Lídia Jorge: “La democracia consiste en batallar con la banalidad de lo cotidiano”
La autora portuguesa publica la novela ‘Los memorables’, una visión de la Revolución de los Claveles en la que la épica de la historia pasada contrasta con el desencanto del presente
Para que Lídia Jorge (Boliqueime, 75 años) se convirtiese en una de las escritoras portuguesas más celebradas, ocurrieron muchas cosas. Algunas rozan lo legendario y otras surgieron en el mismo cuarto donde se celebra esta entrevista. Aquí, iluminada por un quinqué, leía en voz alta novelas atravesadas por la desolación del romanticismo para las mujeres de la familia. Sufrían tanto aquellas heroínas que la pequeña lectora reescribía sus historias con finales felices mientras meditaba sobre lo poco recomendable que era crece...
Para que Lídia Jorge (Boliqueime, 75 años) se convirtiese en una de las escritoras portuguesas más celebradas, ocurrieron muchas cosas. Algunas rozan lo legendario y otras surgieron en el mismo cuarto donde se celebra esta entrevista. Aquí, iluminada por un quinqué, leía en voz alta novelas atravesadas por la desolación del romanticismo para las mujeres de la familia. Sufrían tanto aquellas heroínas que la pequeña lectora reescribía sus historias con finales felices mientras meditaba sobre lo poco recomendable que era crecer a la vista de aquellas desgracias. Aquí también dormía y se despertaba con el chirrido del cubo de zinc de su abuela. “Se levantaba a eso de las cuatro y media, tardaba una media hora en dar de beber a los animales y luego volvía a acostarse. Yo me quedaba en cama admirada de que hiciese aquel esfuerzo cada noche. Nunca pude decirle esto a mi abuela, pero ese sonido del cubo continúa en mi vida”, revive la autora.
Una casa de hombres ausentes y mujeres enfebrecidas por la literatura. Porque si la madre alentaba los sueños de su única hija con la compra de novelas, la abuela admirada le traspasó narraciones orales y unos libros que pertenecen ya al mundo del mito. “Mi abuela no fue a la escuela. Aprendió a leer y escribir con su padre, que era un campesino pobre, pero culto; no sabemos cómo pudo ocurrir eso, es un misterio que perdura”. Cuando el campesino pobre y culto murió, su viuda hizo una hoguera con los libros. Se salvaron los que pudo rescatar la abuela de Lídia Jorge. Y aquí están en esta casa rural del Algarve, capaz de mantener a raya la tórrida tarde del exterior y donde ocurrieron varias cosas que ayudan a explicar por qué su actual propietaria es hoy una de las grandes de la literatura europea, que en 2020 se convirtió en el cuarto autor en portugués en recibir el Premio de la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara, después de Nélida Piñón, Rubem Fonseca y António Lobo Antunes. Si las mujeres la acercaron a los libros, el padre lejano la conectó con la escritura: “Mi contacto con él fue sobre todo epistolar, y eso me ayudó a cultivar esta idea que mantengo de que la escritura literaria es una carta que envías lejos al encuentro de quien falta”.
La última “carta” de Lídia Jorge que ha llegado a España se titula Los memorables (La Umbría y la Solana, traducción de María Jesús Fernández), ocho años después de su salida en Portugal y seis desde su aparición en México. La tardanza ilustra la distancia oceánica que a veces separa ambas literaturas ibéricas, pero se beneficia de la oportunidad. Portugal ha abierto este año las conmemoraciones por los 50 años del 25 de abril de 1974, el jueves que partió en dos su historia contemporánea.
“Yo escribí mi primer libro, El día de los prodigios [1980], sobre la revolución porque no quería que se olvidase cómo era entonces Portugal, un pueblo que tiene una gran capacidad para soñar y una débil capacidad para actuar. Durante la gran crisis de 2008, se malinterpretó mucho de lo que se había soñado. Los jóvenes consideraban lo que había ocurrido de forma burlesca, como si Portugal hubiese tenido una sociedad mejor sin la revolución. En esos años de crisis y de emigración, en lugar de pensar que la democracia había sido una adquisición positiva, los jóvenes deploraban la revolución”, evoca la autora.
“Durante la crisis de 2008, los jóvenes deploraban la revolución, no pensaban que había sido positiva”
Los memorables no es un relato de realismo histórico sobre los pasos de los capitanes de abril que dieron un golpe de Estado contra la dictadura que los había embarcado en guerras coloniales en África y que fluyó tan bien que se convirtió en una revolución popular y pacífica donde los soldados desobedecían la orden de matar y los fusiles encañonaban claveles. “Aunque está basado en hechos concretos y procuré que no tuviese errores históricos, escribí desde un tiempo de posmemoria, un punto de vista casi mitológico, cuando los propios protagonistas ya están olvidando lo que han hecho”. Cuando se publicó en Portugal en 2014, se interpretó también como un relato del presente y sus decepciones.
