‘Elogio de las manos’, de Jesús Carrasco: regocijo del trabajo manual
Exponente del neorruralismo narrativo, el escritor extremeño hace una alegoría del trabajo artesano a base de chapuzas y arreglos en una casa prestada, pero se hace lenta y reiterativa
El último Premio Biblioteca Breve se quedó en casa. Lo ganó Jesús Carrasco, autor de Seix Barral que, con Intemperie (2013), abrió camino, entre Delibes y Cormac McCarthy, a la moda aún vigente del neorruralismo...
El último Premio Biblioteca Breve se quedó en casa. Lo ganó Jesús Carrasco, autor de Seix Barral que, con Intemperie (2013), abrió camino, entre Delibes y Cormac McCarthy, a la moda aún vigente del neorruralismo narrativo. En su obra posterior ha mantenido el tono entre nostálgico y elegiaco de ese subgénero, obediente a una prosa esmerada y eficaz aunque monocorde. El libro premiado lleva título de ensayo, pero es una crónica autoficcional de los años que el narrador y su familia disfrutaron de una segunda residencia propiedad de un amigo de su hermano. Años dichosos durante los cuales acometieron innumerables chapuzas y arreglos en la casa que, coyunturalmente, los convirtieron en electricistas, carpinteros, albañiles, pintores, fontaneros, jardineros, herreros y hortelanos. Toda esa faena destinada a una vivienda a fin de cuentas temporal produjo en el narrador tal regocijo, e incluso tal epifánica felicidad, que decide dar cuenta de ello en su condición de escritor. De esta condición la novela va dando noticias marginales, sea sobre su exitoso debut en 2013, sobre la publicación de su segunda novela (La tierra que pisamos, aunque el título no se cita) o sobre las semejanzas entre las labores de los oficios y la marquetería que implica la redacción y pulimiento de un texto.
No lejos de esas notas están las que desvelan el origen y gestación de la novela, inspirada en un programa radiofónico de la BBC y en la lectura de ensayos como El artesano, de Sennett, o Manos, del psicoanalista Leader. Esta información de making of no añade mucho a la novela, exhibe ante el lector los estímulos e incentivos que la propiciaron, pero no el propósito significativo al que responde. Para inferirlo hay que atender al modo en que se presentan con pormenor, unas tras otras, las diferentes tareas de mejora de la casa, cómo se describen los procesos con el prurito de exactitud de un manual de bricolaje. La complacencia con que se pinta esa actividad manual transmite la satisfacción, incluso el júbilo, de quien ha pasado por una experiencia reveladora. Los personajes, entre la vuelta a la naturaleza, con profusión de animales y plantas, y la escapada de fin de semana, descubren la interacción transformadora de su cuerpo y su entorno y se admiran, por lo menos durante los 10 años de usufructo de la casa, de que las manos recuperen su virtualidad de prodigiosa herramienta multiusos.
El elogio de la mano ha sido un motivo habitual en los discursos sobre la dignidad humana, desde Anaxágoras y el humanismo renacentista hasta el hermoso Elogio de la mano (1934), de Focillon. Asociar ese tópico con el beatus ille, como sucede aquí, y convertirlo en la columna vertebral de una novela implica asumir algunos riesgos, entre ellos los de la repetición monótona y la lucubración digresiva. Carrasco ha conjurado más o menos el segundo (aunque no veo muy funcionales las notas al pie de Sennett, Arendt o Byung-Chul Han), pero no del todo el primero. Incluso admitiendo una voluntariosa lectura alegórica, a cuya luz el empeño en reparar una casa que van a perder equivaldría al humano afán de lucha por nuestra vida finita (alegoría, por otro lado, poco convincente), la novela se hace reiterativa y lenta. En su tramo final, además, el relato parece extraviarse en busca de un cierre que contenga el nostálgico adiós a una etapa vital y un melancólico mensaje sobre el paso del tiempo.
Elogio de las manos
Seix Barral, 2024
320 páginas. 20,90 euros
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