El joven Antoni Tàpies explora el lado oscuro

La exposición ‘La imaginació del món’ investiga los discursos disidentes que permitieron al artista desafiar la estética y la moral del primer franquismo

'Paisatge transformat' (1947), de Antoni Tàpies. © Comissió Tàpies, 2025.Marçal Folch

En el eje espacial de esta exposición, visible desde distintos lugares de la primera planta del Museu Tàpies, el espectador puede contemplar unos minutos del No-Do franquista emitido el 21 de noviembre de 1949. El reportaje central de aquel capítulo estaba dedicado a la pintura. Primero al bucólico género ecuestre, con un pintor en el taller y dos variaciones incluidas: una escena de rejoneo y otra del señorial salto ecuestre con un jinete a caballo tan pijo como militar. Es el realismo embellecedor de la época...

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En el eje espacial de esta exposición, visible desde distintos lugares de la primera planta del Museu Tàpies, el espectador puede contemplar unos minutos del No-Do franquista emitido el 21 de noviembre de 1949. El reportaje central de aquel capítulo estaba dedicado a la pintura. Primero al bucólico género ecuestre, con un pintor en el taller y dos variaciones incluidas: una escena de rejoneo y otra del señorial salto ecuestre con un jinete a caballo tan pijo como militar. Es el realismo embellecedor de la época, son cuadros que aún deben venderse en El Corte Inglés. Después siguen casi dos minutos en los que la propuesta informativa de la dictadura se cachondeaba del degenerado arte de vanguardia, coño, como debe ser. En el programa de aquel noticiario 359A podía leerse “Exposición de pintura moderna en Barcelona”, era una crónica sarcástica del 2º Salón de Octubre celebrada en las Galerías Layetanas de la avenida José Antonio. Ese fragmento del No-Do era una tópica, pacata y señoritil exaltación de la ignorancia sobre el sentido del arte contemporáneo. Tàpies, con 25 años, expuso en aquel salón.

Vista de la exposicón 'La imaginació del món'. Fundació Tàpies, Barcelona. Fotografía: Pep HerreroPep Herrero

¿Cómo surge una conciencia artística libre y transgresora en unos años de penitencia moral y estética? La necesidad de plantearse esa cuestión era asediante, y Tàpies se la formuló convaleciente, solo y en grupo, y es probable que lo vuelve a ser ahora si la dinámica de regresión se acelera y el sujeto debe repensarse en un mundo posdemocrático. En el caso de Tàpies, que no era un joven ajeno al sistema de poder, esta exposición es la respuesta a la pregunta. La clave de La imaginació del món es el contraste entre ese video y la pintura que se expone en la misma sala y que ha sido la elegida para visualizar el sentido del conjunto. El cuadro, onírico y desquiciado, de 1947, es Paisatge transformat. El personaje principal de esta escena lunar, casi posnuclear, es un hombre mitológico desnudo, cuyos pies se funden a la tierra y la vegetación agreste donde su hunden sus piernas se ha transformado en las garrapatas de un animal. Entre sus brazos tiene a una pequeña mujer, también desnuda, con tres ojos, una mano amputada y la otra pintada de negro. Lo que el espectador descubre aquí, y en todo momento, es la temprana pulsión de Tàpies para penetrar en el lado oscuro.

Después de la gran exposición del centenario, La pràctica de l’art, que el año pasado pudo verse en formatos distintos en el Palacio de Bellas Artes de Bruselas, el Reina Sofía y el Museu Tàpies, parece llegado el momento de volverse a hacer nuevas preguntas sobre “la figura más prominente del arte español de la segunda mitad de siglo XX”. La apuesta institucional de la Fundació, junto al seminario estable de reflexión crítica, ha sido empezar con esta investigación sobre la prehistoria del pintor —el Tàpies antes de Tàpies, el previo a 1955— para que dialogue con su contexto y con el conjunto de su obra. Esta es la propuesta de los comisarios, la directora Imma Prieto y el conservador Pablo Allepuz. El yacimiento primario que han explotado es el archivo de la propia fundación creada por Tàpies hace tres décadas. Así pueden verse obras que no habían sido expuestas ni constan en el catálogo razonado del artista, como las páginas de las libretas con los ejercicios de estilo que realizó durante los meses que asistió a la Academia de Nolasc Valls; en uno de los márgenes puede leerse un comentario en catalán premonitorio: “No te conozco, pero te admiro, y por descontado no vuelvas a la academia”. No volvió. Su espacio de aprendizaje era otro: era la exploración de lo otro.

Esa otredad en la Barcelona de la gris posguerra en parte es conocida y en parte debe ser descubierta. Las dos confluyen en la documentación de las vitrinas. Está la revista Dau al Set, con la magia y la herencia rupturista de preguerra, o en las del catalanismo clandestino donde pervivía en silencio J. V. Foix. También en las publicaciones de Cobalto o en el influjo marxista del poeta y diplomático João Cabral de Melo en Joan Brossa y Tàpies. Esas Barcelonas otras, al margen de la oficial, tuvieron como epicentro Club 49, cuya actividad en pro del arte nuevo puede reseguirse en un original mapa de esa modernidad que sobrevivía en los márgenes: en una pared están colgadas las postales de invitación a sus conciertos y exposiciones que Club 49 mandada a sus asociados. Este material, por cierto, Tàpies lo conservó en su archivo. Y el que no estaba, pero sobre el que Tàpies dejó pistas en sus textos, en algún caso ha sido adquirido con un propósito que va más allá de la exposición: avanzar en el cuestionamiento del clásico para actualizarlo. Vale el yacimiento del Mercat de Sant Antoni o incluso Todocolección. De lo que se trata, con un libro de versos de Foix o una colección de cromos de publicidad de una fábrica de chocolate, es plantear una hipótesis sobre el imaginario mágico y surrealista a partir del cual Tàpies construyó el suyo donde un sujeto en tensión, liberado y disidente, era concebible.

Vista de la exposicón 'La imaginació del món'. Fundació Tàpies, Barcelona. Fotografía: Pep HerreroPep Herrero

El título La imaginació del món procede de un breve ensayo de Tàpies incluido en su libro El arte y sus lugares. “La sabiduría, la ciencia y la imaginación artística pueden aparecer en los lugares más inesperados, en ocasiones en los más humildes y los más arcaicos. Y su estudio es precisamente la cosa más apasionante que se ha planteado la nueva cultura”. Este parece ser el objetivo de la exposición. Hacía el final está expuesto ese cruce de estilos que es Parafagamus. La ansiedad de las influencias tradicionalmente ha llevado a emparentarlo con Paul Klee, como debe ser. A finales de 1949 pudo verse en la exposición en el Instituto Francés inaugurada pocos días después de la proyección del No-Do. La virtud de Prieto y Apelluz, sin negar a Klee, ha sido pensar que Tàpies tal vez lo pintó recordando la famosa checa experimental de la calle Vallmajor. Además de Klee, además de un libro sobre la checa, en la vitrina que acompaña al cuadro, están varios juguetes geométricos de madera y en calor. Así se puede dar un paso más en imaginar cómo surgió la imaginación de Tàpies.

Antoni Tàpies. La imaginació del món’. Museu Tàpies. Barcelona. Hasta el 25 de enero de 2026.


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