Los paisajes interiores de Beth Orton

Tras seis años de silencio, la cantante británica vuelve con un álbum con sus problemas de salud como telón de fondo, que suena como una oda a una serenidad reencontrada

La cantante Beth Orton, en un retrato promocional.ELIOT LEE HAZEL

Entrevistar a Beth Orton (Norfolk, 1970) no es tarea fácil. El primer intento de acercarnos a la cantante británica fue abortado sin explicación aparente: días después, anunció en sus redes que le habían encontrado un bulto en el pecho que se tuvo que operar de urgencia (era benigno). La segunda tentativa fue a través de Zoom, unos días después, durante una pausa de los ensayos para su nueva gira, que interrumpiría a los pocos minutos por sus dificultades para concentrarse (y porque no estaba de humor). Hasta que, la mañana ...

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Entrevistar a Beth Orton (Norfolk, 1970) no es tarea fácil. El primer intento de acercarnos a la cantante británica fue abortado sin explicación aparente: días después, anunció en sus redes que le habían encontrado un bulto en el pecho que se tuvo que operar de urgencia (era benigno). La segunda tentativa fue a través de Zoom, unos días después, durante una pausa de los ensayos para su nueva gira, que interrumpiría a los pocos minutos por sus dificultades para concentrarse (y porque no estaba de humor). Hasta que, la mañana siguiente, la propia Orton propone una llamada por FaceTime mientras lleva al dentista a su marido, el cantante estadounidense Sam Amidon, y luego pasea a su perro por un rincón bucólico de Hampstead Heath, su barrio del norte de Londres. A la tercera va la vencida: la cantante se disculpa, respira hondo, observa un cielo que se ha levantado menos gris que de costumbre y procede a abrirse en canal.

Después de seis años de silencio, Orton vuelve con Weather Alive, su octavo álbum, aclamado como uno de los puntos álgidos de una carrera que empezó a mediados de los noventa, cuando se hizo un hueco en un panorama dominado por las bandas de brit pop y la cultura de club. Orton esbozó una tercera vía, entre su formación en el folk junto al músico escocés Bert Jansch y los ritmos electrónicos que salían de las discotecas, como atestiguan sus colaboraciones con Andrew Weatherall o The Chemical Brothers. Desde entonces han pasado casi tres décadas y su música se ha vuelto más rugosa, más compleja y puede que más oscura. “Cuando una mujer escribe música grave, se dice que es oscura. Pero mi trabajo no es tenebroso, sino profundo”, protesta con educación.

La cantante lleva varios años trabajando en este disco, un largo proceso que tuvo interrupciones tan brutales como el confinamiento o el fin de su contrato con su anterior discográfica, que procedió a despedirla cuando ella les mandó sus primeras maquetas. “Pedí un préstamo al banco y me empeñé en acabarlo”, relata Orton, que ha producido este disco sola por primera vez. “Tenía que terminarlo. No ya para editarlo, que no tenía claro que fuera a suceder, sino por mi salud mental”.

Este es un álbum corto de canciones largas y volátiles (ocho cortes, algunos de más de siete minutos, hasta llegar a los tres cuartos de hora), inspiradas en recuerdos o en sueños, y ritmadas por lo mejor de la escena del jazz alternativo británico: la acompañan el batería Tom Skinner (del grupo Sons of Kemet), el bajista Tom Herbert y el saxofonista Alabaster dePlume, entre otros. Tal vez sea por esa nueva vinculación al género que algunas canciones tienen un aire abstracto, inconcluso, como si surgieran de una improvisación. Van acompañadas de letras que hablan de temas tan clásicos como el paso del tiempo y otros abismos de la existencia. “Está escrito en ese momento en que haces balance de tu vida y logras ver las cosas con claridad, tal como fueron, incluso si tú misma no sales bien parada en ese nuevo relato”, confiesa. Hay algo más crudo en el resultado, que ella vincula a su fabricación solitaria y artesanal. “Sin ofender a nadie, cuando trabajas con muchos colaboradores puedes perder la esencia de lo que querías conseguir. Esta vez creo que he logrado que no se me escapara. Esa esencia está en la atmósfera de cada canción, en su éter”.

Las distintas dolencias que ha padecido en los últimos años —tiene una enfermedad crónica del aparato digestivo y en 2014 le diagnosticaron epilepsia del lóbulo temporal— son un sutil telón de fondo del que no le gusta hablar. “Es un disco de convalecencia”, admite. Dice que trabajar se convirtió en una especie de vía de escape, aunque esquive con decisión ese tópico que habla del poder curador de la música. “Esto no es una terapia, sino una forma de arte. Pero es cierto que la escritura de las canciones se inspiró en esa situación de estar entre dos mundos, entre la conciencia y la inconciencia”. Sus letras son pura poesía fragmentada. La alejan de su instinto narrativo del pasado y le hacen alcanzar una especie de abstracción. En la maravillosa ‘Friday Night’, Orton cita a Marcel Proust mientras relata una noche de insomnio. “Habla de los pensamientos que te asaltan a esa hora, que suelen ser mucho menos lineales que los del día”, afirma. Otros temas suceden en momentos de transición, como “el amanecer y el crepúsculo”, como metáfora de los cambos que ha vivido en los últimos años. Por ejemplo, ‘Weather Alive’, la canción que da título al disco, es una oda a una serenidad reencontrada: “Casi me hace llorar / El tiempo es tan hermoso ahí afuera”.

“Cuando una mujer escribe música grave, se dice que es oscura. Pero mi trabajo no es tenebroso, sino profundo”, dice la cantante

Las cumbres borrascosas del paisaje británico son otra imagen recurrente. “La naturaleza siempre es lo que más me inspira a la hora de escribir, pero en este disco prevalece más que nunca”, responde Orton. Tal vez porque es su disco de regreso a Inglaterra tras una larga estancia en Nueva York y Los Ángeles. “En realidad, solo me marché tres años, pero mi país cambió mucho durante mi ausencia”, afirma sobre el Brexit. “Somos como una gran familia en la que todo el mundo se ha estado criticando a espaldas de los demás. Este es el banquete en que todo el mundo descubre la verdad”, sonríe. “Es un disco de reconexión con el paisaje, pero no con mi cultura”.

En realidad, Orton no quería dedicarse a la música. Fue William Orbit, su primer novio, quien la convenció de que sabía cantar. Se puso a componer en secreto hasta que despuntó con álbumes extraordinarios como Trailer Park (1996) o Central Reservation (1999): “Hoy todavía los escucho y me parecen muy bonitos. Hay mucha honestidad en ellos, la frescura de alguien que no ha hecho música en su vida. Pese a todo lo que he aprendido, intento mantener esa actitud”. De esa época, solo le molestan los numerosos remixes que consintió, que considera “un signo de falta de integridad artística” por su parte, que han hecho que parte de su música “envejezca mal”. Antes de terminar, confiesa que solo estuvo a punto de tirar la toalla una vez, después de Daybreaker (2002), el que debía ser su primer disco como estrella musical, que no dio el resultado esperado y tras el que su carrera languideció. “Sentí que estaba acabada”, confiesa. Ahora ya no lo cree. “He vivido como un satélite”, canta en ‘Haunted Satellite’. Y ahora Beth Orton quiere ser un planeta.

‘Weather Alive’. Beth Orton. Partisan/Pias.

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