Jon Cazenave, cuando la naturaleza gesta su propia imagen
En la soledad de las tierras salvajes de Laponia, el fotógrafo vasco ha dado forma a una nueva serie de imágenes. Una alabanza al mundo natural y a lo primigenio que ahonda en procedimientos que permiten que la naturaleza se exprese por sí misma
Cuenta Jon Cazenave (San Sebastián, 1978) que la primera impresión que sintió al llegar a la Estación Biológica de Kilpisjärvi, fue de angustia, sobrecogido por los bloques de hielo y nieve que componen las salvajes tierras de Laponia. Allí, bajo el perfil de la colina de Saana, una de las cimas más altas de Finlandia, en un territorio que sirve de frontera a tres naciones, pasó dieciséis días, prácticamente en soledad. Por aquellos días el invierno llegaba a su fin y la primavera traía consigo el ...
Cuenta Jon Cazenave (San Sebastián, 1978) que la primera impresión que sintió al llegar a la Estación Biológica de Kilpisjärvi, fue de angustia, sobrecogido por los bloques de hielo y nieve que componen las salvajes tierras de Laponia. Allí, bajo el perfil de la colina de Saana, una de las cimas más altas de Finlandia, en un territorio que sirve de frontera a tres naciones, pasó dieciséis días, prácticamente en soledad. Por aquellos días el invierno llegaba a su fin y la primavera traía consigo el deshielo e interminables horas de luz. Invitado a participar en Ars Bioarctica, un programa de investigación artística y científica, el fotógrafo se dispuso a desarrollar nuevas formas de representar el paisaje con un claro propósito en su mente: no imponer su mirada y permitir que la naturaleza se expresase por sí misma.
El resultado de aquellos días tan intensos ha sido un poderoso conjunto de imágenes orgánicas y abstractas, donde late la fuerza del mundo natural: Ice, Soil, Light and Silence. Se exhibe en el Instituto Iberoamericano de Finlandia en Madrid, comisariado por Sandra Maunac. Una alabanza al mundo natural y primigenio de la que nuevamente se sirve el autor para ahondar en la idea del paisaje como una realidad construida, y explorar la relación entre cultura y naturaleza, al tiempo que da pie a nuevos enfoques creativos que le permitirán explorar más allá de los límites de la fotografía tradicional, abriendo caminos a nuevas posibilidades artísticas.
“Aún quedan lugares donde es necesario llegar despacio”, sentencia Cazenave, durante una conversación telefónica. Arropado por el silencio, el autor poco a poco fue recorriendo aquel territorio de nieve. “Ante la inmensidad y esa cosa tan romántica de lo sublime, trabajar se convierte en un mecanismo de defensa”, advierte. Sin sujetarse a ningún horario y rendido al capricho de la brillante luz que inundaba el paisaje, el artista se dispuso a desarrollar in situ una nueva serie que trascendiera el blanco y negro que suele caracterizar su obra, y adquiriese un punto más matérico, haciendo uso de elementos vegetales y minerales. Así, subió al Saana, al Pikku Malla y recorrió el Lago Kilpisjärvi, mientras el deshielo continuaba su marcha y las piedras, el musgo y los líquenes y otras plantas volvían a ser visibles, liberados del invernal manto blanco que cubre la región subártica.
Comenzó entonces a realizar cianotipias sobre un papel japonés (Washi) utilizando rocas. Tardaría unos días en dar con un gesto, tan obvio en aquel lugar, como era el de colocar hielo sobre el soporte emulsionado. De modo que, mientras que bajo el sol el hielo se derretía, la naturaleza iba gestando su propia imagen. En su propósito de no utilizar la cámara fotográfica como tal, “de tratar de no mirar tanto”, Cazenave regresa a los orígenes de la fotografía y hará uso de técnicas primitivas, que le llevarán a dar con esas imágenes primigenias, instintivas y no culturizadas que persigue el autor.
Piezas efímeras
La antotipia, un proceso fotográfico que se basa en emulsiones hechas con extractos vegetales, será otro de los recursos utilizados. Haciendo uso de unos frutos que el autor iba encontrando, que más tarde identificará como Arctostaphylos uva-ursi, una especie próxima al arándano común, dio forma a unas piezas de tonos rojizos que integran capturas digitales obtenidas a partir de imágenes por satélite. Tonos que están condenados a desaparecer con el tiempo debido a la inestabilidad de la imagen revelada. Piezas efímeras en cuya fragilidad late la fuerza de la naturaleza, donde el color no se manifiesta como una herramienta al alcance del artista, sino como la expresión de una materia que en cierta forma anula la autoría del fotógrafo.
La montaña que observa a diario desde su cabaña inspira una serie de piezas que aluden a los trazos fronterizos que marcan ese territorio perdido. Separaciones ficticias dibujadas por el hombre que también señalan nuestra distancia del mundo natural, y la necesidad de controlar y someter a esa fuerza incontrolable. Serigrafías compuestas por superposiciones que incorporan fotografías digitales de satélite, y donde uno puede palpar la textura de ese pigmento que procede del propio territorio, de esos elementos encontrados por azar que determinan nuevos caminos que al mismo tiempo nos recuerdan nuestro lugar en el mundo. “Partes mínimas de un conjunto de organismos siempre en movimiento a los que deberíamos escuchar mucho más y que la obra de Jon, a través de unas simples notas, nos ayuda a percibir”, escribe la comisaria.
Ice, Soil, Light and Silence. Jon Cazenave. Instituto Iberoamericano de Finlandia. Madrid. Hasta el 29 de febrero.
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