Para la alegre muchachada
Qué miedo da lo del metaverso de Zuckerberg, un empresario megaplutócrata cuyas nada disimuladas aspiraciones al liderazgo cultural global nunca me dieron buen rollo
No saben lo que me costó encontrar un título inclusivo para este Sillón de Orejas parcialmente dedicado a la literatura juvenil: lo de chi/cos/cas/ques no acababa de gustarme, de manera que me puse a buscar alternativas más adecuadas a la —llamémosla— nueva sensibilidad. Menos mal que la casualidad acudió en mi ayuda: visionando en la tele Scoop, una película de Woody Allen (2006) cuya banda sonora incluye una antigua versión orquestal de Adiós, muchachos, el célebre tango (1927) de Jul...
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1. Jóvenes
No saben lo que me costó encontrar un título inclusivo para este Sillón de Orejas parcialmente dedicado a la literatura juvenil: lo de chi/cos/cas/ques no acababa de gustarme, de manera que me puse a buscar alternativas más adecuadas a la —llamémosla— nueva sensibilidad. Menos mal que la casualidad acudió en mi ayuda: visionando en la tele Scoop, una película de Woody Allen (2006) cuya banda sonora incluye una antigua versión orquestal de Adiós, muchachos, el célebre tango (1927) de Julio César Sanders, recordé un par de versos de la letra crepuscular de César Vedani en los que se emplea el colectivo “muchachada” para designar a la barra de su dorada juventud. Reconozco que abomino del juvenilismo babeante del que hacen gala muchos medios y no pocos todólogos viejunos: se diría que cualquier cosa que hagan los jóvenes está bien o, al menos, es disculpable porque “todos fuimos jóvenes”, como si la edad temprana fuera sinónimo impepinable de liberalidad y compromiso y generosidad, y todos los que la padecen sintieran y pensaran igual. Miren: el otro día leyendo en The Guardian una columna de Greta Thunberg, una de las jóvenes más influyentes del planeta (Forbes), en la que la activista clamaba por el surgimiento de una especie de líder providencial (¿un cirujano de hierro?: ¡glup!) capaz de poner orden en el desastre medioambiental que nos lleva a la catástrofe, sentí que un ciempiés me recorría la columna vertebral. Y me acordé de nuevo de la lapidaria sentencia de Paul Nizan en Aden, Arabia (1931; lamentablemente agotado en español): “tenía veinte años, no dejaré decir a nadie que es la mejor edad de la vida”. En todo caso, los libros que aquí recomiendo están dedicados a lectores/as adolescentes, una categoría que a menudo descuido. A lo mejor les da alguna idea para regalar a sus jóvenes en la orgía de consumo que se inicia el Black Friday (26 noviembre) y terminará el 6 de enero, cuando casi todos los bolsillos estén exhaustos.
2. Mitologías
En realidad Leyendas griegas (Taschen, 30 euros), de Gustav Schwab (1792-1840), es un libro para todas las edades, uno de esos que los mercadotécnicos llamarían “producto crossover”. Su autor, filósofo, filólogo buen conocedor de las lenguas clásicas, y contemporáneo (y amigo) de Goethe y Von Chamisso, lo publicó entre 1838 y 1840. Su idea era facilitar a los jóvenes el conocimiento de la mitología clásica, un objetivo que consiguió sobradamente (su libro fue un best seller juvenil a lo largo del siglo XIX). Sus Leyendas griegas, que ya se habían publicado en castellano en diversas ediciones, lo constituyen 47 relatos (traducción de Francesc Payarols ya utilizada por RBA) en los que las peripecias de héroes y dioses se presentan con la expresividad y contundencia de modernos superhéroes. El volumen, que cuenta con ensayos introductorios de Michael Siebler, incluye magníficas ilustraciones de algunos de los más prominentes artistas de los movimientos prerrafaelita y Arts & Crafts, que constituyen por sí mismos un estupendo aliciente para hojearlo. Entre los 29 artistas de los que se ofrecen obras mitológicas me gustan especialmente los de Walter Crane, Arthur Rackham, Virginia Frances Sterrett, Newell Convers Wyeth, o John Flaxman. Para preliminares, guardas y viñetas interiores, los editores han contado también con el magnífico trabajo de Clifford Harper (1949, Chiswick, Londres), un dibujante y grabador anarquista, muy influenciado por Grosz y los expresionistas alemanes (conservo como oro en paño una de las potentes e inconfundibles litografías que diseñó para la Anarchist Bookfair de Londres de 1997). Si quieren que sus hijos adolescentes se diviertan y no olviden nunca la mitología griega, este es su libro. Y no se olviden de admirar sus ilustraciones.
3. Juego
En realidad, Político animal (Sexto Piso), de Juan Pablo Díaz Chorne y David de las Heras, es, más que un libro, un juego ilustrado (en ambos sentidos del término). Se trata de un artefacto con el que pueden (re)construirse miles de personajes y discursos combinando fragmentos del rostro y de opiniones de “egregios representantes de la clase dominante”. El modelo del libro, además de los bestiarios medievales, es el inolvidable Animalario universal del profesor Revillod, publicado por el FCE en 2003, de Miguel Murugarren, con excelentes dibujos en blanco y negro de Javier Sáez Castán, en el que se podían combinar secciones de distintos animales para formar una casi infinita galería de monstruos. En el de Sexto Piso, ilustrado a todo color, los “representantes de la clase dominante” son más bien previsibles, y lo cierto es que sus autores no se han tomado muchos riesgos, con lo que la sátira queda bastante diluida. Para empezar solo hay tres mujeres, y muchos de los políticos que salen ya están más que amortizados (Rato, Rajoy, Aznar, Berlusconi, etcétera). Aun así, el juego puede ser entretenido. A mí me salió un monstruo compuesto con la cabeza del emérito, ojos y nariz de Kim Kardashian y barba de Abascal. La verdad es que no me resultó más horrendo que la mayoría de los que veo cada día en la tele.
4. Metaversos
Qué miedo da lo del metaverso de Zuckerberg, un empresario megaplutócrata cuyas nada disimuladas aspiraciones al liderazgo cultural global nunca me dieron buen rollo. A mí eso de experimentar realidades virtuales para mejorar nuestra realidad me recuerda la odisea del pobre proletario de la construcción Douglas Quaid (Schwarzenegger), que en Desafío total (Verhoeven, 1990) acude a la empresa Memory Call para que implanten falsos recuerdos más apasionantes que los verdaderos. Luego, como todos saben, todo acabó como el rosario de la aurora, en la “zona roja” de Marte. Y, encima, el pobre Quaid se quedó hasta sin su falsa esposa, Sharon Stone, que era lo mejor de su alienada existencia.
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