Poyo Rojo, la sensación argentina de la danza teatro

El exitoso dúo presenta en primicia en Madrid su nuevo trabajo, ‘Dystopia’, que sintetiza en un croma la enajenación contemporánea

Alfonso Barón (izquierda) y Luciano Rosso, en un ensayo de 'Dystopia'.Hermes Gaido

No son precisamente bailarines, no son exactamente actores. Se han convertido en imprescindibles de la escena internacional tanto en Latinoamérica como en Europa en bastante poco tiempo y con un trabajo fuera de convenciones. El reconocimiento de Poyo Rojo como un fenómeno a tener en cuenta dentro de las artes escénicas de vanguardia ha puesto el foco sobre este dúo argentino ―ahora radicado en París― que en realidad es trío, o cuarteto según se mire, si sumamos a las otras almas creativas que ponen parte del producto, ya sea desde la...

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No son precisamente bailarines, no son exactamente actores. Se han convertido en imprescindibles de la escena internacional tanto en Latinoamérica como en Europa en bastante poco tiempo y con un trabajo fuera de convenciones. El reconocimiento de Poyo Rojo como un fenómeno a tener en cuenta dentro de las artes escénicas de vanguardia ha puesto el foco sobre este dúo argentino ―ahora radicado en París― que en realidad es trío, o cuarteto según se mire, si sumamos a las otras almas creativas que ponen parte del producto, ya sea desde la esfera de la dirección artística como en la parte textual o la técnica. En escena, Alfonso Barón y Luciano Rosso como coreógrafos e intérpretes; y detrás entre bambalinas un equipo de ideas y gestión que se completa con la colaboración de Julien Barazer y la dirección de Hermes Gaido; para la música han contado con Sebastián Pérez y Migo Scalone. Gaido es a la vez responsable de los efectos visuales, algo que guardan celosamente en secreto no permitiendo ver ningún ensayo a nadie fuera del círculo íntimo y productor. Eso está de moda también para aumentar expectativas, pese a que Poyo Rojo no necesita en lo absoluto. Para definir su trabajo, los poyos acuden a un término que es casi una tierra de nadie: “teatro físico”, aunque luego se dan crédito a sí mismos como redactores de coreografía. ¿Una manera de cubrirse el frente y las espaldas? Puede ser: “No es una contradicción, es una búsqueda de definición. Las críticas han traído de todo. Por una parte, están los ‘ofendiditos’ a los que podemos parecer transgresores gratuitos, pero una gran parte de auditorio se divierte y nos entiende, hace el viaje con nosotros”.

La conversación con el equipo discurre en una sala de ensayos del Teatro Español de Madrid en las Naves de Matadero, entre trípodes, cromas, cámaras, mesas de luces y un enjambre de cables. El 24 de junio estrenarán en la sala Fernando Arrabal de ese espacio su nuevo espectáculo, Dystopia, en lo que viene a ser una primicia concedida a Madrid. Después, la obra de los porteños viajará al Teatro del Elfo de Milán, como gran atracción del festival Milano Oltre, que dirige Rino Da Pace, otro de sus valedores en esta zona del mundo. Dystopia ha recibido el apoyo de otras entidades francesas, como el centro de desarrollo coreográfico Bernard Glandier, L’Arsénic de Montpellier y el Teatro Molière de Sète. “Hemos recibido apoyo de mucha gente. En Buenos Aires cambiábamos de teatro frecuentemente, buscándonos la vida. Nunca tuvimos un productor ni hubo intermediarios. Éramos nosotros. Eso ha pasado, en cierto sentido hemos dado un salto”.

