Las novelas de Paul Lynch, Samantha Harvey y Chetna Maroo: la figura de la madre en el centro de los premios Booker
‘El cantar del profeta’ y ‘Orbital’, novelas ganadoras del galardón más importante de las letras anglosajonas buscan la universalidad a través de la madre sufridora y caen en lo naif. ‘Western Lane’, que fue nominada, resulta menos ambiciosa, pero es más honesta
Cuando leí los dos últimos ganadores del Booker Prize (Orbital, de Samantha Harvey, ganador de 2024, y El cantar del profeta, de Paul Lynch, ganador de 2023), algo me llamó la atención. De alguna forma, parec...
Cuando leí los dos últimos ganadores del Booker Prize (Orbital, de Samantha Harvey, ganador de 2024, y El cantar del profeta, de Paul Lynch, ganador de 2023), algo me llamó la atención. De alguna forma, parecía que ambos buscaban una suerte de universalidad o idea de humanidad que, a mi gusto, hacía que las dos cayeran en lo naif. Lo hacían, además, apelando de una forma u otra a la figura de la madre: la madre sufridora (la protagonista de El cantar es una madre que, en medio de una distopía política y un drama personal debe hacerse cargo de sus hijos) o la Madre Tierra, como interlocutora ecopastoral cyberpunk de la novela de Harvey.
El cantar del profeta nos plantea una distopía política en la que un gobierno autoritario del que nada sabemos oprime a los ciudadanos irlandeses, especialmente a la resistencia. Digo que no sabemos nada de él porque ni sabemos ni a qué aspira ese gobierno exactamente, ni cuáles son sus presupuestos ideológicos, ni qué defiende la resistencia. Podrían ser un grupo de ultraderechistas en el poder, sí (es la lectura más común en redes y reseñas, y puede haber algún mínimo detalle al inicio del libro que así lo muestra), pero también cualquier otra cosa. El marido de Eilish, la protagonista de El cantar, pertenece a dicha resistencia y es secuestrado por el gobierno sin explicación alguna, dejándola a ella al cuidado de sus hijos y un padre anciano cada vez más demente. La novela no profundiza en ninguna cuestión social o política, solo en las comprensibles dudas de una madre. ¿Huir o quedarse? ¿Buscar a los desaparecidos o mantener un perfil bajo? ¿Cuáles son las mejores decisiones que puede tomar como matriarca, como cuidadora?
Resulta sencillo empatizar con Eilish mientras su mundo se hace más pequeño e intenta aferrarse a la normalidad, negar el horror: muchos haríamos lo mismo, eso está claro, y casi todos entendemos lo que significa el amor filial, ya sea porque lo hemos dado, recibido o anhelado. La madre que sufre ante el horror político es el equivalente a los niños que son víctimas de una guerra, como Anna Frank, el niño del gueto de Varsovia, el del pijama de rayas: algo sobre lo que todo el mundo está de acuerdo. Que mueran niños está mal, y que las madres sufran sin poder protegerlos es su reverso. La tesis ético-política del Cantar pareciera ser que los extremos autoritarios son malos, que de la ausencia de moderación solo cabe esperar el horror e, indirectamente, una reivindicación de la experiencia humana común contra la barbarie (y, si Lynch quería decir algo más que esto ¿por qué no hay ni una sola caracterización de la violencia, sus causas, su escalada? Incluso sin ser pedestre o concreto, ¿por qué no hay ni una triste reflexión sobre la naturaleza del poder?).
Por su parte, en Orbital, la ganadora de 2024, seis astronautas de diversas partes del globo flotan juntos en una estación meteorológica mientras observan y echan de menos a la madre Tierra (dicha imagen de verdad aparece en el texto, varias veces) y se refugian en aquellas cosas que los hacen humanos a todos, como lamentar la muerte de un familiar. ¡Qué ridículos parecen los conflictos políticos o las diferencias regionales desde aquí arriba!, observan: “If only politics really were a pantomime”. Lo que no les parece una pantomima son las sonrisas, los sabores de la infancia, las madres; todas esas cosas que de verdad se echan de menos en el espacio exterior, donde desaparece cualquier diferencia con los otros, por mucho que ingenieros y políticos, todavía en la Tierra, se empeñen en mantenerlas (hay ciertas disputas sobre qué astronautas pueden usar las instalaciones: los rusos no quieren dejar usar su baño, así que el baño americano puede ser usado por todos, menos por los rusos; detalle que a todos les parece ridículo, ahí, en el espacio, donde reciclan la orina de todos para hacer agua).
¿Por qué ambas novelas, por crudas que resulten en según qué escenas (especialmente en la novela de Lynch) me resultan tan inocentonas y frías?
