Más allá de ‘En busca del tiempo perdido’: los otros textos de Proust
El centenario de la muerte del autor coincide con la aparición por primera vez en castellano de sus ‘Cartas escogidas’, y con la recuperación de sus ensayos sobre arte y literatura
El 18 de noviembre de 1922 la salud del escritor Marcel Proust empeoró de forma irreversible. Tenía 51 años y padecía asma desde los 10. Su sirvienta y secretaria Céleste Albaret avisó a un médico y al hermano del escritor, Robert, profesor de cirugía. “Le dije al doctor que había que ponerle una inyección y me respondió que cómo lo haríamos, ya que no resistía más inyecciones. Había que ponérsela en la cadera y cuando me acerqué y ...
El 18 de noviembre de 1922 la salud del escritor Marcel Proust empeoró de forma irreversible. Tenía 51 años y padecía asma desde los 10. Su sirvienta y secretaria Céleste Albaret avisó a un médico y al hermano del escritor, Robert, profesor de cirugía. “Le dije al doctor que había que ponerle una inyección y me respondió que cómo lo haríamos, ya que no resistía más inyecciones. Había que ponérsela en la cadera y cuando me acerqué y levanté la esquina de la colcha me agarró de la muñeca y gimió: ‘¡Ay Céleste!’. Y con ese grito y su cara me dijo que le estaba traicionando, que por encima de todo no debía dejar que le sometieran a esos tratamientos que los doctores imponían en los moribundos con inyecciones para mantenerlos con vida media hora o una hora más, que aquello era horrible”, relató Albaret en las 70 horas de entrevistas grabadas que mantuvo con Georges Belmont décadas después.
Proust había logrado en 1922 poner fin a En busca del tiempo perdido, la gran obra que le convertiría en uno de los más grandes novelistas de la historia de la literatura, cuyas dos últimas entregas serían publicadas de forma póstuma. El escritor de la Belle Époque, gran enemigo de la corriente crítica que ahondaba en la vida de los autores, había dado instrucciones claras para que sus cartas desaparecieran, pero a mediados de los años cincuenta el académico Philip Kolb emprendió la ingente tarea de ordenar y publicar su correspondencia en 21 volúmenes. Ahora, coincidiendo con el centenario de su fallecimiento, el sello Acantilado ha publicado Cartas escogidas (1888-1922), una versión editada, prologada y anotada por Estela Ocampo, con traducción de José Ramón Monreal, que incluye casi 700 epístolas, de las más de 6.000 conservadas. “La ordenación temática de su correspondencia no se había hecho nunca”, destaca Ocampo, y apunta que el nuevo volumen se marcó como objetivo acercar al lector la voz de Proust y crear una “cartografía de su pensamiento”. Los bloques —con las cartas ordenadas en cada uno de ellos cronológicamente y sin profusión de notas para no interrumpir la lectura— cubren el mundo sentimental de Proust, sus incursiones en la historia y la sociología, su vida de puertas adentro, sus opiniones sobre el arte y la valoración que hizo de su propia obra.
La selección arranca con dos cartas a su madre en las que no escatima reproches filiales —”Mi querida mamita: Con tu habitual falta de intuición materna no habrías podido ser más intempestiva con tu carta…”—. Al también novelista André Gide le adelanta que en el tercer volumen de su magna novela “los enemigos de la homosexualidad se sublevarán ante las escenas que describiré”. Ocampo subraya que Proust se sitúa “casi en el extremo opuesto a Gide”, ya que se muestra “extremadamente cuidadoso a la hora de no mostrar explícitamente su homosexualidad en las cartas”. Pero eso no impide que exprese su cercanía con Reynaldo Hahn y sus trasiegos amorosos cuidadosamente matizados —”Yo quiero de veras a Alfred [Agostinelli]. No es mucho decir que le amaba, pues le adoraba”—, o que pida a su abuelo 13 francos para estrenarse y desahogarse en un prostíbulo tras una primera incursión fallida. Hay cartas a críticos que atacaron su obra y otras en las que se refiere a los personajes de su novela y su inspiración en personas reales. A Laure Hayman, amiga de su tío abuelo y dueña de un salón parisiense, trata de convencerla de que no fue la inspiración para Odette: “no solo no es usted, sino que es exactamente lo contrario de usted. Lo cual resulta evidentísimo, me parece, a cada frase que pronuncia”, y añade más adelante, “me dice usted que su jaula (¡!) se parece a la de Odette. Me he quedado estupefacto”.
