La vida es poesía (la basura, también)

Las obras de Luis Alberto de Cuenca, Felipe Benítez Reyes, Julieta Valero, José Antonio Llera, Vicente Luis Mora o Sandra Santana destacan en las mesas de novedades de las librerías

Plásticos y otros desechos en el Mar Rojo.Andrey Nekrasov (Barcroft Media via Getty Images)

Decíamos ayer que la irrupción de la pandemia tuvo como efecto colateral que la poesía sufriera su propio estado de excepción. Más de dos años después de que la palabra positivo se haya convertido en una de las más negativas de nuestro vocabulario, nos hemos ido habituando a que la normalidad sea esto. Así, mientras la discusión política se enroca en el debate bizantino acerca de la pertinencia de las mascarillas en las aulas o en los parques, el ciudadano de a pie ha ido sustituyendo la desesperación (cuya naturaleza es pasajera) por la desesperanza (en la que uno se puede instalar como prime...

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Decíamos ayer que la irrupción de la pandemia tuvo como efecto colateral que la poesía sufriera su propio estado de excepción. Más de dos años después de que la palabra positivo se haya convertido en una de las más negativas de nuestro vocabulario, nos hemos ido habituando a que la normalidad sea esto. Así, mientras la discusión política se enroca en el debate bizantino acerca de la pertinencia de las mascarillas en las aulas o en los parques, el ciudadano de a pie ha ido sustituyendo la desesperación (cuya naturaleza es pasajera) por la desesperanza (en la que uno se puede instalar como primera residencia). La abulia de la segunda década del siglo XXI se parece a la desgana metafísica con la que canta C. Tangana, aunque con menos flow y más miedo en el cuerpo. Entretanto, la caída de las suscripciones a los paraísos digitales demuestra que la vida sigue, aunque no exactamente igual, y que la poesía no le va a la zaga.

Palabras de honor

La colección Palabra de Honor, de la editorial Visor, ha sumado dos títulos a su catálogo: Después del paraíso, de Luis Alberto de Cuenca, y Un mentido color, de Felipe Benítez Reyes. El primero supone el reencuentro con un Luis Alberto de Cuenca que sigue dinamitando las barricadas que separan la alta cultura de la cultura popular. En estas páginas se dan cita la fábula grecolatina, el esplín de Madrid, la albada provenzal, la ciencia ficción de baratillo y hasta los resabiados buscadores de internet. También hay mucho de virtuosismo manierista en una escritura capaz de desenvolverse con desparpajo en moldes estróficos que abarcan desde los barrotes carcelarios del haiku hasta la sal y la pimienta del epigrama, pasando por el soneto, la copla o la tirada eneasilábica (en ‘Eneasílabos’, una secuela en toda regla del celebrado ‘Ubi sunt?’ que se incluyó en El hacha y la rosa). Sin embargo, el juego formal no impide que percibamos un poso de amargura en aquellos textos que reflexionan sobre el aguijón del deseo, la emoción religiosa o la nostalgia edénica (y adánica) a la que remite el rótulo del volumen. No en vano, “en estos tiempos / de corrección política y de virus / chinos”, para el autor el único remedio pasa por refugiarse en la intimidad, el arte o el recuerdo. De esas tres dimensiones dan prueba ‘Recordando Macbeth’, donde la referencia cultural se troquela sobre el trasfondo de una remota función escolar, o ‘Parque del Buen Retiro (1656)’, una suerte de haiku velazqueño que sintetiza en tres trazos la historia de la pintura: “En el parterre / se dibuja la sombra / de una Menina”.

Si Luis Alberto de Cuenca camina por el filo de la elegía, Benítez Reyes acampa en ella desde la dedicatoria inicial de Un mentido color, que convoca a Ángel González, Caballero Bonald y Brines. En el libro comparecen los temas recurrentes del autor (el desdoblamiento de la identidad, el efecto ilusionista de la poesía, la suntuosa escenografía del vacío) junto a otros que no habían tenido tanto protagonismo en entregas anteriores, como la pincelada paisajística o la intemperie existencial. Desde el horizonte de los 60 años, Benítez Reyes recrea sucesivas metáforas de la fugacidad: jardines cerrados, una Venus hallada en las ruinas de Itálica o una Venecia crepuscular que recorre “el holograma fantasmagórico de Ezra Pound”. Por su parte, las preguntas eternas conducen a una profesión de fe en la incertidumbre: “Este vagar sin meta en torno a qué”, “Lo que habrá de venir es un quién sabe”. Entre el espejo y el caleidoscopio, la primera persona de Un mentido color se acoge con la misma devoción a los disfraces virtuales de Pessoa (véase ‘El tramo final de un jueves narrado por Bernardo Soares’) que al símil barroco que equipara la condición humana a un sueño o un parpadeo: “En el tiempo nos somos y no somos / sino una sucesión de irrealidades”.

Formas de la extrañeza

El ritmo de las publicaciones y la tiranía de los caracteres apenas permiten dar cuenta de otras aventuras que merecen un hueco en la mesa revuelta de las novedades. Por ejemplo, en Mitad, Julieta Valero continúa la pesquisa minimalista emprendida en libros previos para profundizar en una autobiografía refractaria a la cáscara de la anécdota: así, los víncu­los de la maternidad o el desgarrón de la ruptura amorosa se condensan mediante un lenguaje que no teme torcerle el cuello a la sintaxis para proponer una sutura entre la ternura y el daño (“No estar contigo la mitad de los días. / Un concepto impronunciable, / una vida que estamos amando ya”). La exploración en la corporalidad de Valero se tiñe de pinceladas expresionistas en los poemas en prosa de El hombre al que le zumban los oídos, de José Antonio Llera. He aquí un aquelarre goyesco del que da testimonio una mirada definida por el extrañamiento, tanto si se inspira en motivos pictóricos (Durero, Buñuel, Tarkovski) como si se proyecta en las celdas de un mundo anestesiado por el consumo y adicto al simulacro: “Mi madre se dio cuenta de que cuando era niño me ponía a mirar por una ventana que daba a un muro. Nada se veía, nadie pasaba, pero yo seguía mirando”.

Esa pulsión visual no es ajena a los intereses de Vicente Luis Mora, que en Mecánica recopila los sedimentos biológicos y los fundamentos físicos que convergen en la naturaleza humana. A partir de esta premisa, la página se erige en un laboratorio donde cabe todo (glosas y reescrituras, diagramas generativos, cronologías apresuradas), salvo la mímesis realista: “Dejemos el realismo atrás, / es la puerta del olvido”. Tampoco se atiene al código figurativo Sandra Santana, que en La parte blanda teje una tupida red simbólica que avanza desde el origen de la especie hasta la sociedad interconectada. Con una voz propia, la mayéutica de Santana agita los ritos cotidianos, la fragilidad de los seres y la vindicación ecologista para recordarnos que el futuro del planeta podría resumirse en “restos / de huesos, llanuras / de chatarra, / lagos de polímeros”.

Lecturas recomendadas

Después del paraíso 
Luis Alberto de Cuenca  
Visor, 2021 
184 páginas. 22 euros

Un mentido color 
Felipe Benítez Reyes  
Visor, 2021 
84 páginas. 20 euros

Mitad 
Julieta Valero  
Vaso Roto, 2021 
122 páginas. 20 euros

El hombre al que le zumban los oídos 
José Antonio Llera  
RIL, 2021 
68 páginas. 12 euros

Mecánica 
Vicente Luis Mora  
Hiperión, 2021 
96 páginas. 12 euros

La parte blanda 
Sandra Santana  
Pre-Textos, 2021 
58 páginas. 13 euros

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