Si bien es cierto que Harvey ha defendido que su novela es una defensa del ecologismo y el amor por nuestro planeta, amenazado por la cerrazón humana (algo que queda claro desde la primera órbita), me pregunto por qué una de las retórica más extendidas en el ecologismo tiene que recurrir a ciertas nociones premodernas o new age para estetizarse (espíritus animales, llamar al planeta “casa” y usar todo el campo semántico del trabajo doméstico para hablar de su salvación), y, más importante, qué es lo que se pierde en el camino. No creo que los desastres políticos y ecológicos puedan reducirse solo a que los seres humanos son unos cretinos, lo que sí creo es que la lógica es la misma que la de la novela de Lynch: nadie puede estar en desacuerdo de que “la Tierra está bien y es nuestra casa” (incluso aunque se plantee colonizar Marte próximamente); al igual que nadie puede estar en desacuerdo de que debe ser muy doloroso perder a tu hijo por razones políticas. ¿Por qué estamos tan deseosos de que algo nos haga estar a todos de acuerdo en algo?, pensé, justo después de leer ambas novelas, que parecían la división literaria del Proyecto Blue Beam. Y ¿por qué ambas, por crudas que resulten en según qué escenas (especialmente en la novela de Lynch) me resultan tan inocentonas y frías?
En ese tipo de narraciones, la búsqueda de un consenso solo puede producirse borrando los desacuerdos auténticos, la violencia que subyace a las relaciones sociales y eliminando la relación con la verdad vivida y encarnada que, a mi juicio, es uno de los elementos esenciales de la literatura. En ambos casos, como contrapunto, se trabaja profusamente lo formal: la novela de Lynch está escrita sin saltos de párrafo, para transmitir el agobio (un acierto), pero diría que jamás pasan tres líneas seguidas sin una metáfora florida (un error); la de Harvey tiene un estilo muy cuidado, frío y también repleto de imágenes evocadoras.
Western Lane, el debut de Chetna Maroo, publicado por Sexto Piso y finalista del Booker de 2023 (“perdió” contra Lynch) es exactamente lo contrario. En unas ciento cincuenta páginas seguimos a tres hermanas (especialmente a la menor, Gopi) y a su padre mientras lidian con la muerte de la madre. Es mejor que uno tenga algo con lo que obsesionarse y a lo que dedicar su energía durante toda la vida, les recomienda su padre, y en dicha coyuntura él elige por sus hijas: su manera de darle un sentido y un orden a todo a partir de entonces será el squash, un deporte que por una parte lo lleva a estar más cerca de sus raíces (él lo practicaba en su juventud, junto con su hermano) y al mismo tiempo supone una salida de los rituales y convenciones familiares (pues son una familia de indios emigrados a Inglaterra que mantiene sus costumbres, lengua y cierta endogamia), salvaguardados por su cuñada Ranjan. Tanto Gopi (la protagonista y más hábil en el squash de las hermanas) como su padre se valdrán del deporte para procesar el duelo, y encontrarán en las pistas de Western Lane la posibilidad de llevar una vida diferente, pues ¿acaso podría seguir llevando la misma, una vez ha desaparecido la madre?
En este sentido, por mucho que Western Lane sea una novela bastante simple en lo que a la trama y al estilo se refiere, es al menos una novela muy honesta, y en su honestidad sí que abre la puerta para que una se sienta parte de una experiencia humana universal. Sin hablar nunca de política o sociología, la novela deja que las pugnas entre tradición e integración transpiren; al igual que el drama propio de pasar de niña a adulta, o de enamorarse. Admite dos niveles de lectura: una puede pensar en estas cuestiones o simplemente identificarse con Gopi, por mucho que tal vez no sea inmigrante, o no haya jugado jamás al squash, o su madre aún siga viva. De la madre de Gopi, por cierto, apenas se habla, al igual que no se habla explícitamente de las carencias que hacen que los personajes se sientan tan desamparados. Y a mí me gusta que sean así las novelas, que usen la ficción para mostrar los huecos y los conflictos, en lugar de crear relatos aglutinantes y vacíos para decir que existe algo que jamás ha estado ahí.
Orbital
Traducción de Albert Fuentes
Anagrama, 2025
200 páginas. 18,90 euros
Orbital
Traducción de Ernest Riera Arbussà
Edicions 62
192 páginas
18,90 euros
El cantar del profeta
Traducción de Eduardo Iriarte Goñi
Alfaguara, 2024
328 páginas. 20,81 euros
El càntic del profeta
Traducción de Marc Rubió
Periscopi, 2024
296 páginas. 21,90 euros
Western Lane
Traducción de Esther Cruz Santaella
Sexto Piso, 2025
162 páginas. 18,90 euros