Ir al contenido

Roberto Huarcaya: el fotograma como territorio vivo

El artista peruano reúne en el MARCO de Vigo una serie de instalaciones que examinan tensiones culturales, ambientales y sociales del Perú contemporáneo mediante técnicas que prescinden de la cámara y desafían la inmediatez de la imagen

Todo comenzó en 2014, cuando el artista peruano Roberto Huarcaya (Lima, 1959) fue invitado a participar en una experiencia natural, en el Parque Nacional Bahuaja Sonene, en la selva peruana de Tambopata. Aquella vivencia supuso un punto de inflexión en su trayectoria. Sumergido en la densidad de una exuberante biodiversidad de plantas y animales, supo que debía abandonar el enfoque documental tradicional, en busca de una forma radical y más sensible de representar la experiencia. Decidió prescindir de la cámara y centrar su práctica artística en el fotograma,una técnica anterior que no utiliza...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Todo comenzó en 2014, cuando el artista peruano Roberto Huarcaya (Lima, 1959) fue invitado a participar en una experiencia natural, en el Parque Nacional Bahuaja Sonene, en la selva peruana de Tambopata. Aquella vivencia supuso un punto de inflexión en su trayectoria. Sumergido en la densidad de una exuberante biodiversidad de plantas y animales, supo que debía abandonar el enfoque documental tradicional, en busca de una forma radical y más sensible de representar la experiencia. Decidió prescindir de la cámara y centrar su práctica artística en el fotograma,una técnica anterior que no utiliza aparato óptico, con la que realiza obras a escala monumental.

La exposición Intersticios. Fotogramas 2014/2025 da cuenta en el MARCO de Vigo de este proceso de transformación y de los distintos territorios, —la selva amazónica, el litoral del Pacífico y las alturas andinas— que acompañaron su búsqueda. Reúne cuatro instalaciones donde el fotograma se convierte en un medio para registrar la energía y la memoria de cada lugar así como la presencia humana. Un “procedimiento artesanal, que desafía la inmediatez de la imagen digital contemporánea, articula una mirada alternativa sobre la fotografía”, destaca Miguel Fernández-Cid, comisario de la muestra.

En el medio de la selva, Huarcaya elige un lugar entre el follaje donde desplegar largos trozos de papel fotosensible, con la intención de capturar los distintos elementos del entorno mediante el destello de un pequeño flash de mano. Sin embargo, fue una tormenta la primera en iluminar la escena, imprimiendo su huella en el papel. “Se fueron sumando accidentes y una serie de situaciones —rayos, lluvias, la luna— , elementos en los que la naturaleza empieza a ser parte de los procesos de creación”, explica el artista. “La fotografía, entendida como un disparo, comenzó a desplazarse a una especie de fotoacción, a un punto de encuentro entre un acto performativo, el land art y la sesión fotográfica”. La resonancia de este trabajo ha llevado al autor a estar presente en citas tan relevantes como la Bienal de Venecia y Los Encuentros de Arlés.

Así, una de las instalaciones más importantes de la muestra, perteneciente a la serie Amazograma, fue creada a partir de estas primeras imágenes: una pieza de cerca de 30 metros a la que se suman otras de menor tamaño que generan una espiral que se va cerrando. Evoca la sensación de adentrarse en un bosque tropical, donde uno pierde la noción de dónde está y, para salir, debe desandar el camino. La experiencia sumerge al visitante en un espacio donde lo experimental se entrelaza con una dimensión ritual y primitiva, acentuada por la luz tenue que envuelve el espacio.

“Fueron dos años de intentos fallidos hasta que surgieron los primeros fotogramas”, advierte Huarcaya. “Ningún tipo de cámara me había ofrecido, hasta entonces, una distancia con suficiente fuerza como para contener y respetar la fuerza contenida en aquellos lugares. Cuando me iba a marchar, el jefe de la etnia del territorio donde trabajaba, Ese Ejja, me dijo algo muy significativo: ‘Ha sido muy interesante ver cómo has trabajado, no has aprendido mucho, pero has desprendido muchísimo, y eso que has desaprendido te ha hecho vincularte con la Amazonia, de manera cercana y empática. Has encontrado un medio que abraza a la selva, y así la selva ha decidido posarse sobre tu trabajo’.

