Violeta Gil: “El empeño en el capitalismo me resulta patético”
El libro de la creadora escénica ‘Andábamos maravillados’ sube a las tablas a modo de concierto en el Festival de Otoño de Madrid
Violeta Gil (Hoyuelos, Segovia, 1983) es poeta, narradora y creadora escénica. Mezcla de versos y conversaciones, su libro Andábamos maravillados (Arrebato) sube a las t...
Violeta Gil (Hoyuelos, Segovia, 1983) es poeta, narradora y creadora escénica. Mezcla de versos y conversaciones, su libro Andábamos maravillados (Arrebato) sube a las tablas a modo de concierto en el Festival de Otoño de Madrid.
En Andábamos maravillados se reúnen poesía y teatro. ¿En qué puntos se tocan y en cuáles se separan ambas formas de escritura? Este ha sido un libro que he escrito muy a la par de la creación del espectáculo, los ritmos, las repeticiones, tienen mucho que ver con la música y la escena, y son claves en la poesía también. Pero llega un punto en que la versión para la escena se separa de la escrita para ser publicada, sobre todo en lo que tiene que ver con el acto comunicativo en tiempo presente. Para la escena he buscado más momentos de complicidad a través de preguntas directas, por ejemplo, he alargado las repeticiones, las anáforas. Sin embargo en el libro he sido más concisa, he intentado ser precisa con el lenguaje.
¿Cuándo supo que se dedicaría al teatro? Seguramente cuando llevaba diez años ya trabajando en ello.
¿Cuáles son sus tres dramaturgos de cabecera? Angélica Liddell, Lola Arias y Alberto Cortés.
¿Hay algún clásico que haya descubierto recientemente? ¡Baudelaire!
¿Qué texto siente que es imposible representar? Pensemos en presentación en lugar de representación, ¿eso vale? Y ahí diría que vamos con todo.
¿Qué le resulta hoy patético? El empeño en el capitalismo. Y la ultraderecha.
¿Qué cualidad valora más en un texto teatral? Tengo que decir que no pienso mucho en textos teatrales desligados de la escena. Y soy mucho más lectora de poesía, novela y ensayo que de teatro, no sé si eso es deformación profesional. En cualquier caso, valoro la voluntad de transformar la realidad a través de las palabras y de las ideas.
¿Cuál es la última obra teatral que le ha emocionado? Analphabet, de Alberto Cortés, lloré en el patio de butacas. Y One song, de Miet Warlop, la sigo teniendo presente aunque la vi hace dos años.
¿Cuál es el mejor halago que ha recibido por su trabajo? En ocasiones he oído: “Parecía que la escena estaba siendo improvisada”, cuando en realidad se trataba de un texto prolijamente ensayado. Me sorprende que se diga pero me halaga.
¿Y el más extravagante? Me han felicitado por el trabajo de una actriz en una de nuestras piezas con La tristura pensando que me acababan de ver actuar cuando en realidad estaba lanzando los sobretítulos.
¿Qué libro tiene ahora mismo abierto en la mesilla de noche? On James Baldwin, de Colm Tóibín.
¿Uno que no pudo terminar? Me muero de vergüenza, porque el título del poemario es un robo a uno de sus versos, amo sus poemas y sus relatos, pero no he sido capaz de terminar Malina, de Ingeborg Bachmann, que además es un libro muy citado por varias autoras a las que amo. Confío en poder hacerlo en algún momento.
¿Su película favorita de todos los tiempos? Paris, Texas, de Wim Wenders.
¿Cuál fue la última serie que vio del tirón? He tenido que pensarlo, hace mucho que no veo series, diría que El ataque de los Titanes, el anime basado en el manga de Hajime Isayama.
¿Qué canción escogería como autorretrato? Me matas con esta pregunta, quiero decir mil, pero venga, me lanzo: No tengo miedo, de Astrud.
¿En qué museo se quedaría a vivir? Nunca he estado, pero creo que me quedaría en la Capilla de Rothko, en Houston. Y si no, en el Vostell Malpartida.
¿Cuál es el suceso histórico que más admira? La revolución de los claveles.
¿Qué encargo no aceptaría jamás? Me costaría mucho dirigir obras ajenas de las que no pudiera modificar el texto.
¿Qué está socialmente sobrevalorado? El autocuidado.
¿A qué actor le daría un Oscar? ¿Y a qué dramaturgo el Premio Nobel? Me cuesta mucho el tema de los premios, la verdad. Pero a Fernanda Orazi le daría muchos. Y a Ana Diosdado le hubiera dado muchos también.
De no haberse dedicado al teatro, sería… ¿Cocinera? De pequeña quería ser pintora, gasolinera y panadera, pero nunca he sabido pintar.