Mecánica cuántica, cultura y política en Weimar

Las nuevas tecnologías, con la inteligencia artificial, la producción de energía y el control del espacio exterior a la vanguardia, se está dejando en manos privadas

Liza Minnelli y Joel Grey, en una escena de 'Cabaret' (1972), de Bob Fosse.LANDMARK MEDIA / Alamy / CORDON PRESS

Posiblemente no haya periodo en la historia de Europa más excitante y convulso que los años veinte en Alemania. La República de Weimar. Una película, una serie de televisión y un pequeño libro los considero esenciales y de conclusiones que pueden, un siglo después, llevarnos a meditar sobre la situación actual.

La película es Cabaret, 1972, del director Bob Fosse, inter...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Posiblemente no haya periodo en la historia de Europa más excitante y convulso que los años veinte en Alemania. La República de Weimar. Una película, una serie de televisión y un pequeño libro los considero esenciales y de conclusiones que pueden, un siglo después, llevarnos a meditar sobre la situación actual.

La película es Cabaret, 1972, del director Bob Fosse, interpretada por una espléndida Liza Minnelli. El guion de Cabaret, heredero de novelas, obras de teatro y musicales previos, se desarrolla al final del periodo, 1931, cuando la situación política y social en Alemania atisba el borde del abismo. La serie televisiva es la magnífica y monumental Babylon Berlin, creada recientemente por Tom Tykwer. Sin embargo, lo que, sin duda por mi oficio, encuentro más fascinante de aquellos apasionantes años es el breve ensayo Cultura en Weimar, causalidad y teoría cuántica, 1918-1927, de Paul Forman. Fue un oscuro artículo que descubrí por casualidad en 1977, publicado como libro por Alianza Universidad en 1984. La tesis de Forman es tan compleja como sugiere su título: la mecánica cuántica se desarrolló influenciada directamente por el ambiente intelectual de la República de Weimar.

Aquella incertidumbre debía tener consecuencias en principios físicos como la causalidad y la función del observador

El arte y la cultura reflejaron la tremenda posguerra de 1918 y 1919, la hiperinflación de 1923 y la depresión de 1929. Estas sumieron a Alemania en una etapa de vértigo político y social, pero también de creatividad desatada. Piénsese en Otto Dix, George Grosz, Thomas Mann, Stefan Zweig, Bertolt Brecht, Fritz Lang y decenas de otros autores de todas las artes. La incertidumbre de la época debía tener consecuencias en los principios alumbrados por la física cuántica en asuntos tan esenciales como la causalidad (desconexión de las causas y sus efectos), la complementariedad (dualidad tan inherente en la luz y la materia como el cuerpo y el alma de las personas), la indeterminación (imposibilidad de aproximarse a certezas sin aumentar las ambigüedades) y, sobre todo, la función del observador alterando la realidad observada.

En las elecciones de mayo de 1924, el partido nazi obtuvo 32 diputados. En diciembre de ese mismo año, redujeron su representación en el Reichstag a 14 asientos. En las elecciones de 1928 les fue aún peor: 12 escaños. Dos años más tarde, 1930, los nazis se convirtieron en el segundo partido alemán con 107 diputados. Un siglo después en Europa se está dando un proceso parecido. No estamos en una posguerra mundial ni, al parecer, ante una debacle económica global como la de 1929. No se puede caer en el simplismo de que la historia se repite por muy inquietantes que sean los liderazgos recientes de muchos países europeos y otras potencias mundiales, con Rusia y China yendo a lo suyo. E Israel alentando con su genocidio un terrorismo ad infinitum. La pregunta clave es qué relación se puede establecer entre la física de los cuantos en sus balbuceos con la ciencia y la tecnología actuales avanzando hacia la computación desmesurada (cuántica, por supuesto), la inteligencia artificial, la biotecnología e ingeniería genética, las comunicaciones sin límites y demás. ¿Están estos desarrollos también influidos por la deriva política actual? Un aspecto de la respuesta es tan sencillo como estremecedor.

¿Qué pueden hacer los Trump, Milei, Meloni, Orbán, Le Pen y demás neofascistas, con muchedumbres jaleándolos alborozadas, ante este poder futuro?

La mecánica cuántica, junto a la relatividad de Einstein, sentó las bases firmes de la era atómica en la que estamos inmersos. Una enorme parte de la ingeniería actual proviene de ellas. Pero la gran consecuencia de la mecánica cuántica fue el desarrollo de la bomba atómica, con éxito en Estados Unidos y fracasos en Alemania y la Unión Soviética. El primero llevó a Hiroshima y Nagasaki, ¿hasta dónde habrían llegado Hitler y Stalin? Posteriormente, de la mano sobre todo de los gobiernos estatales, la ciencia y la técnica han conseguido aumentar el bienestar global de una humanidad creciente a un ritmo de 1.000 millones cada 12 años. Pero estamos en una situación en la que la dirección de esas nuevas tecnologías, con la inteligencia artificial, la producción de energía y el control del espacio exterior a la vanguardia, se está dejando en manos privadas. Aún más, la moderna farmacología de carácter multinacional puede hacer obsoleta la destrucción mutua asegurada que supone el armamento nuclear siendo sustituida por el control estratégico de epidemias a gran escala. ¿Qué pueden hacer los Trump, Milei, Meloni, Orbán, Le Pen y demás neofascistas, con muchedumbres jaleándolos alborozadas, ante este poder futuro?

El dominio absoluto de las sociedades por minorías privadas que monopolicen las nuevas tecnologías cuánticas puede suponer una tortura intensa y duradera. Por suave en sus formas que puedan parecer esas distopías, la liberación de tales tiranías de nuevo cuño exigirá un sacrificio aterrador. El aspaviento y el catastrofismo pueden rayar en lo ridículo, pero cuando temamos haber sobrepasado esa raya, pensemos en lo que vino después de la República de Weimar y la formulación de la mecánica cuántica.

Como apuntaba otro fruto europeo de aquella época, Hannah Arendt, y sostiene Froman, quizás tengamos que replantearnos la democracia representativa y pensar en un sistema de consejos, formas novedosas de democracia directa o váyase a saber. Lo que es incontestable es que Europa no puede seguir yendo a la deriva: el precedente de Weimar alerta inequívocamente.

Manuel Lozano Leyva es catedrático emérito de Física Atómica y Nuclear de la Universidad de Sevilla. Su último libro es ‘La hechicera, el gato y el demonio. De Zenón de Elea a Stephen Hawking: doce experimentos imaginados que cambiaron la historia’ (Debate, 2023).

Puedes seguir a Babelia en Facebook y X, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.

Más información

Archivado En