Cuerpos develados ocupa el espacio central del panóptico del MARCO. Se trata de una serie de 32 retratos de personajes vinculados a la fotografía latinoamericana. Graciela Iturbide, Paz Errázuriz, Pablo Ortiz Monasterio, Joan Fontcuberta, así como galeristas, gestores culturales o coleccionistas, levitan en el espacio, transfigurados en formas blancas y luminosas tras dejar su huella directamente, desde distintas posiciones, sobre el papel fotosensible en un espacio totalmente oscurecido. “Con la idea en mente de que el edificio había sido, en otros tiempos, una prisión, me vino a la cabeza uno de los grabados de Gustave Doré realizados para ilustrar la Divina comedia”, explica el fotógrafo. “De ahí surgió la instalación como la metáfora de una salida simbólica de la prisión, del desequilibrio y la violencia, hacia un ámbito de luz, cultura y vínculos más amables, constructivos y equilibrados”.

En la parte inferior, se encuentra una piscina circular repleta de agua. Al observar el reflejo de los retratos se gesta casi un infinito vertical como una referencia al mundo superior e inferior Una gota cae al centro, temporizada, aproximadamente, al minuto, generando una expansión del centro del círculo hacia los extremos. “Un ritmo constante que se repite y se hace expansivo, de manera que los elementos visuales refuerzan la idea de la temporalidad y la espacialidad”, añade el autor.

Una tercera instalación ocupa el espacio formada por cuatro fotogramas creados a partir de la basura recogida en la costa peruana. Imágenes abstractas, con un tono cromático casi radioactivo, que evocan formas cercanas a jeroglíficos pese a surgir de un proceso experimental e intuitivo y se reflejan en una tarima que contiene agua. Al caminar sobre ella, el visitante provoca que el agua vibre, obligándolo a detenerse para contemplar con claridad las formas suspendidas y sus reflejos en movimiento

La representación de un bosque de eucaliptos fotografiado en Cuzco —especie exótica muy extendida en Perú que está causando mucha controversia— así como la de un caballo – introducidos durante la conquista española, o la que hace referencia a la Yawar Fiesta, o fiesta de sangre donde un cóndor —especie local— es amarrado al lomo de un toro, como representación simbólica del enfrentamiento entre la cultura andina y la española, así como los realizados a danzantes y a músicos, reconstruyen experiencias o elementos culturales. Resonancias reflexión sobre Perú sobre el momento complejo y violento que vive su país

La representación de un bosque de eucaliptos fotografiado en Cuzco —una especie exótica muy extendida en Perú, que genera controversia—, la del caballo, introducido durante la conquista española, y la de la Yawar Fiesta, o fiesta de sangre, en la que un cóndor, especie nativa, es atado al lomo de un toro como símbolo del enfrentamiento entre la cultura andina y la española, dialogan con imágenes de danzantes y músicos que evocan bailes de resistencia y tradiciones ancestrales. Reconstruyen experiencias y elementos culturales donde resuena la historia, la memoria y las tensiones culturales contemporáneas con el fin de generar una reflexión sobre el momento complejo y violento que atraviesa el país latinoamericano.

Cada uno de los fotogramas se erige como la suma de muchos momentos, donde el accidente y la casualidad desempeñan un lugar importante. Funcionan como soportes que se abren al mundo en un espacio y tiempo determinado. “Controlo el tiempo de exposición y el lugar, pero lo demás es una sucesión de acontecimientos que se gestan sin mi control como autor. Me convierto más en un facilitador para que esta conjunción de hechos termine siendo registrada“.

“El espectador se ve confrontado con cuerpos y paisajes que no han sido simplemente fotografiados, sino literalmente tocados por la imagen”, destaca el comisario. “Esta estrategia pone en crisis las lógicas convencionales del encuadre, la composición y el punto de vista, desplazando la mirada hacia una forma de conocimiento sensible, corporal, envolvente”.

En la obra de Huarcaya, aquello que vemos no es solo imagen, sino contacto, una huella física del encuentro entre cuerpo, territorio y luz. Al desplegar sus piezas en grandes extensiones, que invitan a ser recorridas, el artista comparte con el espectador la misma inmersión que define su proceso. Así, la fotografía deja de ser un marco que captura el mundo y se convierte en un espacio que se habita, un tránsito que activa una forma de percepción más sensible y profunda de la naturaleza y del ser humano.

Intersticios. Fotogramas 2014/2025. Roberto Huarcaya. MARCO de Vigo. Hasta el 29 de marzo.

Sobre la firma

Más información

Archivado En