Pero quiénes son ellos. Poyo Rojo nació en 2008 sin demasiadas ambiciones, como la articulación casual de un número de varietés que se vio en el Centro Cultural Laboratorio de Buenos Aires. Los creadores originales, Luciano Rosso y Nicolás Poggi, a fuerza de sudor y taller, crearon aquel dúo donde se relacionan dos hombres usando recursos de danza, mimo y teatro. Como tantas veces pasa con los hallazgos más certeros, puede decirse que, sin proponérselo, la fórmula mágica y el éxito ya estaban allí. Otros teatros del gran Buenos Aires los recibieron, entre ellos el Ciudad Cultural Konex, Teatro del Perro, Teatro Martinelli y Circo del Aire. Y entra en escena Hermes Guaido ocupándose de la dirección. Y es en 2010 cuando pisan España por primera vez con aceptación, pero sin oropeles, girando en la Red de Teatros Alternativos dentro de un primer intento de Circuito Iberoamericano. Duro trabajo continuado, giras y varios regresos a Europa los consagran como verdadera revelación, desde el Fringe de Edimburgo al Aviñón off y el festival anual dependiente de la Bienal de Venecia.

Ya en la programación de danza de la Bienal de Venecia en 2019 no dejaron a nadie indiferente con ese montaje; había un cierto consenso ante su humor y desenfado, algunos gestos de enterados entre el público se torcieron ante los chascarrillos pantomímicos explícitos y un humor mordaz que tocaba de lleno a lo que el común de los mortales entiende como “ballet clásico”. Pero en general la crítica reaccionó bien ante una obra que se sigue representando después de 14 años, con lo que ya es un clásico de decorado: la taquilla de un vestuario y un rústico banco de madera (que son asimilados como “bien fungible”, es decir, no se viaja con la taquilla sino con su idea y se usa una estándar del lugar. Lo único que viaja es el magnetofón con la radio donde se escuchan las emisoras locales. Los chicos hacen el resto y encandilan, quieras que no y siempre, a un público que por lo general no se espera algo así, tan imaginativo como directo, tan punzante como atrevido.

“En Madrid debutamos en la sala Triángulo, lo recordamos perfectamente, y hubo una asociación de gais católicos que nos montó en numerito a lo grande; trataron de impedir nuestra actuación y protestaron airadamente”, recuerdan. El ala rosa de la iglesia madrileña se movilizó con furia, pero las actuaciones tuvieron lugar y fueron un éxito. Algunas temporadas después estuvieron en los Teatros del Canal, y lo que sí siempre ha llamado la atención es el despliegue energético e histriónico de estos artistas: “Nuestro entrenamiento ha cambiado. Sinceramente, creo que he dado tres clases de ballet en mi vida. Enseguida entendí que no era mi camino, aunque reconozco su eficacia”, comenta Rosso. “No tenemos las mismas rutinas que hace 10 años, está claro”, pero esa evolución va hacia un entrenamiento más intelectual que puramente físico, pudiendo decir que el trabajo se convirtió en un método de entrenamiento”, apunta Barón.

Con Dystopia, Poyo Rojo quiere dar su segundo golpe de éxito y por eso lo han meditado tanto. La obra es una ganancia intelectual y argumental, tanto en una complejidad que abarca la puesta en escena como en las intenciones y la teoría que lo sustentan. En sus propias palabras, los poyos rojos manifiestan como prolegómeno: “Dystopia nace en movimiento. Giras, rutas, aeropuertos, hoteles y estaciones de tren. Buscando siempre dónde conectar nuestros teléfonos, venerando satélites en órbita, dependiendo de una red”.

La escena esta vez es más compleja y adecuada a la febril disponibilidad tecnológica actual: todo sucede en un croma donde se indaga entre lo trivial y lo sublime. Ellos adelantan: “El espectáculo se burla de todo tipo de mandatos y asignaciones para profanarlos mejor. Desactiva los miedos, los excesos y las posturas a través de la risa interpelando al espectador: ¿De dónde venimos? ¿Hasta dónde llegamos? ¿Cuál es el destino de este ser humano?”.

Dystopia

Compañía Poyo Rojo. Naves del Español en Matadero. Madrid. Hasta el 10 de julio.

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