Femeninos problemáticos
Imaginemos que alguien inmerso en un conflicto económico dijese: “No quisiera dejar esto en manos de una abogada”
Ignacio Bosque, el más eminente gramático actual de la lengua española, escribe en el último número de la revista Archiletras (julio-septiembre de 2025) acerca de la incomodidad que experimentan algunos profesores “cada vez que una alumna inquieta levanta la mano y pregunta algo que no viene en el libro”. Por tanto, emplea el femenino singular “una alumna” donde muchos habrían esperado el genérico “un alumno”.
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Ignacio Bosque, el más eminente gramático actual de la lengua española, escribe en el último número de la revista Archiletras (julio-septiembre de 2025) acerca de la incomodidad que experimentan algunos profesores “cada vez que una alumna inquieta levanta la mano y pregunta algo que no viene en el libro”. Por tanto, emplea el femenino singular “una alumna” donde muchos habrían esperado el genérico “un alumno”.
A quienes hayan estado influidos por cierta propaganda poco veraz les puede sorprender ese ejemplo que usa el autor del informe Bosque, aprobado en 2012 por la Real Academia Española y titulado Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer. No así a quienes conozcan la obra y la personalidad del académico, ni a quienes leyeran por completo aquel trabajo, donde precisamente escribe tres duplicaciones. Esto se debe a que el autor no las condena, sino que analiza con respeto y rigor las consecuencias de esa estrategia; unas buenas y otras no tanto.
Los finos lectores de Archiletras habrán sabido entender el propósito de Bosque en la citada frase: evitar el riesgo de que los genéricos sean interpretados malintencionadamente como referidos solo a varones. Ahora bien, otros usos del femenino singular destinados a conjurar las críticas de los nuestros –que son las que más duelen– pueden causar que el tiro nos salga por la culata.
Imaginemos que alguien inmerso en un conflicto económico dijese: “Temo dejar este contencioso en manos de una abogada”, en vez de “temo dejar este contencioso en manos de un abogado”. Sus interlocutores podrían acusarlo, con base lingüística, de haber construido una frase machista: ¿Acaso las abogadas son menos eficaces que los abogados y te infunden más temor? Lo mismo sucedería si exclamáramos “¡esto lo entiende hasta una niña!” en vez de “¡esto lo entiende hasta un niño!”.
La elección de ese femenino nos haría sospechosos de machismo en algunas ocasiones, por mucho que lo usáramos de buena fe.
En cambio, la fórmula del genérico (no lo estamos llamando “genérico masculino” sino “genérico”) es perfecta si partimos de que con ella abarcamos a las personas sin distinción de sexos. Así ha funcionado durante siglos en los idiomas herederos del latín (nuestra lengua madre) y también en otros, desde que en el indoeuropeo (nuestra lengua abuela) se creó el género femenino, hace miles de años. Con tal aparición, el genérico primitivo se desdobló para desempeñar en lo sucesivo los dos valores: por un lado, el viejo genérico; y por otro, el nuevo masculino que se oponía ya al femenino reciente. Ver ahora como masculino aquel genérico es lo que enreda todo. Eso equivaldría, por ejemplo, a tomar el vocablo “vivo” como adjetivo cuando ejerciese como verbo (“es muy vivo” / “vivo feliz”).
Ahora bien, la clave para que el femenino se acepte bien se halla a menudo en si se obtiene una deducción positiva o negativa. Podemos decir sin problema: “Este artículo sobre el género es tan claro que parece escrito por una filóloga” (o por un filólogo); pero no funcionaría de forma igualitaria la alternativa opuesta: “Este artículo sobre el género es tan torpe que parece escrito por una filóloga”. Por tanto, el problema desaparece si se aplica una interpretación positiva, y entonces el femenino puede abrirse paso sin conflicto en sustitución del genérico.
Amables lectores y lectoras, imagino que no habré resuelto las dudas que albergan algunos de ustedes en un asunto tan politizado y tan complejo. No importa. Me conformaría entonces con haberlas aumentado.