Educación sexual para saber que el porno es ficción

Ana Valero aporta su mirada de experta jurista para abordar las contradicciones de las doctrinas legales de las sociedades modernas a la hora de censurar y prohibir la pornografía

Varios visitantes del museo de Orsay de París observan 'El origen del mundo, de Gustave Courbet, en junio de 2020.THOMAS COEX (AFP via Getty Images)

El cuadro El origen del mundo, del pintor Gustave Courbet, tiene una apasionante historia. Desde su realización en 1866, pasó por subastas y tiendas, fue descubierto escondido bajo otros lienzos, fue requisado por el Ejército Rojo y estuvo años colgado en las paredes de la casa de campo de Jacques Lacan. Su historia es incierta y está llena de zonas oscuras porque es la historia de un cuadro que debía permanecer oculto de nuestra mirada. Esta representación explícita del sexo femenino e...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

El cuadro El origen del mundo, del pintor Gustave Courbet, tiene una apasionante historia. Desde su realización en 1866, pasó por subastas y tiendas, fue descubierto escondido bajo otros lienzos, fue requisado por el Ejército Rojo y estuvo años colgado en las paredes de la casa de campo de Jacques Lacan. Su historia es incierta y está llena de zonas oscuras porque es la historia de un cuadro que debía permanecer oculto de nuestra mirada. Esta representación explícita del sexo femenino en un primerísimo plano se puede ver hoy en el Museo de Orsay de París. Pero para justificar su permiso a estar al alcance de la vista de cualquiera, durante un tiempo la pintura estuvo acompañada de esta advertencia: “Gracias al gran virtuosismo de Courbet y al refinamiento de una gama de color ámbar, L’Origine du monde escapa al estatus de pornografía”.

La distinción entre la pornografía y el arte es, sin embargo, enormemente difusa y cambiante a lo largo de la historia; los museos están siempre llenos de porno. El reciente libro de Ana Valero La libertad de la pornografía (Athenaica), que tiene en su portada el cuadro de Courbet, analiza justamente el carácter difuso de los límites de lo pornográfico y la precariedad de los conceptos jurídicos que se han utilizado para regularlo. Para prohibir el porno, el derecho ha tenido que argumentar la distancia que separaría la pornografía de esas cosas valiosas —el arte o el discurso político— que los poderes públicos tienen el deber de amparar a través de la protección de la cultura o las libertades de expresión. Hay, sin embargo, arte pornográfico, como hay pornografía política. Legitimar al derecho penal para poner en marcha leyes contra la “obscenidad” ha posibilitado tanto la censura de obras de arte como la persecución de discursos o representaciones sexuales disidentes o contraculturales. El Ulysses de ­Joyce; Las flores del mal, de Baudelaire, o la obra fotográfica de Robert Mapplethorpe fueron en su día prohibidos o sancionados por ser pornográficos. Valero, doctora en Derecho Constitucional, aporta la interesante mirada de una jurista experta que quiere criticar las extralimitaciones del derecho. Su libro expone con seriedad y rigor que hay una contradicción que recorre, desde dentro, a las doctrinas jurídicas de nuestras sociedades actuales. Se trata de la incongruencia que existe entre, por una parte, los principios liberales de los Estados de derecho contemporáneos y, por otra, la persecución de algo que el propio derecho identifica como peligroso por poner en riesgo unas determinadas costumbres y una determinada moralidad. El conflicto es especialmente evidente en el contexto anglosajón, con Estados Unidos como caso paradigmático, un país tan orgulloso de su Primera Enmienda y su defensa de la pluralidad como pionero y avanzado en las leyes prohibicionistas.

La libertad de la pornografía tiene también una interesante perspectiva de clase. La obra relaciona el crecimiento de las leyes contra la pornografía a partir del siglo XIX con la moral victoriana puritana imperante, pero también con un proceso de democratización. Las revistas, la fotografía y el cine permitieron que el porno saliera de los pequeños círculos en los que había permanecido recluido. Las representaciones sexuales explícitas, que siempre han estado al alcance de las élites, ahora devenían algo masivo y popular. “El miedo a que las mujeres y las clases trabajadoras fueran corrompidas con respecto al rol que la sociedad victoriana les había asignado” puso a funcionar la maquinaria legal contra la pornografía y explica el surgimiento de una doctrina jurídica prohibicionista dominante hasta el día de hoy.

Valero se distancia de las posiciones feministas que sostienen que cuando el porno representa la desigualdad, la dominación o la violencia no hay una representación, sino una producción de violencia real

Este libro es especialmente pertinente actualmente, como contribución a los debates que han enfrentado a las feministas desde los años ochenta acerca de la pornografía y que siguen hoy vivos. Valero se distancia de las posiciones feministas que sostienen que cuando el porno representa la desigualdad, la dominación o la violencia (qué duda cabe de que muchas veces lo hace) no hay una representación, sino una producción de violencia real. Si el porno no debe ser juzgado como ficción, sino como acto, el Estado está legitimado para criminalizar las representaciones ficticias del sexo. La sociedad no las tomaría como ficciones, sino que estaría siendo adoctrinada y abocada a una especie de reproducción automática y conductista. Esta perspectiva sobre la pornografía nos lleva a una cuestión fundamental para el derecho. Porque una de las maneras de entender lo que significa la mayoría de edad es justamente esta: la posibilidad de distinguir entre la realidad y la ficción. Sólo un Estado paternalista que toma a sus ciudadanos como niños puede emprender la tarea de protegernos de las ficciones, sean estas las que sean. Ahora bien, esto tiene a la vez otra consecuencia. Los actuales formatos audiovisuales de la pornografía mainstream y los canales por los que se accede a ella —es decir, internet— posibilitan el acceso masivo a esos contenidos también de los menores. La protección de la infancia y la adolescencia, expuesta a empresas del big porno que buscan ese nicho de mercado, sí nos obliga a poner en marcha una regulación. El libro se cierra con una conclusión que me parece impecable. Por una parte, la importancia de que nuestras legislaciones intenten sortear las dificultades que implica la opacidad empresarial y financiera de este gigantesco negocio mundial. Por otra parte, que no hagamos descansar siempre todas las soluciones en lo penal y, por tanto, que no perdamos más tiempo sin poner en marcha algo que da a los jóvenes herramientas para aprender a leer el porno como una ficción, a menudo distorsionada e irreal; es imprescindible la educación sexual.

La libertad de la pornografía

 

Autora: Ana Valero Heredia.


Prólogo: Erika Lust.


Editorial: Athenaica, 2022.


Formato: tapa blanda (208 páginas. 18 euros).

Puedes seguir a BABELIA en Facebook y Twitter, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.

Más información

Archivado En