“Toda revolución es una alegría que anuncia una gran tristeza”, dice uno de los personajes. La escritora lo corrobora: “Una revolución se hace por una utopía y un deseo de cambio. Es un momento altamente poético; quien participa en ella, tiene la idea de que está participando en algo que trasciende. La democracia es lo opuesto al movimiento épico; consiste en lidiar con la banalidad de lo cotidiano, que es lo opuesto a la trascendencia que se vive en una revolución. Por esto quienes hicieron la revolución tuvieron luego tanta dificultad en compaginar esto con la democracia y la banalidad de lo cotidiano”.
Los portugueses tenían una causa que el presente les regatea. “En este momento, no tenemos o tenemos una causa prestada que es la de Ucrania. Los ucranios están haciendo una revolución por todos nosotros. Al principio de la guerra, una analista dijo en televisión que Ucrania ganaría la guerra porque la poesía estaba de su lado. Yo estaba aquí y me emocioné porque ella dijo algo que es verdad: lo que está salvando a Ucrania es la poesía. La forma bárbara como ha ocurrido la guerra y la forma como se ha enfrentado la barbaridad es una cosa que es pariente de lo poético”, reflexiona.
Los héroes de abril sufrieron traiciones, desilusiones, vanidades, espejismos. Y derivas peligrosas como la de Otelo Saraiva de Carvalho, uno de los cerebros del operativo de la sublevación y condenado en democracia por su implicación en un grupo terrorista. “Tiene dos rostros: el del gran estratega del 25 de abril y el que luego se envuelve, engañado o por utopía distópica, con personas que mataron a gente. Hay una mancha en su vida; por eso son memorables y no héroes. Un memorable es aquel que hizo algo que merece ser recordado, pero que, dentro de la complejidad humana, tiene varios rostros. Eso es la literatura, nadie es solo una foto fija”. Y si lo es, como Salgueiro Maia, el capitán más venerado por los portugueses, es por tener una biografía corta. “Hoy en día es tan amado no solo porque fue impoluto y puro, sino también porque murió. Los jóvenes no le vieron perder los dientes ni quedarse calvo, embriagarse o hacer tonterías como toda la gente hace en esta vida. No sufrió la erosión, mientras que los otros sí”, compara.
Salgueiro Maia murió de cáncer en 1992. Está en un pedestal porque ya no está, cierto, pero también porque el 25 de abril protagonizó varios gestos heroicos como caminar hacia los tanques que le apuntaban y lograr que varios soldados cambiasen del bando de la dictadura al de la revolución. En la novela de Lídia Jorge se le identifica como Charlie 8. Ninguno de los seres reales, varios de ellos entrevistados por la escritora, aparece con su nombre.
“Hubo personas anónimas que hicieron la gran acción cívica de sus vidas y no son reconocidas. Y algunos militares que nunca dijeron ‘yo hice’ y que fueron actores fundamentales del cambio porque desobedecieron la orden de disparar”, observa Lídia Jorge. Portugal se enorgullece del 25 de abril, pero digiere con cierta pesadez el legado de sus protagonistas, como se ha visto tras el anuncio de que el presidente de la República, Marcelo Rebelo de Sousa, entregaría la Orden de la Libertad a los miembros de la junta de salvación nacional que asumieron el poder brevemente tras la renuncia del dictador Marcelo Caetano. Uno de los beneficiarios póstumos sería el general Spínola, que después de la Revolución de los Claveles dio un contragolpe reaccionario y fundó un movimiento de extrema derecha que cometió atentados. “Es un dilema que nunca tendrá buena solución”, sostiene Jorge, que desde 2021 pertenece al Consejo de Estado por invitación de Rebelo de Sousa. “Cuando pienso que el general publicó un libro, Portugal y el futuro, que estuvo en la base de la consciencia que llevó a mucha gente a adherirse a la revolución, pienso que merece un reconocimiento. Pero no hay que confundir todo y debe haber distintos tipos de reconocimientos. El general Spínola nunca arriesgó su vida mientras otros estuvieron en peligro de muerte”, contrasta.
El 25 de abril de 1974, Lídia Jorge, que se había licenciado en Filología Románica en la Universidad de Lisboa, daba clase en un instituto de Beira (Mozambique). “Tal vez fue uno de los momentos más felices de mi vida, fueron días magníficos, yo seguía lo que pasaba con la radio pegada a la oreja, se percibía que era una revolución porque la población se había implicado y reivindicaba para sí un papel transformador”, recuerda. El golpe no fue una sorpresa para la profesora Jorge, casada entonces con un militar destinado a las colonias africanas (el Portugal de ultramar, en terminología de la dictadura). “Había un deseo de los militares de cambio. Aquella guerra era contra la población africana y contra la portuguesa, era un engaño de la historia. Había otro grupo de militares que deseaban mantener las colonias y creían que aquello era una traición a la patria, pero felizmente yo estaba próxima a los oficiales que hicieron el cambio”.
