Eva Fàbregas, la artista que piensa con las tripas
La artista expone sus esculturas blandas en dos muestras en Berlín y Santander, con las que reflexiona sobre formas de deseo y erotismo alejadas de lo tradicional
Aunque el corazón dialoga con la razón, sabemos que gran parte del lenguaje del amor es digestivo. Sentimos mariposas en el estómago, baja el hambre a la vez que sube el apetito sexual, y con la adrenalina por las nubes no queremos más que comernos a besos. Escribía Simone Weil que amamos como caníbales, aunque su antídoto para nutrirnos de otra fuerza de amor superior no era menos comestible. Sólo hay que recordar el pasaje en que Jesús cogió un pan, lo repartió entre sus discípulos y dijo: “Tomen y coman; este es mi cuerp...
Aunque el corazón dialoga con la razón, sabemos que gran parte del lenguaje del amor es digestivo. Sentimos mariposas en el estómago, baja el hambre a la vez que sube el apetito sexual, y con la adrenalina por las nubes no queremos más que comernos a besos. Escribía Simone Weil que amamos como caníbales, aunque su antídoto para nutrirnos de otra fuerza de amor superior no era menos comestible. Sólo hay que recordar el pasaje en que Jesús cogió un pan, lo repartió entre sus discípulos y dijo: “Tomen y coman; este es mi cuerpo”. Ese ligero canibalismo ocurre también cuando somatizamos. Algo se apodera por dentro como un huésped gritando lo que el cuerpo calla, ese gusano colonizador que lo atrapa todo, como el deseo.
Todas estas asociaciones sobrevuelan por la gran instalación que la artista Eva Fàbregas (Barcelona, 1988) presenta en la nave central de la Hamburger Bahnhof de Berlín. Hacía tiempo que no se celebraba en este espacio una propuesta tan magna como la suya. La antigua estación de tren, convertida hoy en museo, es el mayor reclamo de arte contemporáneo de la ciudad. Mucho tienen que ver sus nuevos directores, Sam Bardaouil y Till Fellrath, que llegaron en 2022 tras comisariar la Bienal de Lyon para cogerle el pulso a la escena que antaño pasaba por centros de arte como el KW.
El histórico vestíbulo del Hamburger Bahnhof es imponente. También su acústica. Cualquier sonido que se emita desde un extremo de la sala llena todo el espacio hasta llegar al otro extremo, creando una enorme burbuja de reverberación que engulle y devora cada rincón del recinto. Es sutil pero importante, porque da la sensación de estar dentro de un bicho. Una cabeza, un estómago, una boca. Un interior que, pese a su aspecto industrial y masculino, la artista matiza con los objetos blandos y corpóreos tan característicos de su trabajo hasta colocarnos en una especie de organismo vivo enorme que obedece a su propia lógica libidinosa. Algo así como una máquina de deseo con un potencial de crecimiento incontrolable.
Devouring Lovers es una instalación realmente hermosa hasta en el título, que la artista le coge prestado a Daisy Lafarge de We Eat Each Other Up, un texto igual de fascinante donde la escritora inglesa se pregunta qué significa ser parasitado por alguien o algo. Lo hace hablando del apareamiento entre las mantis religiosas, tan violento como deseado, donde el insecto hembra suele acabar la cópula arrancando la cabeza y devorando al insecto macho. Una dinámica similar ocurre en el trabajo de Eva Fàbregas. También ella explora en sus esculturas, instalaciones, dibujos, vídeos o piezas sonoras los mecanismos de deseo y erotismo de materiales y objetos. La artista alude al compromiso táctil, la intimidad física, la relación sensorial y las múltiples formas de experimentación somática que tenemos con los objetos. Lo hace combinando tejidos suaves y de tonos vibrantes, con colores pálidos cercanos a la piel y formas biomórficas. Su instalación de mallas de colores rellenas de pelotas parece un cúmulo de tentáculos intentando abrazarse. También una gran digestión o gestación de ideas que penetran por una arquitectura que a ratos parece un estómago. Es conmovedora y desconcertante a la vez. Setenta esculturas donde prima la textura, la forma, el color y la escala, y que se mueven como si fueran un gran intestino. En ocasiones lo hacen ellas solas mediante un motor oculto al ojo visitante. Otras veces es el espectador quien “activa” la instalación con el irrefrenable deseo táctil que despiertan.
Su obra, como un gran intestino, habla de nuestra relación sensorial y de nuestra experimentación somática con los objetos
No es casual que las pelotas que esconden esas esculturas sean objetos hinchables y que trasladen ese aspecto de escultura maleable, fluida y casi informe. El aire lleva aliento y, por tanto, una relación directa con lo vivo que para la artista es crucial. Lo vemos, también, en la obra que presenta ahora en el Centro Botín en Santander. Su intervención allí es igual de apoteósica. Forma parte del programa expositivo Enredos, lanzado por la actual directora, Bárbara Rodríguez Muñoz, cuyo objetivo es apoyar a los artistas que han disfrutado de una beca de la Fundación Botín y vincularlos con la colección, el edificio y los públicos. Perforando las paredes, Fàbregas lleva esta vez su intestinal instalación de una sala a otra, junto a las obras de David Bestué, Leonor Antunes y Cabello/Carceller, entre otras. El diálogo es complejo y a menudo inesperado en torno al deseo, lo corporal y lo lúdico, pero también sobre lo amorfo, lo atrevido y lo perturbador.
La artista suele decir que piensa con los dedos e invita a hacer lo mismo con sus obras. Dice también que no atendemos suficientemente a nuestra piel y a nuestros cuerpos y que deberíamos escuchar con generosidad lo que tienen que decirnos, como si fueran un tímpano gigantesco. Tocar es otro estadio mental desde donde imaginar otros cuerpos posibles y nuevas formas de deseo más allá de las clasificaciones tradicionales. Invita a la contaminación y la infección, tal como puede entenderse su escultura. Unas obras que crecen, sudan, respiran y proliferan. Que proponen otros modelos de relación amorosa que abarrotan nuestros sentidos, especialmente con uno mismo.
‘Enredos’. Eva Fàbregas. Centro Botín. Santander. Hasta el 15 de octubre.
‘Devouring Lovers’. Eva Fàbregas. Hamburger Bahnhof. Berlín. Hasta el 14 de enero de 2024.
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