‘Pista vacía’: abandonar el país por una melena mejor
El escritor chileno Matías López Navajas nos sumerge en una ficción delirante y punk sobre un padre y sus hijos que viajan a Turquía a hacerse unos injertos capilares y se quedan atrapados en el aeropuerto de Barcelona
Qué más, ¿qué ocurre después? Esta es la impaciencia que domestica mi ánimo, a medida que las páginas de Pista vacía, la novela de Matías López Navajas (Santiago de Chile, 45 años), desfilan ante mis ojos. Estos días soy una lectora despistada, porque no pensé que una propuesta literaria que, en principio, no me atrajo tuviese un poder sobre mí de este calibre. Aunque supongo que no es de influencia o autoridad de lo que hablo, sino de aquellos textos que despiezan los ahorros cognitivos que hemos construido minuciosamente a lo largo de los años. No, nunca sabrán todo sobre la literatur...
Qué más, ¿qué ocurre después? Esta es la impaciencia que domestica mi ánimo, a medida que las páginas de Pista vacía, la novela de Matías López Navajas (Santiago de Chile, 45 años), desfilan ante mis ojos. Estos días soy una lectora despistada, porque no pensé que una propuesta literaria que, en principio, no me atrajo tuviese un poder sobre mí de este calibre. Aunque supongo que no es de influencia o autoridad de lo que hablo, sino de aquellos textos que despiezan los ahorros cognitivos que hemos construido minuciosamente a lo largo de los años. No, nunca sabrán todo sobre la literatura. No, no pueden cerrarse en banda sin leer, ni siquiera, las 20 o 30 primeras páginas, aunque sea, porque puede que el muerto esté en la vigesimoprimera. Sí, cada libro que lean les enseñará a leer de nuevo.
El escritor chileno nos sumerge en una ficción delirante y punk en la que la literatura, haciéndome eco de sus palabras, es un plan sospechoso, rebuscado, lleno de cabos sueltos. Lucas y Pablo han acordado encontrarse con David, su padre, en la terminal del aeropuerto Josep Tarradellas Barcelona-El Prat para tomar un avión juntos e ir a Turquía a injertarse pelo. El papá de los dos, el señor D., es calvo, así que Pablo, el mayor de los hermanos, interpreta que qué mejor forma de hacerle ver a su progenitor que sus retoños han mejorado la especie que poniéndose melenas. Ah, y de paso alquilar un globito en Capadocia. ¿Hasta aquí todo mal? ¿Cuántos lectores han salido propulsados? ¿Y lectoras? Que vuelvan, que esto les va a interesar, porque hay relatos que es mejor oír. De pronto, que no hay vuelo. Que los hermanos Varona se han quedado tirados en la terminal. Que los grupos de viajeros han empezado a acampar. Que hay un doctor que reparte sustancias. Un chino que es mexicano. Ah, y un vasco, Baby Fake, que, obsesionado con una chica, metió la pata hasta el fondo. Sí, que casi la mata. Y don D., ¿dónde está? Tenía que haber aterrizado un par de horas antes que Pablo desde Chile. Eran pasajes distintos. Ahora, La Rioja. ¿En serio? ¿Cuántos meses llevan ahí atrapados ya? No hay nada peor que un hombre justificando una infidelidad.
Probablemente no vean esta novela en los supermercados, en las paradas de autobús o anunciarse surcando el cielo tras un avioncito que apenas tira. Tampoco se la premiará con un galardón salado en lo económico —o no aún—, ni se comentará en un magacín. Si bien, igual todas esas cosas no sucedan, no tiene que ser así. Las historias tienen vida propia. Pista vacía es una novela divertida, ingeniosa y, a veces, melancólica, que invierte muchos tópicos de la reciente literatura latinoamericana, en la que alguien ha de abandonar su país para aspirar a una vida mejor, subido a lomos de la globalización y el capitalismo más desequilibrado.
Ustedes ahora me verán por las calles, repartiendo estampitas de san Matías López Navajas, como hice con Alberto Fuguet o con Alejandro Zambra en otro tiempo. Si algo muestra esta obra tan original es que la literatura repleta de aviones de aquel país con forma de lapicito es que otro punto de vista, a través de frases aparente inofensivas, es posible.