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‘Dibujo de un zorro herido’: en la mente de Tom Ripley

Oriol Puig Grau, autor y director revelación de los últimos años, desafía al público con un monólogo extraño pero vertiginoso

Un monólogo de casi dos horas de duración es un desafío tanto para quien lo ejecuta como para el público. Aún más cuando se representa en un espacio reducido en el que los espectadores de la primera fila casi pueden tocar al protagonista. Es el caso de Dibujo de un zorro herido, escrito por Oriol Puig Grau durante una residencia de creación en el Centro Dramático Nacional y estrenado ahora en la sala pequeña del teatro María Guerrero de Madrid, con dirección del propio autor e interpretado por Eric Balbàs. Efectivamente, la función se hace larga y por momentos extraña, pero tiene tanto ritmo que consigue sostener el interés por encima de sus fallas.

El ritmo está ya en el propio texto. A sus 33 años, Puig Grau tiene bastante afianzado un estilo personal que destaca, sobre todo, por su habilidad para convertir en poderosa voz dramática el torbellino que agita por dentro a sus personajes: esa especie de centrifugadora interior que es la mente y que nunca para de dar vueltas. Se escuchaba esa voz en Karaoke Elusia y Massa brillant, las dos obras que lo han impulsado como autor revelación en los últimos años, pero con cierto ruido de fondo. En Dibujo de un zorro herido se impone sobre todo lo demás y nos enseña sus costuras con una audaz técnica de escritura que recuerda al hiperrealismo de autores como el noruego Karl Ove Knausgård. El protagonista no solo pronuncia sus pensamientos, sino todas las órdenes que emite su cerebro, incluso las que parecen más triviales: abro un armario, cojo una taza, enciendo la máquina de café, etc. Las órdenes pueden parecer intrascendentes, pero no es un recurso futil: nos muestra con detalle cómo le funciona la cabeza al personaje.

Porque, además, de eso va la obra. Un joven maestro de infantil a la busca de una identidad que acaba confundiendo con la de otro. Todo empieza cuando ve en una galería de arte el autorretrato de un pintor de su edad fallecido poco antes en un accidente. Se obsesiona con el artista, espía sus redes sociales todavía activas, aborda a la madre, se viste como él, sueña con el que era su novio. La influencia de Patricia Highsmith es clara, como confiesa el autor en el programa de mano: su Tom Ripley vertebra al personaje. En paralelo, su trabajo en la escuela, donde se topa con un niño conflictivo, desata otro vendaval en su interior. Qué hace que ese niño sea como es, qué vivencias o circunstancias externas condicionan su identidad y su comportamiento.

La obra avanza en forma de bucle, lo que genera cierta confusión. Entendemos que es deliberado, pues es así como funciona la mente a veces, pero exige un alto nivel de atención. Ya avisamos que la obra no es fácil ni condescendiente. No obstante, la interpretación de Eric Balbàs ayuda a digerirla. El actor, pese a estar solo en el escenario, lo llena de personajes y pasa de uno a otro en segundos. Su trabajo es tan vertiginoso como exige el texto y no decae en ningún momento.

También ayudan los sonidos, la música, el diseño de luces y la versátil escenografía de Monica Boromello: un mobiliario que funciona como apartamento, aula escolar, despacho o galería de arte, sin necesidad de mover nada de sitio. Y ojo, aquí no hay proyecciones de vídeo ni otros recursos de apoyo en escena: basta con un buen actor para sostener la función.

Dibujo de un zorro herido

Texto y dirección: Oriol Puig Grau. Intérprete: Eric Balbàs. Teatro María Guerrero. Madrid. Hasta el 16 de noviembre.

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