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Wolfgang Tillmans, historia de las penúltimas cosas

El fotógrafo clausura la programación del Pompidou con una retrospectiva que recorre 40 años de su obra, justo antes de que el museo cierre sus puertas durante cinco años. El resultado es una especie de réquiem por el siglo XX

Visitar la retrospectiva de Wolfgang Tillmans en el Centro Pompidou es caminar por un espacio suspendido entre dos tiempos: el del museo que fue y el del que está por venir, ya que el lugar se dis...

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Visitar la retrospectiva de Wolfgang Tillmans en el Centro Pompidou es caminar por un espacio suspendido entre dos tiempos: el del museo que fue y el del que está por venir, ya que el lugar se dispone a cerrar sus puertas durante cinco años por obras de renovación. Lo recorrimos varias veces durante el verano —una tarde de julio, otra de agosto, otra de septiembre—, siempre con la misma sensación: que la institución parisina se despide en clave crepuscular. El museo ya casi está vacío. Las plantas superiores que solían acoger grandes retrospectivas fueron cerradas antes del verano. El cine del museo ha sido clausurado. La librería y la tienda de diseño bajaron la persiana hace meses.

Solo la Biblioteca Pública de Información —una de las mayores de libre acceso en toda Europa, utilizada cada año por cerca de un millón de visitantes— resiste como último testigo. La retrospectiva de Tillmans, uno de los nombres más influyentes del arte de nuestro tiempo, se despliega en una de las dos plantas que solía ocupar la biblioteca: un piso de 6.000 m² lleno de sillas de colores, pantallas encajadas en cubículos metálicos, estanterías interminables, mesas y pupitres aislados de diseño sobrio, que no han desaparecido pese a que la biblioteca cerrase al público en marzo pasado.

La muestra es un punto de inflexión en la historia del Pompidou: es la última exposición antes de una transformación arquitectónica que hará desaparecer el interior del museo tal como lo conocimos desde su fundación en 1977. Por ello, resulta inevitable ver en ella una especie de réquiem por el lugar, por su significante y por su significado. Hay algo especialmente melancólico en este último capítulo, como si fuera un adiós a la tradición de la emancipación por la cultura de la que tantos salimos, que durante décadas se encarnó en el museo y en la biblioteca, templos de un saber puesto al servicio de la mayoría. Cuando el Pompidou vuelva a abrir no habrán desaparecido, pero es evidente que reaparecerán un tanto desfigurados: atenderán, como es lógico y deseable, a los nuevos desafíos de este siglo y no a los de hace cinco décadas.

Tillmans parece plenamente consciente de esa carga simbólica. Concibe el espacio de la muestra como un santuario democrático del conocimiento y rinde homenaje a su historia, como subraya el hecho de que sus fotografías se presenten en un lugar prácticamente intacto: sobre viejas moquetas industriales, bajo las mismas luces fluorescentes, entre los 14.000 volúmenes descartados por la biblioteca con motivo de este cierre circunstancial —viejos diccionarios, manuales de autoayuda caducada y otros títulos menores—, mantenidos aquí como vestigios materiales de un tiempo que se extingue.

Escribimos estas líneas desde la nueva biblioteca temporal del Pompidou, instalada en el extremo oriental de París, lejos del centro de la capital francesa y del edificio del museo, con vistas al desangelado périphérique. Es perfectamente funcional e inevitablemente aséptica. No hay tubos de colores imaginados por Renzo Piano y Richard Rogers, ni jóvenes ligando en los balcones suspendidos sobre la piazza inclinada mientras fuman tabaco de liar. Tampoco la cafetería mugrienta ni los sintecho dormitando en las cabinas de autoformación, donde cualquiera podía aprender rumano o swahili sin profesor a la vista, ni el lúgubre local de copistería que daba dolor de cabeza tras cinco minutos en su interior. Por supuesto, han desaparecido las máquinas de microfilms y el inigualable archivo de prensa, con sus dispositivos retrofuturistas que devoraban tarjetas, como ideados por un ingeniero excéntrico, desmantelados poco a poco en la última década. Dejarán paso a un espacio semejante a partir de 2030 —y con mayor capacidad, promete el museo—, pero sin duda muy distinto.

