‘El holandés’, una novela sobre la España ochentera del turismo, el ladrillo y la picaresca
El libro de Elisa Ferrer es una radiografía sin nostalgia de aquellos años en los que, a pesar de infinitos defectos y corruptelas, los sueños todavía parecían posibles
El hecho generacional se ha convertido en un tema de discusión política y reflexión cultural muy presente en la España post-crisis 2008, y, en los últimos años, voces femeninas como Carla Simó o Ana Iris Simón nos han ofrecido recreaciones autoficcionales de la Cataluña y España de los años ochenta y noventa. La valenciana Elisa Ferrer se sitúa en esta estela con su segunda novela, El holandés, en la ...
El hecho generacional se ha convertido en un tema de discusión política y reflexión cultural muy presente en la España post-crisis 2008, y, en los últimos años, voces femeninas como Carla Simó o Ana Iris Simón nos han ofrecido recreaciones autoficcionales de la Cataluña y España de los años ochenta y noventa. La valenciana Elisa Ferrer se sitúa en esta estela con su segunda novela, El holandés, en la cual la treintañera Alba, alter ego de la propia autora, nos cuenta la historia de Rafael Pons, un self-made man castizo de un pueblo del interior alicantino que en 1988 protagonizó ‘la mayor estafa inmobiliaria de todos los tiempos en Benidorm’, vendiendo un solar situado en primera línea de playa que no le pertenecía.
Rafael, protagonista que coloniza maravillosamente toda la novela, es un personaje perfecto, cuya psicología es desplegada de forma magistral por la narradora, que nos va descubriendo paulatinamente todos sus matices, esas maneras de pensar y actuar siempre calculadas e interesadas, y lo hace de forma distante pero sensible, que muestra y guía, pero no impone, que intenta comprender, pero no eximir. Rafael, quien regenta el Bar Chanquete en Benidorm junto a su mujer Lola, es el boomer español por antonomasia, el cuñado ideal para un gag de Pantomima Full, mujeriego y vividor, amigo de sus amigos y fan de Los Chichos y Bertín Osborne —la novela, en este sentido, está llena de frases tan espléndidas y realistas como hilarantes—. Al mismo tiempo, Rafael es un estafador y traficante de drogas que se fuga a Holanda huyendo de la policía y que allí, como en Benidorm, no dejar de pensar en el siguiente negocio (turbio mejor que mejor, por supuesto). Gracias a la combinación de distancia crítica narrativa y el ansia de comprensión de la complejidad psicológica de un sujeto histórico muy particular, la historia de Rafael se torna la intrahistoria de esa España del turismo, la corrupción y el pelotazo inmobiliario, que entraba en la OTAN y la UE, pero mantenía la picaresca de siempre.
La vida de Rafael la vamos conociendo a medida que la investiga para un proyecto de guion televisivo la narradora/personaje Alba a lo largo del año 2018, quien a su vez nos va explicando su propia historia. Oriunda del pueblo de Rafael, ya hace años que reside en Madrid, donde experimenta la precariedad laboral, económica y sentimental que caracteriza a su generación: trabaja en una monótona oficina mientras intenta despegar como guionista de cine y televisión, ya ha vivido en nueve pisos diferentes y ahora se tiene que marchar de nuevo porque su casero acaba de vender, y la relación con su novio Dani no pasa por sus mejores momentos porque él quiere tener hijos y ella, no. Alba, pues, simboliza los problemas, ansiedades e incertidumbres de la generación milenial.
Mientras Alba está angustiada, constantemente autoreflexionando y mirando hacia dentro, Rafael siempre aparece lleno de vida, mirando hacia afuera y hacia adelante
Y es mediante el personaje de Alba que la novela extiende su alcance y complejidad histórica, tornándose también una reflexión sobre las conexiones y divergencias entre la experiencia personal y colectiva de ambas generaciones. Así, las introspecciones, inseguridades y preocupaciones de Alba —por su situación económica, profesional y sentimental, por la superpoblación, por el cambio climático— se convierten en el contrapunto a partir del cual (re)pensar la historia de Rafael, y es particularmente revelador ver cómo, mientras Alba está angustiada, constantemente autoreflexionando y mirando hacia dentro, Rafael siempre aparece lleno de vida, mirando hacia afuera y hacia adelante. Si bien El holandés rehúye de forma radical la nostalgia celebratoria, retrógrada, y mantiene una mirada muy crítica hacia esa España de los ochenta y noventa —hacia la delincuencia económica, chanchullos y evidente corrupción política, hacia su falsa moral, hacia el siempre imperante machismo, hacia la ilusoria riqueza del ladrillo que más tarde traería mucho dolor—, también es capaz de narrar de forma muy elocuente cómo vivía, cómo se divertía y cómo sufría la última generación que todavía creyó que las cosas, la vida y la economía, podían ir a mejor.
El holandés
Tusquets, 2023
304 páginas. 19 euros
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