‘Una historia personal de la arquitectura europea’: un viaje por el continente a través de la belleza de sus edificios
El arquitecto y profesor David Ferrer propone una celebración del empeño constructivo y la evolución de sus corrientes, desde el templo griego hasta el movimiento moderno del siglo XX
En Una historia personal de la arquitectura europea (del templo griego a la Bauhaus), el arquitecto y profesor David Ferrer emprende un viaje admirable tomando como guía la sabia premisa del humanista, arquitecto y teórico del Renacimiento Leon Battista Alberti, autor de Sobre la construcción, impreso en 1485: “No escribimos solo para especialistas, sino para personas interesadas en temas nobles, y conviene intercalar de vez en cuando cosas amenas.”
De este modo, Ferrer dibuja un plano clarividente que va del templo griego al movimiento moderno del siglo XX. No es un libro...
En Una historia personal de la arquitectura europea (del templo griego a la Bauhaus), el arquitecto y profesor David Ferrer emprende un viaje admirable tomando como guía la sabia premisa del humanista, arquitecto y teórico del Renacimiento Leon Battista Alberti, autor de Sobre la construcción, impreso en 1485: “No escribimos solo para especialistas, sino para personas interesadas en temas nobles, y conviene intercalar de vez en cuando cosas amenas.”
De este modo, Ferrer dibuja un plano clarividente que va del templo griego al movimiento moderno del siglo XX. No es un libro de crítica arquitectónica pura; es, por el contrario, una celebración del empeño constructivo, de la evolución del ideal de belleza, de las corrientes y los estilos que han marcado la Historia. Como la arquitectura precisa de nuestra presencia para ser comprendida, Ferrer ofrece una panorámica bien ilustrada y estimulante de la arquitectura europea desde la Antigüedad hasta las vanguardias, invitándonos a ver y leer las ciudades, los materiales, los arquitectos y, sobre todo, los edificios y el uso que de ellos hizo la gente, la verdadera destinataria de la arquitectura.
Desde las transformaciones culturales de Atenas hasta el sanatorio de Paimio de Alvar Aalto, transitamos con interés creciente por la geografía europea a través de los edificios y los estilos que han determinado nuestra manera de habitar y observar.
Así, empezamos con los griegos, que consideraron al ser humano el centro de todas las cosas y volcaron su potencial artístico en templos que fueron tomados como referencia por su perfección, que ligaba el orden y las proporciones. La vida pública de la polis requería también de largas naves cerradas con cubiertas de madera, llamadas estoas, que pronto albergaron reuniones de filósofos populares a los que hoy llamamos estoicos. Figuras como Fidias dotaron de milagrosa belleza a la escultura, que ha jugado un papel fundamental en la arquitectura.
La época helenística (posterior a Alejandro Magno) dio lugar a las primeras ciudades planificadas y mejoró las casas particulares. Los romanos, más organizados que cultos, dieron una vuelta de tuerca definitiva a las comunicaciones terrestres, imitaron a los griegos y convirtieron Roma en una verdadera capital imperial a partir de grandes edificios públicos concebidos como monumentos artísticos. Ahí está el Panteón, la perfección de la cúpula y el fascinante óculo que ilumina un templo reverenciado por Le Corbusier. La simetría era la forma romana de ver el mundo. En la era de Augusto, Marco Vitruvio publicó un manual que se salvó milagrosamente: De architectura, texto de influencia determinante en la arquitectura europea. El panem et circenses del que habló Juvenal fomentó los espacios para el espectáculo: ahí está el Coliseo.
Son fascinantes los capítulos dedicados a la arquitectura del cristianismo, cuyas ceremonias comunitarias precisaron de unas casas de reunión llamadas domus ecclesiae, de las que derivaría la ecclesia, la iglesia, que se extendería de manera imparable. De todas las iglesias bizantinas, ninguna es comparable a Santa Sofía. El poeta Pablo Silenciario definió su cúpula como “el firmamento que descansa sobre el aire”. El carácter pedagógico del ensayo se extiende por la Europa de las órdenes monásticas, cuando congregaciones como la de Cluny levantaban monasterios para llevar a cabo el ora et labora, donde se perfeccionaron los claustros y las bóvedas de crucería. Luego vendrá la fiebre constructora de las ciudades medievales, que dará lugar a la Europa de las catedrales.
En el siglo XIV renacerá en Florencia la herencia de Roma: los ojos humanistas reclamaban las glorias de la Antigüedad. Y llegó Brunelleschi para realizar una interpretación moderna de la arquitectura romana en la basílica de la Santa Croce, con su eterna cúpula. La arquitectura del Renacimiento halló nombres como Bramante y Leonardo da Vinci, y luego Miguel Ángel, que le daría un rumbo irreversible.
Cuenta Ferrer que la arquitectura gótica pervivió en gran medida por la influencia que la literatura ejerció en la sociedad: la novela gótica, basada en relatos de castillos medievales con pasadizos y fantasmas, era muy popular. Oscar Wilde escribió El fantasma de Canterville, Walter Scott fundó la novela histórica, y Víctor Hugo publicó en 1831 Nuestra Señora de París, cuyo personaje principal —Notre Dame— es la catedral gótica de París, descrita como “la obra colosal de un pueblo”.
Contra la revolución industrial, William Morris fundó el movimiento Arts and Crafts, apostando por el retorno a la artesanía, antesala del art nouveau y de la posterior Escuela de Viena, con el genial Adolf Loos maldiciendo el ornamento. La Alemania moderna de la Bauhaus, representada por el edificio de Gropius (el pedagogo) en Dessau —templo de racionalidad y funcionalismo— abriría caminos sin retorno para arquitectos como Mies van der Rohe (el artista y el maestro).
Estamos ante una lectura palpitante y no erudita en exceso, que no deja de celebrar el conocimiento en ninguno de sus capítulos y que se lee con la pasión con la que se asistía a una clase de historia del arte en el bachillerato y la universidad. David Ferrer nos recuerda que la arquitectura, más que una cuestión de técnica, es un espejo de lo que soñamos ser. Nos invita a escuchar esas voces de piedra, mármol o acero que, a lo largo de los siglos, han intentado decirnos quiénes somos. Esa es, tal vez, la más humana de las construcciones.
Una historia personal de la arquitectura europea
Tusquets, 2025
400 páginas, 22 euros