La voz del autor surge de estas conversaciones epistolares con frescura, y en esto Ocampo coincide con Bernard de Fallois, cuyas ágiles reflexiones sobre el lugar que Proust y su novela ocupan quedan recogidas en el volumen recientemente publicado Siete conferencias sobre Marcel Proust (Ediciones del Subsuelo, traducción de Lluís Maria Todó). “Es evidente que para él una correspondencia no es una pieza literaria”, apunta. “Proust intercambia noticias, hace preguntas, habla de su vida, pero no convierte jamás sus cartas en una tribuna para anunciar sus ideas o para discutir sobre una teoría. Son unas cartas extremadamente vivas”. Fallois fue quien descubrió el manuscrito de Contra Saint-Beauve, el texto que Proust dedicó al crítico más eminente de su época, en el que desmontaba la aproximación a la obra de un autor a partir de su biografía. Este es uno de los textos que Mauro Armiño --traductor de una de las tres versiones de En busca del tiempo perdido disponibles en castellano-- recoge en otra de las novedades que ha llegado con el centenario, Escribir. Escritos sobre arte y literatura (Páginas de Espuma). “Proust nunca tuvo claro qué era un ensayo y qué era una novela”, señala Armiño, y añade que una buena prueba de ello es que en la novela incrustó artículos que había publicado en Le Figaro. “A diferencia de otros escritores de su época como Colette, él no despreciaba en absoluto el trabajo de articulista y a posteriori recupera esos textos. Por eso su novela es intelectual”. Sus reflexiones sobre el trabajo de pintores y músicos muestran igualmente “a un articulista libre que hace lo que le da la gana”.
En el nuevo recorrido editorial por los márgenes de Proust destaca otra importante novedad: Marcel Proust (Paidós), de Roland Barthes. El volumen reúne los textos que el semiólogo dedicó al gran novelista, no solo artículos o charlas, sino también las fichas que conservaba en su archivador con notas e ideas sueltas y una fantástica selección de fotos de época con las anotaciones que hizo Barthes. Ahí se encuentran algunos de los amigos y familiares con los que se escribió y que de una u otra forma conformaron el interminable universo de su novela, cuyo primer tomo publicó en 1913. Los nueve años siguientes Proust se volcó en rematar la obra, su salud empeoraba y le preocupaba no poder terminar. Según contó la fiel Céleste: “Me dijo que la muerte le buscaba y él quería terminar el trabajo de su vida. Una mañana cuando entré en su habitación estaba como un niño que ha encontrado el juguete más fantástico y toda la felicidad del mundo. Me dijo: ‘querida Celeste, tengo grandes noticias para ti’. Se enderezó en la cama y siguió: ‘he escrito la palabra fin y ahora puedo morir en paz’”.
Cartas escogidas (188-1922), de Marcel Proust. Edición, prólogo y notas de Estela Ocampo. Traducción de José Ramón Monreal. Acantilado, 2022. 490 páginas. 28 euros. Escribir. Escritos sobre arte y literatura, de Marcel Proust. Traducción y prólogo de Mauro Armiño. Páginas de Espuma, 2022. 560 páginas. 37 euros. Marcel Proust. Micelánea, de Roland Barthes. Edición y notas de Bernard Comment. Traducción de Alicia Martorell. Paidós, 2022. 378 páginas. 22 euros. Siete conferencias sobre Marcel Proust, de Bernard de Fallois. Traducción de Lluís Maria Todó. Ediciones del subsuelo, 2022. 252 páginas. 19 euros.
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