Ir al contenido

Una novela admirable e incendiaria sobre el padre y las palabras

El canadiense Gaétan Soucy construye en ‘La niña a la que le gustaban demasiado las cerillas’ un libro entre el cuento de hadas y el teatro del absurdo

Gaétan Soucy es un escritor quebequés, prematuramente fallecido en 2013, que con este libro me ha dejado admirada. En su momento, también admiré...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Gaétan Soucy es un escritor quebequés, prematuramente fallecido en 2013, que con este libro me ha dejado admirada. En su momento, también admiré Los alcatraces de Anne Hébert, escritora canadiense en lengua francesa de una generación anterior a la de Soucy. La niña a la que le gustaban demasiado las cerillas se coloca dentro del campo en el que confluyen: cuentos de hadas, relato gótico, teatro del absurdo, Faulkner, las cajitas de música, Canino de Lánthimos y Somewhere Boy.

Entre la semilla de un misterio pasado y un futuro incierto, fluye la voz de una criatura. La criatura se expresa con un lenguaje suficiente y poderoso. No le falta la voz, pero su lenguaje es otro: un lenguaje fuera del carril que encuentra su razón de ser en el hecho de que esta criatura y su hermano han vivido aislados, bajo las estrafalarias normas de su padre, durante una larguísima temporada.

La voz transita entre géneros y edades. Entre un mundo interior forjado dentro de un recinto y un exterior solo inteligible a medias. Es una voz maravillosa, entre la gestación y la muerte, el duelo y la comicidad, que asume un reto literario a menudo olvidado: reflexionar con belleza sobre cómo se forma un lenguaje. “Me fío de las palabras que siempre acaban diciendo lo que tienen que decir”.

Las rendijas de la escritura no mienten ni la buena letra es siempre la de las mentiras: hay algo radical, gozoso y verdadero en el acto de usar el lenguaje. De escribirlo. Una alegría fundacional impulsa la narración incluso de las historias más aterradoras. Desde el lado de la recepción, esta voz, que se autodenomina cabritilla, goza con los posos de ininteligibilidad de la lectura: “la cabritilla no consigue captar sino unos cuantos retazos, pero el pecho me sube al cielo…”.

Las fuentes de las que se nutre la cabritilla son Spinoza, Saint-Simon, diccionarios, libros de caballerías, restos de una biblioteca, retratos de una galería de pinturas, recuerdos como fogonazos, espejos. En este espacio la voz membra: “es una bonita palabra membrar (…) quiere decir tener recuerdos”. Membra y resuelve mirando hacia el porvenir.

Neolenguas e infancias casi ferales se dan la mano en esta novela, el testimonio de alguien que, en el gesto de escribir, decanta la intuición de que lo que te construye y te destruye a veces forman parte de lo mismo. Lo que te destruye y te construye simultáneamente son tu padre y tus palabras: la religión y su Justo Castigo, reliquia viviente, en cuya presencia se funden la crueldad, la irreverencia y el humorismo salvaje que marcan el estilo. “No se ha entendido nada de servidor, si no se ha entendido nada de su sentido del humor”. Todas las mujeres son putas en casa de papá. La morfología, el léxico y los hitos de la micro-cultura que articulan el reino encantado de los Soisson —existe cierta proximidad fonética entre el apellido del padre de esta historia y el del escritor— han procedido al borrado y la estigmatización, sistemática y sistémica, de lo femenino.

En este borrado se atisba un trauma fundacional —en todas las civilizaciones hay un trauma fundacional—; además, la distorsión de las palabras que apelan a la feminidad, un vocabulario basado en el tabú, conduce a la criatura narradora a reinterpretar su cuerpo, su fisiología, generando relatos legendarios: la menstruación se explica a partir de una remota amputación de los testículos que deja una herida sin cicatrizar de la que mana periódicamente la sangre. El idioma del encantamiento no tiene fisuras. La imaginación —armonía entre coherencia y delirio— de Soucy es desbordante. También su mala leche, su irreverencia y su arte para entretener. Al igual que su criatura salvaje y estéticamente sofisticada —una escritora de verdad—, Soucy es un incendiario que despliega una lengua literaria suficiente, andrógina y divertidísima.

La niña a la que le gustaban demasiado las cerillas

Gaétan Soucy
Traducción de María Teresa Gallego Urrutia
Contraseña Editorial, 2025
171 páginas
18 euros

Sobre la firma

Más información

Archivado En