Las críticas de teatro de la semana: un repaso al capitalismo testosterónico y la crueldad de Agota Kristof a escena
Los expertos de ‘Babelia’ reseñan los estrenos recientes más destacados
Àlex Rigola inauguró el año pasado la coqueta sala Heartbreak Hotel con el objetivo de convertirla en el templo del actor y de la palabra. Sin espacio para escenografías aparatosas (ni de ningún otro tipo), la cercanía entre la escena y el espectador es absoluta y los intérpretes pueden hablar a un volumen normal. La sala con la mejor acústica de Barcelona debería ser visitada por más de un arquitecto. Ahora Rigola ha vuelto a David Mamet, y a una obra que conoce muy bien: Glengarry Glen Ross. Hace 21 años estrenó un montaje muy recordado en el Teatre Lliure: gran reparto, escenografía de impacto (pecera giratoria de cristal), música en directo. Ahora nos presenta una adaptación, muy destilada, para cinco intérpretes y espacio vacío. Dos taburetes y el título del espectáculo escrito en tiza en el suelo son la única escenografía. No hace falta nada más.
Gemelos, en los Teatros del Canal de Madrid, es un espectáculo memorable. Bernard Faivre d’Arcier, director que internacionalizó el Festival de Aviñón, viajó a Chile en 1998 en busca de funciones para la edición del año siguiente, dedicada al teatro iberoamericano, pero a todas cuantas vio les dio calabazas porque había visitado antes el taller de La Troppa, que le fascinó. En la nave de esta compañía independiente, Juan Carlos Zagal, Laura Pizarro, Jaime Lorca y Eduardo Jiménez habían reunido juguetes rotos, muñecas antiguas, títeres, marionetas, miniaturas y cachivaches con los que estaban componiendo desde años atrás una traducción escénica fidedigna de El gran cuaderno, novela cruel, incisiva y desoladora escrita en francés por Agota Kristof, húngara exiliada en Suiza.