascistas es a los demócratas blandengues. Aquí te llaman fascista por votar en el pleno municipal en contra del candidato de Bildu o por sugerir que la Plaza del Sol pertenece a todo el mundo y no a una minoría aficionada a las tiendas de campaña. No ha habido palabra más prostituida en la historia moderna que la palabra fascista.

Para conocer en serio al fascismo basta acudir al partido griego Amanecer Dorado y a su líder Michaloliakos, un individuo tosco y gritón que, como buen líder de extrema derecha, compensa con alaridos la falta de ideas y, acaso, el perfil bajo y fondón. Por una vez, el soniquete es cierto: Amanecer Dorado es un partido fascista, o nazi, o infernal. Reúne todos los atributos nacionalsocialistas: patriotería; blindaje de fronteras; odio a extranjeros, judíos y homosexuales; anticapitalismo.

Los exabruptos ideológicos de la extrema derecha siempre se parecen: buceando en Internet, uno encuentra alabanzas de los nazis griegos a la antigua Esparta, aunque su líder es un pequeño cetáceo al que los espartanos no dudarían en lanzar al vacío desde el monte Taigeto. Ciertamente, nadie tan parecido a los nazis, en la edad clásica, como los espartanos, que liquidaban sin piedad a sus niños defectuosos (Lo que a nosotros ni se nos ocurre, ¿verdad?). Era indignante ver al líder nazi, rodeado de chulos de discoteca, profiriendo amenazas en contra de los extranjeros. La guardia de corps del pequeño habría hecho las delicias de otro gran pequeño y de su lugarteniente Himmler. En la rueda de prensa de Amanecer Dorado, uno de los matones exigió a los periodistas que se pusieran en pie ante la llegada del líder, "en demostración de respeto". Y el líder no sólo exigió a los informadores que se levantaran, como si aquello fuera una ceremonia feudal de vasallaje, sino que después lanzó su perorata y no aceptó una sola pregunta. Hay que reconocer que, en esto último, al nazi se le ha adelantado nuestra clase política.

La verdad es que el peligro de estos partidos radica, más que en el carácter pendenciero de sus militantes, grandes como armarios, en la estampa abotargada de sus líderes, material de desecho. El nazismo siempre está lleno de siniestros acomplejados. Y para sobreponerse, en vez de ponerse calzas, deciden extender el sufrimiento. Como apuntó el gran Luciano Rincón, hablando de cierto ferrolano, más que ante una visión política estamos ante un cuadro psiquiátrico.

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