‘La capacidad de amar del señor Königsberg’ o la vida milimétrica del hombre impasible
El protagonista de la novela de Juan Jacinto Muñoz-Rengel deglute la rutina con la perfección de los relojes ante la estupefacción de una sociedad que se prepara para el inminente apocalipsis
El señor Königsberg vive en Manhattan en contra del ruido y de la furia de la gran ciudad. La eficacia de su gestión del tiempo procede de la capacidad de hacer todo como ya lo hizo ayer mismo y siempre. Es como si cada segundo él se sintiera impelido a juntar, en silencio, sin dañarse los dedos, pequeños pedazos de vidrio de una existencia cuyo carácter extraordinario se basa en que no se mueva nada. No se mueve ni el amor, que mira pero que no cultiva, como si ahí también se hiciera un da...
El señor Königsberg vive en Manhattan en contra del ruido y de la furia de la gran ciudad. La eficacia de su gestión del tiempo procede de la capacidad de hacer todo como ya lo hizo ayer mismo y siempre. Es como si cada segundo él se sintiera impelido a juntar, en silencio, sin dañarse los dedos, pequeños pedazos de vidrio de una existencia cuyo carácter extraordinario se basa en que no se mueva nada. No se mueve ni el amor, que mira pero que no cultiva, como si ahí también se hiciera un daño al que es igual de indiferente.
En un momento determinado esta vida milimétrica se encuentra con un apocalipsis. El mundo se para y se va vaciando y comienza lo que para otros podría ser una tragedia y que para él es solo una nueva quietud. Lo que pasa es lo que siempre pasó, él deglute como rutina lo que otros temen como excepcional o peligroso. Ese ambiente que se parece al apocalipsis no es capaz de romper la perfección de los relojes que le acompañan a ser puntual como las estaciones y como la ruina.
Su pasividad es un gesto revolucionario en una sociedad que se apresta al desastre, que él afronta puntualmente. Como un cadáver vivo, él no espera nada, no exige nada, nada le hace sangre, nada interrumpe absolutamente nada, pero desata los nervios de quienes contemplan su desafío de normalidad como si su propia presencia fuera una piedra contra un espejo que él controla. Da igual que se desate la contienda mundial que amenaza la vida de los otros, lo importante es que llegue puntual al trabajo, en el que permanece como único baluarte de una civilización de la que podría ser, sin alharacas, el último testigo. Puede producirse esa contienda: él se impone como el último testigo.
Esa quietud de Königsberg excita el odio entre los que lo ven tan tranquilo, una piedra que ni siquiera hace círculos en un estanque que va a desbordarse. Quieto, impasible, este hombre rompe los nervios de quienes lo acompañan, viaja como si no tuviera suelo sino tiempo, y sobre él camina para hacerlo añicos y para recomponerlo a la vez minuciosamente. Su misión es seguir tranquilo, te dan ganas de romperle las canillas, hacerle cosquillas tal vez, arrancarle de cuajo las uñas, pero él resiste hasta convertirse en un monumento raro de la paciencia de vivir.
Könisgberg es la consecuencia de la programación de un maniático, un cumplidor del estilo Bartleby (el quieto de Melville asociado con la complejidad del género y otras incompatibilidades radicales) cuyas manías son monumentos a la quietud movible. La escritura con la que acompaña el autor este retrato evoca a Julio Cortázar o a otros latinoamericanos, como Borges, Onetti o Ribeyro, es meticulosa y tranquila, abraza la sintaxis como si ésta no fuera usada para el ruido o el daño, obedece a las leyes de las matemáticas y es tan perfecta como el universo que reclama el señor K para seguir viviendo como si fuera el que se despierta cucaracha y considera que ese es un destino ante el cual ha de mostrarse impasible. Ninguna de las novedades abocadas a la destrucción y a la ruina asalta el imperio creado por Königsberg, que desafía la rapidez de los segundos y llega puntual a las tareas en las que sobresale porque nada le importa excepto atender el imperio de la burocracia. Ni su madre, que le reprocha que sea así, logra atraerlo a la vida que los otros desarrollan con incidencias tan normales como la tendencia humana a la tardanza.
Una vida hipercontrolada que en un momento determinado se propone como la única esperanza de la humanidad. Nada está lejos de ser real en esta construcción melancólica del impasible perfecto.
La capacidad de amar del señor Königsberg
Autor: Juan Jacinto Muñoz-Rengel.
Editorial: AdN, 2021.
Formato: tapa blanda (200 páginas. 17,50 euros) y e-book (9,99 euros).
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