‘Un mundo perseguido’, una historia de la cultura desde la diversidad sexual y de género
El ensayo de Juan Vicente Aliaga traslada al terreno social del arte las vidas de los excluidos y excluidas cuyos hábitos y prácticas sexuales no se ajustan a la sociedad heteropatriarcal
En los debates en torno a la diversidad sexual y de género, siempre ha existido una agradable superficialidad. Esto ha sido más ostensible durante las dos últimas décadas, tema recurrente en los medios hasta entonces más heteronormativos como el cine, la pintura, la literatura y el cómic. Sabemos que la historia de la humanidad ofrece abundantes representaciones de una pluralidad de formas de vida, desde la epopeya sumeria de Gilgamesh (2500 a.n.e.) a las vasijas de la Grecia Antigua, las...
En los debates en torno a la diversidad sexual y de género, siempre ha existido una agradable superficialidad. Esto ha sido más ostensible durante las dos últimas décadas, tema recurrente en los medios hasta entonces más heteronormativos como el cine, la pintura, la literatura y el cómic. Sabemos que la historia de la humanidad ofrece abundantes representaciones de una pluralidad de formas de vida, desde la epopeya sumeria de Gilgamesh (2500 a.n.e.) a las vasijas de la Grecia Antigua, las cerámicas moche o la bohemia interdisciplinar del grupo de Bloomsbury. La sociopolítica europea y anglosajona —y, podría añadirse, todo el orbe impregnado de occidentalismo, además de países como China, India, Nigeria o Siria— está atravesada por este perfume, embriagador para el consumismo más chic, apestoso para la nueva ola —casi un tsunami— de conservadurismo. El alcalde de Barcelona dice que tiene en su despacho una fotografía de Harvey Milk, activista gay asesinado en San Francisco a finales de los setenta. Pero en el índice final de nombres de Un mundo perseguido, donde Juan Vicente Aliaga traslada al terreno social del arte las vidas de los excluidos y excluidas cuyos hábitos y prácticas sexuales no se ajustan a la sociedad heteropatriarcal, no sale el nombre de Milk, y lo que podría ser un descuido parece, en su caso, una declaración de intenciones.
El libro de Aliaga, que lleva el subtítulo Del silencio a la eclosión de la diversidad sexual y de género en el arte del siglo XX, es un libro serio, y no porque algunos renglones de la prosa de este profesor de universidad, experto en arte y género, suenen algo decimonónicos, sino porque trata con extremo cuidado tanto la casuística más conocida como los pormenores cristalizados en los tratados gays, lésbicos, feministas, trans y queer. Aliaga maneja astutamente toda la historiografía de los estudios culturales y sus autores clave (Monique Wittig, Adrienne Rich, Douglas Crimp, Judith Butler, Kosofsky Sedgwick, De Lauretis) y aunque su compendio de los “perseguidos” (en este término se encierran otros significados) atraviesa las diferentes sociedades y el pensamiento desde la modernidad, enmarcada en cada capítulo por épocas y geografías, huye de los lugares comunes (Warhol) poniendo el foco en aquellos logros emancipadores que gran parte de la sociedad straight (recta, uniforme) ignora.
Pocos comisarios y ensayistas se muestran tan feministas y resueltos a sacar del armario la realidad lésbica en la cultura occidental como Aliaga (“en los grupos gays también se producen conductas misóginas y sexistas”, reconoce). Y algo aún más importante, el cuidado con que explica algunos conceptos de la diversidad sexual LGTBIQ+ que para muchas personas son un galimatías. Por ejemplo, que el término transexual fue acuñado por el alemán Harry Benjamin en 1954, y que las primeras revueltas se produjeron en Los Ángeles, en 1959 (las Cooper Do-nuts Riots); o que en los disturbios de Stonewall de Nueva York, en junio del 69, el papel más destacado lo tuvieron no los hombres gay, sino el colectivo más estigmatizado, las mujeres trans, con Marsha P. Johnson, Sylvia Rivera y Stormé DeLarverie (que se autodefinió como dyke-stone butch, “bollera marimacho camionera”). Cuando en una ocasión, delante de un tribunal, un juez le preguntó a Johnson qué significaba la P de su nombre, esta respondió “pay it no mind” (“no le hagas caso”), frase que se convirtió en su distintivo. Entre este dato y el de que la banda de pop barroco Antony and the Johnsons fue nombrada en honor a esta revolucionaria STAR (activista travestida callejera, como ella misma se autodenominaba), queda todo dicho sobre los protagonistas de ese arco temporal que va de la invisibilidad y la indiferencia a la celebridad.
Un mundo perseguido
Akal, 2023
288 páginas. 24 euros
Puedes seguir a BABELIA en Facebook y X, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.