Martín Gaite íntima
La correspondencia inédita entre la escritora y Julián Oslé refleja la historia de una amistad llena de la verdad de las experiencias cotidianas
La rara candidez de este libro es conmovedora por veraz y transparentemente sentimental. Es verdad que pide primero querer los libros de Martín Gaite, fallecida de un cáncer fulminante en 2000, a los 75 años, pero son legión quienes los han querido y los quieren, y no necesariamente empezando por Nubosidad variable (1992). Es el que está escribiendo a trompicones cuando inicia la escritora una relación de amistad imprevista con un joven de 29 años, historiador y gaditano, Julián Oslé. Esta es la historia de u...
La rara candidez de este libro es conmovedora por veraz y transparentemente sentimental. Es verdad que pide primero querer los libros de Martín Gaite, fallecida de un cáncer fulminante en 2000, a los 75 años, pero son legión quienes los han querido y los quieren, y no necesariamente empezando por Nubosidad variable (1992). Es el que está escribiendo a trompicones cuando inicia la escritora una relación de amistad imprevista con un joven de 29 años, historiador y gaditano, Julián Oslé. Esta es la historia de una amistad con la sola voz de las cartas de ella (y el relato y algunos dibujos de él), sin alarde de nada y con la gracia editorial de no transcribir sus cartas (recién alborozada por recibir en 1988 el premio Príncipe de Asturias compartido con un viejo amigo, José Ángel Valente) sino de reproducirlas primorosa y perfectamente legibles. El lujo adicional está en disfrutar de muchos de sus collages, imaginativos y autoparódicos, de muchas de sus postales, de sus dibujos y sus filigranas de mujer cuidadosa y un punto tristona: solo hacía tres años de la muerte de su hija Marta a los 29 años, en 1985, y había ya regresado de su huida a Manhattan.
Otras veces es Julián Oslé quien transcribe parcialmente cartas de ella para contar las cosas cotidianas de Martín Gaite: reformó y rehabilitó la habitación más grande de la casa en Dr. Esquerdo que había compartido con Rafael Sánchez Ferlosio y con su hija para instalarse en ella (y fumar tranquilamente tendida en la cama). Fue lenta y amarga la terapia curadora de la pérdida pero no sale a cada instante porque ya lo dice ella: solo escribe cartas cuando está tranquila y en paz, aunque no sea del todo verdad. A menudo son glosas de gratitud por las larguísimas y frecuentes llamadas telefónicas, él en Cádiz o en Sanlúcar de Barrameda, ella en Madrid o en El Boalo, y casi siempre consciente —como en esta nota del 2 de octubre de 1990— de que “los ángeles custodios no todos los años vienen con tenedores que se te clavan en los sesos. Gracias por llamar”.
Empiezan enseguida, sobre todo entre 1988 y 1992, proyectos compartidos, viajes estivales o largas excursiones, además de multiplicar los mensajes, las postales y hacerse muchas fotos que el libro incluye también. Martín Gaite respira estos años un aire más alegre y apacible, feliz cuando pasea por la playas de Tarifa o de Cádiz, otras veces recogida en la casa familiar de El Boalo que ha hecho ya por fin suya o inquieta por saber con exactitud el día de 1988 en que cantará en Madrid Lluís Llach (a Oslé le gustan Salvat-Papasseit, Salvador Espriu o Quico Pi de la Serra) mientras espera la visita en casa para varios días de la cervantista estadounidense y amiga Ruth El Saffar, aunque también “muy contenta y muy emocionada” por la huelga general que le montaron a Felipe González en la era del milagroso consenso transicional.
Pero vive también agobiada de encargos porque ha de entregar ya el primer episodio de la serie de TVE sobre la Celia de Elena Fortún (“me estoy volviendo muy buena y muy sosa. Toda la sal se la pongo a Celia”), tras haber estrenado su adaptación de El burlador de Tirso de Molina y pronto estrenará también su versión de El Marinero de Fernando Pessoa, recién retomada la escritura de Nubosidad variable: le manda incluso el collage que apareció en la portada de la primera edición en Anagrama, compuesto cuando todavía le faltaba un buen tramo de escritura para rematar una novela que relanzaría la figura de la novelista entre el gran público. Y hasta se compró una Vespino para circular por el pueblo de la sierra y la casa que compartió con su hermana Ana.
Es un homenaje íntimo y hermoso, y ha hecho bien Oslé en compartirlo con los lectores que recuerdan a la escritora, o incluso con aquellos que pueden descubrirla también como ensayista y hasta como poeta: es el músico Alberto Pérez quien cuenta al final la grabación de los poemas de A rachas recitados por ella misma, nuestra primera y más potente mujer de letras del siglo XX.
Carmiña. Correspondencia inédita de Carmen Martín Gaite-Julián Oslé
200 páginas, 32 euros
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