‘El mejor del mundo’, de Juan Tallón: yo sé quién soy o eso creo
La nueva novela del autor de ‘Obra maestra’ aborda el asunto de la identidad múltiple desde la fantasía, a través de un protagonista empresario de pompas fúnebres que descubre ser un intruso en su propia existencia
El asunto de esta novela no puede ser más imperecedero y fascinante: el que podríamos haber sido y no somos. Unamuno llamó “ex yo futuros” a esas versiones truncadas o abortadas de nosotros que podrían haberse desarrollado en otras circunstancias. La idea de que somos lo que somos por una mezcla de azar incontrolable y de constante toma de decisiones (cada decisión descarta uno o varios porvenires distintos) es vertiginosa y permite concebir la fantasía de un universo multidimensional donde coexistan las innumerables versiones de un solo individuo, el santo y el criminal, el héroe y el infame....
El asunto de esta novela no puede ser más imperecedero y fascinante: el que podríamos haber sido y no somos. Unamuno llamó “ex yo futuros” a esas versiones truncadas o abortadas de nosotros que podrían haberse desarrollado en otras circunstancias. La idea de que somos lo que somos por una mezcla de azar incontrolable y de constante toma de decisiones (cada decisión descarta uno o varios porvenires distintos) es vertiginosa y permite concebir la fantasía de un universo multidimensional donde coexistan las innumerables versiones de un solo individuo, el santo y el criminal, el héroe y el infame. El tema de la identidad múltiple, fracturada o revocada, ha recibido numerosos tratamientos literarios, desde el je est un autre de Rimbaud al sujeto escindido de Pirandello en Uno, ninguno y cien mil, pero Juan Tallón le da una vuelta de tuerca imbricándolo con un motivo propio del género fantástico (y de la ciencia ficción), el de los universos paralelos en los que la Historia ha seguido cursos divergentes. Es lo que hizo Philip K. Dick en 1962 al fantasear en El hombre en el castillo con que Hitler ganó la guerra y es lo que hace Tallón al imaginar que Hitler, simplemente, no pasó de ser un pintor de tercera. Hay que decir que la imbricación del tema de las identidades relegadas con el motivo de los mundos históricamente divergentes resulta afortunada, si bien el Hitler protagonista no es alemán ni se llama Adolf, sino que es gallego, empresario de pompas fúnebres, y responde al nombre de Antonio (del origen del apellido se da oportuna cuenta avanzada la novela).
Antonio Hitler es un hombre de negocios desaprensivo y ambicioso, casado y padre de Irene —a la que adora—, al que en un viaje a México, donde cierra un acuerdo fabuloso sobre su vieja idea de un ataúd de lujo para millonarios, le sucede algo que transforma radicalmente su vida. Él no sabe qué es ese algo, pero el lector puede hacer sus cábalas si acepta la presencia de lo sobrenatural en la fábula o la parábola literarias o, sencillamente, si considera que está ante un relato fantástico. En cuanto a la radicalidad y magnitud de la transformación, el protagonista se irá percatando con incredulidad a su regreso, en la segunda parte de la novela. En esta se desarrolla el descubrimiento de que Hitler es un intruso en su propia existencia, de que en ese otro universo alguien con su nombre y su apariencia ha construido una vida privada y pública que no es la suya. Así, las dos partes de la novela delinean identidades disímiles y se diría que incompatibles: la del Hitler sin escrúpulos ni moral, aquejado de raptos de extrema violencia, con el pacífico y apreciado director de un museo de arte. Tallón narra de manera lineal este estupefaciente viaje del protagonista y, con el fin de brindar al lector los antecedentes biográficos del primer Hitler, intercala capítulos retrospectivos que exhiben los perfiles sombríos e incluso tenebrosos del niño y del joven reprimido por su padre Amancio, patriarca y fundador de la empresa. Esta alternancia de tiempos dota de profundidad el retrato psicológico del personaje, permite matizarlo a través de sus relaciones de pareja (su novia Esther, sus esposas Lidia y Patricia) y mantiene la intriga sobre su comportamiento en un mundo transfigurado y ajeno.
El deseo de recuperar su vida anterior de vendedor de artículos funerarios comporta rescatar también al Hitler intemperante y brusco, nulamente empático, capaz de cualquier atrocidad para conquistar sus objetivos (una capacidad que Tallón pospone con acierto). Pero, al desear volver al universo originario que hemos conocido en la primera parte, el protagonista no es que apueste por la versión maligna de sí mismo frente a la pretendidamente benigna (puesto que este también tiene su lado turbio), sino que anhela el orgullo turbio de haberse hecho a sí mismo a cualquier precio, el dominio físico del mundo y, sin que sea paradójico, su paternidad de Irene. Tallón conduce con eficaz ambigüedad al protagonista y sabe callar a tiempo para que la fábula se abra a un horizonte de significación numerosa y la novela se cierre donde debe hacerlo para dejar bailando las preguntas en la cabeza del lector. Incluso invita a pensar en la diferencia de dos finales para la historia, el que concluye la segunda parte y el que contiene el Epílogo, que es, en mi opinión, el que la cierra con la apertura de sentidos a que me refiero.
El ritmo narrativo posee la suficiente fuerza de tracción como para arrastrar al lector a través de episodios de muy distinta intensidad, con diálogos tan abundantes como creíbles (incluidos los acentos mexicano y argentino de algunos secundarios) y una prosa ágil pero necesitada de algunas correcciones (‘expirar’ no es lo mismo que ‘espirar’; ni la ‘entereza’ es siempre ‘integridad’). Solo me ha extrañado que la focalización no se centrara exclusivamente en Hitler, eje absoluto de esta fábula retorcida y fascinante que quizá no ha alcanzado la cota de acierto de Obra maestra.
El mejor del mundo
Anagrama, 2024
288 páginas, 18,90 euros
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