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Saint Etienne baja las luces de la pista

Tras 35 años de carrera, el grupo británico se despide con un álbum que vuelve a unir el pop melódico y los ritmos electrónicos. Su cantante, Sarah Cracknell, cuenta los motivos desde Londres

Los noventa no se entienden del todo sin Saint Etienne. Desde principios de aquella década, el grupo ocupó un lugar propio en el paisaje del pop británico, como un puente improbable entre la cultura de club y la canción melódica. Responsables de himnos como ‘Only Love Can Break Your Heart’, ...

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Los noventa no se entienden del todo sin Saint Etienne. Desde principios de aquella década, el grupo ocupó un lugar propio en el paisaje del pop británico, como un puente improbable entre la cultura de club y la canción melódica. Responsables de himnos como ‘Only Love Can Break Your Heart’, ‘He’s on the Phone’ o ‘Heart Failed (In the Back of a Taxi)’ documentaron una melancolía urbana muy propia de aquel tiempo finisecular.

El trío formado por Bob Stanley, Pete Wiggs y la vocalista Sarah Cracknell (Chelmsford, Inglaterra, 1967) se despide ahora con International (Heavenly/PIAS), un disco que, en lo musical, suena más a fiesta final que a lúgubre testamento. Nuestra cita es con la cantante del grupo, que aguarda en un restaurante del acomodado barrio londinense de Holland Park que solía frecuentar en su juventud, donde un camarero cuarentón la reconoce al instante y le transmite su infinita admiración, en una calle silenciosa de adosados victorianos, lejos del turismo masivo del centro.

La decisión de dejarlo no nace de ningún drama, solo de cierto cansancio. “Ya tenemos todos una edad y las giras, la promoción y los viajes se hacen más cansados que antes. Te dejan echa polvo”, afirma Cracknell mientras pide el almuerzo. ¿Qué recordará de estas tres décadas largas de música? “Lo que más me enorgullece no son los 13 álbumes ni haber salido tres veces en Top of the Pops, que era mi sueño de niña. Lo que me llevo es que sigamos unidos por un lazo tan fuerte. Eso no va a desaparecer”.

El álbum con el que dicen adiós funciona como resumen de todas sus encarnaciones previas. Está lleno de canciones redondas, atravesadas por esa mezcla de exaltación y tristeza que siempre fue marca de la casa. ‘Glad’, producida por Tom Rowlands (The Chemical Brothers), es un chute de euforia con sintetizadores y guitarras, que habla del amor por los pequeños placeres como mejor antidepresivo posible. En el lado más melancólico están ‘The Go Betweens’, un dúo con regusto retro junto a Nick Heyward, y ‘Fade’, una balada triste sobre las relaciones que se apagan. “La tentación es entenderla como una canción sobre el final del grupo, pero no lo es. Es una historia más general, ficticia, sobre los vínculos que se extinguen”.

Cracknell rememora el origen del grupo: “Los tres éramos muy fans del pop desde pequeños. Soñábamos con estar en una banda”. El problema es que ninguno de los tres tocaba un instrumento. “El house y el sampling lo cambiaron todo, porque nos dimos cuenta de que se podían hacer discos sin saber hacer música”, recuerda. La idea era que el grupo no tuviera vocalista: cada canción la interpretaría una chica distinta. La oportunidad llegó con el tercer sencillo del grupo, ‘Nothing Can Stop Us’, gracias a la entonces novia de Bob, que había crecido con Cracknell en un pueblo cerca de Windsor. “Suena un poco cursi, pero fue como encontrar a mi familia musical. Teníamos las mismas referencias: series, películas, canciones. Era el encaje perfecto”. Ya nunca se marchó.

El primer álbum, Foxbase Alpha (1992), lo hicieron a tientas. “Íbamos improvisando, cruzando los dedos para que gustara a alguien. Pensamos que sería el único que haríamos”. Desde entonces, Saint Etienne se convirtió “un grupo de collage”, con samples de voces robadas de películas británicas raras y cuñas de televisión de madrugada sobre ritmos de house y breakbeat. Y, por encima de todo, la voz de Cracknell, que siempre ha sido el centro de gravedad emocional de Saint Etienne: cristalina, cálida, modesta, más narradora que diva pop. Desde joven tuvo claro su objetivo: “Quería que mi voz fuera reconocible, que la gente me escuchara y supiera de inmediato que era yo”.

