‘Polilla’, novela entre la autobiografía y el reportaje periodístico sobre la trata de mujeres en Sarajevo tras la guerra

Un amante peligroso, un padre protector y negligente, el deseo, la sumisión... En el debut literario de Alba Muñoz, lo autobiográfico y lo periodístico se retroalimentan

Retrato de la escritora Alba Muñoz, en enero pasado.Julia Verdú

En La vida material, Marguerite Duras habla sobre la desgracia como una sospecha permanente: cuando llega, algo se siente reconfortado, como una vuelta al estado natural de las cosas. “No es sufrimiento, sino la confirmación de un desconsuelo inicial, casi de infancia (…) como si de golpe recuperaras el conocimiento de lo imposible que tenías a los ocho años”. Pensé en este fragmento cuando la narradora de Polilla se plantea qué hace qu...

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En La vida material, Marguerite Duras habla sobre la desgracia como una sospecha permanente: cuando llega, algo se siente reconfortado, como una vuelta al estado natural de las cosas. “No es sufrimiento, sino la confirmación de un desconsuelo inicial, casi de infancia (…) como si de golpe recuperaras el conocimiento de lo imposible que tenías a los ocho años”. Pensé en este fragmento cuando la narradora de Polilla se plantea qué hace que ella y su madre estallen en llantos cada vez que ven el final de la película Sentido y sensibilidad. Lo que las emociona no es exactamente el clímax romántico ni la esperanza de un amor correspondido, sino la sorpresa de la protagonista cuando ve truncada la sospecha de la que habla Duras, cuando la resignación se rompe por un instante. Es una sensación escurridiza, pero Alba Muñoz (Barcelona, 1985), o su versión de 21 años, la busca, determinada, en sus viajes como reportera intrépida en Bosnia, en una relación peligrosa con un exiliado de guerra desconocido, en el desafío al padre y en cualquier espejismo de libertad, aunque queme.

Polilla es el debut de Muñoz en un género injustamente desatendido, el periodismo literario o lo que en inglés llaman personal essay. En un tono sorprendentemente sereno, frases concisas y metáforas medidas, cuenta varios viajes a Sarajevo, que empezaron casi por casualidad cuando, salida de la Facultad de Periodismo, la narradora se suma a un viaje organizado a los Balcanes con la ambición de encontrar historias que contar. Allí conoce y se enamora de Darko, de madre serbia y padre judío, viril y más tonto que ella, y decide separarse del grupo para seguirlo a un secuestro consentido en la casa familiar y a una historia de deseo y sumisión: “Llevo tres días encerrada y no quiero salir”, dice la primera frase del libro.

El relato de la relación de sexo y violencia se imbrica con la investigación periodística sobre la red de prostitución que se creó en Bosnia, “el burdel de Europa”, durante las guerras yugoslavas y también posteriormente, cuando se ilegalizó la trata y pasó a la clandestinidad ante la pasividad internacional. Lo describe con testimonios muy bien perfilados, como el de Nikolina, una de las prostitutas, que le hace descubrir la relación con lo femenino de otro modo, y con la presencia constante de Margaret Moth, una especie de ángel de la guarda del reporterismo. “Mi pasión investigadora me hizo creer en la compartimentación higiénica de la vida. (…) Tenía veintidós años y poseía una historia perfecta y un amor imperfecto —es decir, perfecto—, dos mundos que, estaba convencida, discurrirían en paralelo y sin tocarse, como las dos mitades de una cabeza separadas por una raya impecable”. Pero lo mejor de Polilla es que eso no es verdad.

La autora no mercadea con el yo para conseguri la empatía del lector con los hechos, sino que estos tienen profundidad gracias a su voz

Lo autobiográfico y lo periodístico se retroalimentan de modo que a veces uno es escenario del otro y otras al revés, y el reportaje, los personajes que encuentra por el camino, y la vida propia se acaban fundiendo en una sola cosa. El Sarajevo de Polilla sería peor si no tuviera como espejo la ciudad periférica y gris donde creció la autora, porque Muñoz no mercadea con el yo para conseguir la empatía del lector con los hechos, sino que estos tienen profundidad gracias a su voz.

Y esta voz tiene a favor la distancia. Cuenta la autora que el reportaje se convirtió en una obsesión: “Necesitaba sumergirme en la realidad como quien se sumerge en la ficción, para alejarme de un dolor que avanza a pesar de todo, como un río helado”, escribe. Ya tenía un tema publicable, y no podía dejar de engordarlo con más entrevistas hasta que fue imposible darle forma. Desde entonces, ha dedicado muchos años a novelarlo, y lo que ha pasado en estos años ha determinado el tono. Después de sus viajes a Bosnia, el feminismo se ha institucionalizado y cualquiera tiene vocabulario terapéutico a mano para llamar a Darko maltratador y a la narradora víctima del padre demasiado protector y a la vez negligente, a quien va dedicado el libro y que va ganando peso a medida que pasan las páginas. Pero Muñoz escribe con una autoconsciencia siempre alerta y no se victimiza. Los hechos no se presentan con causas y consecuencias fáciles, y la autora se aleja misteriosamente de las situaciones antes de que lleguen a cualquier conclusión.

Cuando está encerrada bajo llave en la habitación del bosnio, Muñoz describe una calma extraña, “parecida a la que siento cada vez que entro en una ruina bosnia. Sé que en cualquier momento el edificio puede venirse abajo, y que si eso sucede poco podré hacer yo. No sé cómo lo hago, pero camino entre los escombros con el cuerpo tenso y la mente serena”. Polilla es la historia de la búsqueda frenética de esta lucidez momentánea, la victoria sobre la sospecha de resignación que surge cuando consigue alinear peligro, deseo, libertad y casualidad en una tensión sólo evidente cuando se narra.

Polilla

Alba Muñoz
Alfaguara, 2024
192 páginas. 18,91 euros

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