‘Nunca se sabe y otros relatos’, la ciudad vista como una pecera
Mónica Monteys, escritora y fundadora de la editorial Gatopardo, practica una auténtica narrativa local a través de cuentos de un humor severo que roza lo feroz
En 2015 el reconocido crítico de este medio J. Ernesto Ayala-Dip observó que Mónica Monteys había perfeccionado el arte del mejor cuento en su primer libro en este género, Normandía, tras el volumen de poesía Los años olvidados, en 1991, con prólogo de Rosa Navarro. Monteys ha desempeñado toda clase de trabajos editoriales, debidos a su eximia biografía lectora, esa biogra...
En 2015 el reconocido crítico de este medio J. Ernesto Ayala-Dip observó que Mónica Monteys había perfeccionado el arte del mejor cuento en su primer libro en este género, Normandía, tras el volumen de poesía Los años olvidados, en 1991, con prólogo de Rosa Navarro. Monteys ha desempeñado toda clase de trabajos editoriales, debidos a su eximia biografía lectora, esa biografía que quienes se dedican a la vida literaria llevan consigo y a veces dejan adivinar en sus gustos y en su propia escritura. Si el contingente de lecturas es escaso, lo que sucede en la creación es previsible y hasta inútil. Si es abundante y hasta extravagante, la creación destila esas lecturas, pero no las calca.
Monteys es una lectora abundante y apasionada y es sin duda extravagante, pero lo es de un modo soterrado y hasta estoico, aunque no abandone el humor.
Es un perezoso lugar común afirmar que este es un lapso —vagamente ajustado a los años del siglo XXI— en que el mercado editorial ha impuesto la internacionalización y homogenización del estilo narrativo en todos sus géneros. Quizá sea más esforzado y provechoso volver a aislar los rasgos nacionales que persisten; porque más allá del mercado y sus gestores, los autores son, podría decirse, locales y suelen leerse (y observarse y vigilarse) entre ellos, en cada sociedad literaria. Y de esos ejercicios de continuo espionaje proceden las distintas escuelas; en ese caso, del género del cuento.
Se pueden aislar al menos tres en la última narrativa castellana de España. No digo que provengan enteramente de la propia España, pero son reconocibles en ella: la primera es la del cuento como cápsula de una iluminación que proviene del asombro ante la extrañeza de lo cotidiano, recurso en el que excede Juan José Millás. La segunda ha eclosionado como deriva, en ocasiones costumbrista, de la literatura de y por mujeres: hay una fisiología, una neurociencia, una endocrinología y una épica del “ser mujer” o, incluso, del “ser género”.
Hay una tercera escuela del relato en la que el tema es lo que menos importa; lo que importa es, justamente, que el tema no importe
La tercera vive en los intersticios: es aquella en la que el tema es lo que menos importa; lo que importa es, justamente, que el tema no importe. A esta pertenece Monteys.
Puede haber en cada uno de los cuentos de este volumen personajes de la más banal vida de las ciudades, como vecinos misteriosos, viejos desesperados sentados en plazas al sol, a punto de ser desahuciados; o matrimonios aburridos en cuyo devenir Monteys, atenta lectora de Balzac, de Edith Wharton, de Henry James o de Barbara Pym, destila hasta la sordidez la relación entre el vínculo matrimonial, la clase social y el dinero. Puede haber una situación que es un encuentro entre hermanas, que coquetea con el sentimentalismo y lo elude.
Y Monteys practica el desafío de una auténtica narrativa local a través de un cuento que, a mi juicio, es de un humor casi feroz: ‘La trayectoria de la bala’. Es una pieza que tiene dos tramas: una se teje en la situación; la otra, en el recuerdo. La situación no es sólo atmósfera, sino también arquitectura, o, más bien, interiorismo, el interiorismo de El Corte Inglés. Algo carente por completo de sustancia y hasta de sentido, ya que cambia según las ofertas y la presión de las grandes firmas. Monteys convierte ese interiorismo fungible en intriga paranoica y la urde con una disciplina admirable. No denuesta a El Corte Inglés, sino que obliga a reconocer esos trayectos como parte de una experiencia común.
¿Cómo definir esta perspectiva que he llamado extravagante? Quizá la definición que más se aproxima es la de alguien que contempla una gran pecera llena de seres afanosos a los que hay que dejar vivir, sin simpatía aunque sin acritud, a través de sus diálogos, sin aproximarse demasiado. En esa distancia cautelosa y severa reside el mérito de su estilo.
Nunca se sabe y otros relatos
Huerga y Fierro, 2023
138 páginas. 15 euros
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