“He abordado las dos caras del fin de los imperios: la culpa y el resentimiento”
Si la Revolución de los Claveles es el orgullo portugués, la guerra africana es el trauma. El país fue una de las últimas potencias coloniales europeas. Una historia ahora en revisión, aunque no se manifieste con violencia ni derribamiento de estatuas. “Somos un pueblo tímido, todo es profundo, pero poco exteriorizado. Existe un movimiento muy intenso de resentimiento por lo que ocurrió, que durará mucho tiempo”, plantea Jorge, que cita al filósofo Eduardo Lourenço para explicar la relación portuguesa con su pasado. “Él decía que tenemos un dolor fantasma, como cuando se corta un brazo y sigues sintiendo dolor. Hubo una amputación y hay una especie de dolor fantasma por ello. Yo tengo la idea de que la literatura, el arte y la historia han revisitado bien ese periodo, colocando una lente que trata de crear una justicia y mostrar cómo nuestro papel estaba ya fuera del tiempo. Cuando me preguntan dónde me inscribo como escritora, creo que pertenezco al grupo de escritores europeos que han abordado el fin de los imperios, que es algo con dos rostros: el de nuestra culpabilidad y el del resentimiento de los colonizados”.
La estirpe del remordimiento, según la escritora, se inaugura con El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, en 1902. “Él inicia un linaje de escritores europeos que analizan ese sentimiento de culpa. Arrepentimiento y perdón son sentimientos de dignidad y reconocimiento del otro. Me gustan mucho las palabras perdón, arrepentimiento y culpa, aunque los psicoanalistas las condenan por completo”, plantea.
Al acabar la entrevista en el salón donde se hizo escritora sin saber aún que sería escritora, muestra los retratos del bisabuelo culto y pobre y la abuela que tenía un cubo de zinc. También una fotografía donde su segundo marido, el periodista Carlos Albino Guerreiro, entrega al presidente Mário Soares la grabación original que sonó en Rádio Renascença la madrugada del 25 de abril de 1974. El periodista burló la censura para poder emitir Grândola, vila morena, la canción de José Afonso prohibida por la dictadura que hizo saber a los 5.000 soldados comprometidos con la sublevación que el plan iba adelante. Albino no tiene una condecoración por ello, pero es un memorable.
‘Los memorables’. Lídia Jorge. Traducción de María Jesús Fernández. La Umbría y la Solana, 2022. 382 páginas. 18,50 euros. La misma editorial ha publicado también ‘La costa de los murmullos’, ‘Los tiempos del esplendor’ y ‘Estuario’.
La escritura del presente
La llave de la Revolución. En la escritura de Lídia Jorge hay una pulsión cívica que acompaña la literaria. Su primer libro, El día de los prodigios, se publicó en 1980, seis años después de la revolución para fijar lo que ocurrió. Escrita con el pulso poético que es marca de la casa, narra el choque en una población sureña entre los vientos revolucionarios que llevan los militares y la cotidianidad atrasada y mágica de los habitantes de Vilamaninhos. El ensayista Eduardo Lourenço consideró que era “una novela-llave” para entender el 25 de Abril.
Ajuste de cuentas colonial. De su experiencia como profesora en Angola y Mozambique nació La costa de los murmullos (1988), llevada al cine por Margarida Cardoso y aclamada a nivel internacional. La novela fue pionera en la interpelación de la guerra colonial portuguesa vista por una mujer. Aunque el presente es su principal materia literaria, Jorge huye del rodillo de la novela histórica y se identifica con Joan Miró: “Él encontró un lenguaje artístico usando la mano izquierda aunque él era diestro, yo diría que no consigo escribir con la mano derecha. Es mi izquierda, esa parte no hábil que exige una alteración de la realidad, la que me hace escribir. Si yo fuese invitada a escribir de forma realista o histórica, no escribiría”.
Especulación al cine. Después de cinco años de pelea, la directora suiza Jeanne Waltz logró sacar adelante la adaptación cinematográfica de O vento Assobiando nas Gruas (2002), rodada en los alrededores de Tavira y a punto de estrenarse en Portugal. Una novela sobre la especulación del Algarve, la decadencia de las familias tradicionales y la convivencia con los emigrantes de antiguas colonias, que será publicada en España en 2023.
La deuda y la pandemia. El último libro publicado de Lídia Jorge es el poemario O libro das tréguas (2019). Ha escrito cuentos y teatro, pero es la novela el género que más ha explorado en una docena de títulos que han merecido premios en Portugal, España, Francia, Alemania e Italia. La que tiene entre manos cuenta el último año de la vida de una mujer y se llamará Misericordia. “Mi madre me pidió que escribiese un libro con ese título y voy a cumplir”.
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