Cracknell admiraba a Elizabeth Fraser, de Cocteau Twins, y buscaba acercarse a igual de etéreo, pero sin perder naturalidad. También decidió no americanizar su acento, como hacían sus contemporáneas. “Era una forma de sonar auténtica y huir de lo mainstream”, apunta la cantante, hija de la actriz Julie Samuel, que participó en Los vengadores, y Derek Cracknell, ayudante de dirección de Stanley Kubrick, que también rodó varias películas de James Bond. “Casi debuté en el cine antes de saber hablar. Con apenas unos meses, gracias a mi padre, me escogieron para interpretar al bebé del final de 2001, una odisea del espacio, pero Kubrick acabó prefiriendo no usar a un niño real".

En pleno fenómeno Cool Britannia, con su ostentosa reivindicación de lo inglés, Saint Etienne ya eran una anomalía: francófilos, europeístas, suspicaces ante el patriotismo. “Nunca nos opusimos conscientemente al britpop, aunque puede que un poco si”, dice con malicia. Esa posición atraviesa toda su obra, desde la bandera europea en la portada de de sus primeros singles, ‘Kiss and Make Up’, hasta su propio nombre, inspirado en el club de fútbol de la ciudad francesa, o el título de este último álbum. “¿Quién no querría formar parte de una comunidad más amplia de culturas distintas, sin restricciones de viaje y con libertad para disfrutar de los países de los demás? No me entra en la cabeza. Los tres estamos cabreados”, dice Cracknell. Y se ríe cuando ve a viejas glorias del britpop —no hace falta citar nombres— reunirse para ganar dinero. “Los vemos y entendemos que así es como debimos hacer las cosas”, ironiza.

“El pop ya no es género central. Ahora ese espacio lo ocupan el hip hop, el reguetón y mil estilos más”, dice la vocalista. “Es una de las razones por las que me dije que era hora de dejarlo. Es momento de dejar sitio”

Varias veces estuvieron a punto de dar el gran salto, pero prefirieron mantener su estatus de culto, construyendo una discografía impecable. Good Humor (1998), grabado en Suecia con material analógico, reunió canciones perfectas como ‘Sylvie’, ‘Lose That Girl’ o ‘Woodcabin’. Más tarde, su colaboración con To Rococo Rot en el Berlín de los primeros dosmil los llevó a su experimento más atmosférico, Sound of Water (2000). En la mitología pop circula un rumor: se dice que Cracknell rechazó ‘Believe’, que acabaría en manos de Cher con el éxito conocido. Cracknell sonríe: “Eso dice la gente, pero no tengo ningún recuerdo. Creo que esa propuesta nunca llegó hasta mí”.

Hablar de esta despedida también implica analizar el lugar menguante que ocupa hoy el pop. Cracknell asiente. “El pop ya no es género central. Ahora ese espacio lo ocupan el hip hop, el reguetón y mil estilos más”, dice. “La música sigue siendo importante, pero ya no define a la gente como nos definió a los de nuestra generación”. ¿A qué grupos escucha? “Sobre todo a las chicas. Me encantan PinkPantheress y SZA. Me parecía demasiado teatral, pero ahora pienso que es fantástica y muy talentosa”. Esa energía nueva también pesó en su decisión. “Es una de las razones por las que me dije que era hora de dejarlo. Es momento de dejar sitio”.

‘The Last Time’ cierra el álbum y también su carrera. Fue la última que grabó y la única que no consiguió terminar sin romperse. “Se me hizo un nudo en la garganta”, admite. La canción deja la imagen de dos antiguos ravers convertidos en adultos responsables, atrapados entre el recuerdo idealizado de sus noches de locura y el hastío de la vida doméstica. Cracknell se sube el abrigo antes de volver a las calles de una ciudad que ya casi no reconoce. “No sé cuál será ese nuevo yo sobre el que canto en el disco”, confiesa. “De momento, me voy al sur de Francia a beber vino”. Pero, antes de despedirse, deja caer una pista, inspirada en lo que hicieron compañeras como Tracey Thorn y Viv Albertine: escribir unas memorias. Habrá que leerlas.

International

Saint Etienne
Heavenly / Pias

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