Espejo del interminable flujo visual de hoy, su obra funciona como testimonio del presente, como prólogo y como oráculo

En ese sentido, la obra de Tillmans establece un diálogo privilegiado con el lugar que le ha tocado ocupar. Es la crónica de una cultura finisecular que ha perdido peso frente a los grandes cambios sociales, que el fotógrafo alemán, nunca nostálgico y siempre comprometido contra el peligro ultraderechista, también ha sabido registrar. Era el candidato perfecto para esta despedida: sus primeras exposiciones se celebraron en bibliotecas de ciudades de provincias alemanas y es conocido por su pasión por los libros, archivos, fanzines, octavillas y todo tipo de formatos impresos, de los que presenta aquí una amplia selección. Por otra parte, su compromiso europeísta resulta casi una excentricidad en un medio artístico dominado por el repliegue narcisista, y ha logrado convertir su obra en un espacio de expresión a la vez estética, política y social, en sintonía con la vocación del Pompidou.

La retrospectiva se despliega como una miscelánea de imágenes de nuestro tiempo, espejo del interminable flujo visual contemporáneo. Funciona a la vez como testimonio del presente, como prólogo y como oráculo: una fotografía del hic et nunc que encierra huellas del pasado capaces de anticipar los debates del futuro: el militarismo, las migraciones, la fluidez sexual, el planeta en peligro, la transformación de lo alternativo en mainstream. No sigue un orden cronológico, sino que se entreteje en múltiples hilos narrativos. Fotografías de arquitectura conviven con retratos de famosos (ahí está la mejor fotografía de Jodie Foster que recordemos), naturalezas muertas, paisajes urbanos e imágenes del cosmos. Tillmans empezó a hablar la lengua de las redes sociales antes incluso de que esta existiera: su obra es una corriente incesante en la que todo se yuxtapone, reverbera y dialoga. A través de esta experiencia singular, el artista invita a mirar no solo su obra y el legado de una institución, sino también un mundo en perpetua transformación.

Tillmans concentra aquí todos sus registros: desde el erotismo sucio y costumbrista, eje central de su obra desde aquellos noventa que se pasó retratando la vida nocturna y las subculturas de Londres y Berlín, hasta una dimensión política más explícita. Algunas de sus series abordan los grandes nudos de la historia reciente: el Berlín posterior a la caída del Muro, la frontera entre Estados Unidos y México, los primeros indicios del expansionismo ruso o los desechos generados por las distintas fases de la industrialización. En su mirada conviven lo macro y lo micro: imágenes del espacio exterior o deliberadamente abstractas junto a detalles ínfimos, recortes de prensa y otros fragmentos de lo cotidiano. En conjunto, desprenden una dimensión teórica cada vez más consciente: la voluntad de ofrecer “alternativas al mirar”, de contrarrestar el adoctrinamiento visual y abrir el campo a la interpretación abierta. Al mismo tiempo, Tillmans sigue reivindicando la fotografía como un arte modesto, incluso innoble: en lugar de tirajes de calidad, cuelga impresiones sobre papel fijadas con chinchetas, orgulloso de situar su disciplina en un registro menor, insolente, libre y siempre pertinente.

En 1969, Siegfried Kracauer publicó Historia de las antepenúltimas cosas, ensayo que reivindicaba la microhistoria como fuente de verdad y llamaba a artistas e historiadores a desplazarse hacia ese registro. La crónica de los mundos que firma Tillmans se inscribe en esa tradición. Y, por ese motivo, tenemos la certeza de que su obra será perdurable, igual que el recuerdo de esta exposición, que es tanto una despedida como un gesto de resistencia cultural. Volvemos dentro de cinco años, con la esperanza de que aún quede algo de este espíritu en las nuevas paredes.

‘Wolfgang Tillmans. Rien ne nous y préparait − Tout nous y préparait’. Centro Pompidou. París. Hasta el 22 de septiembre.

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