Desamparados como perros: los animales en la literatura latinoamericana
De Fernando Vallejo a Arelis Uribe, pasando por Alejandra Costamagna, muchos autores recurren a las mascotas para hablar de la indefensión
No solo sus características físicas convierten a los rottweiler en animales peligrosos; los dos que tiene enjaulados frente a él mataron a una mujer unos días atrás, pero el comisario Wenceslao Pérez Chanán intuye que hay algo más en el aumento de los ataques de perros a personas de las últimas semanas: cuando les silba, los dos rottweiler mueven lo que les queda de rabo; como le dice el responsable de sacrificarlos, un momento antes de que Pérez Chanán decida darles el “beneficio de la duda”, “la violencia brutal es exclusiva de nosotros, los humanos”.
En los últimos meses, varios libr...
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No solo sus características físicas convierten a los rottweiler en animales peligrosos; los dos que tiene enjaulados frente a él mataron a una mujer unos días atrás, pero el comisario Wenceslao Pérez Chanán intuye que hay algo más en el aumento de los ataques de perros a personas de las últimas semanas: cuando les silba, los dos rottweiler mueven lo que les queda de rabo; como le dice el responsable de sacrificarlos, un momento antes de que Pérez Chanán decida darles el “beneficio de la duda”, “la violencia brutal es exclusiva de nosotros, los humanos”.
En los últimos meses, varios libros han abordado en América Latina la cuestión de nuestro vínculo con los animales, al tiempo que indagaban en ella exhibiciones artísticas en Liverpool y Nueva York y autores como Richard David Precht, Frans de Waal, Charles Foster y Anne Simon. Está de perros, del guatemalteco Francisco Alejandro Méndez (1964), se subtitula ‘Un caso peludo para el comisario Wenceslao Pérez Chanán’ y repite protagonista de otros libros de su autor como Juego de muñecas y Si Dios me quita la vida; a Pérez Chanán le gustan las canciones del gran cantante puertorriqueño Héctor Lavoe y el tequila Predilecto, y quizás sea el primer maya quiché del género negro.
Ningún caso policiaco está por completo aislado del flujo de los acontecimientos ni constituye, en el fondo, una excepción a la regla, y esto (además de los perros) es lo que vincula la novela de Méndez con libros recientes como Dame pan y llámame perro, de Nicolás Poblete (Santiago de Chile, 1971), en el que una joven muere despedazada por una jauría en una cueva al suroeste de la capital: el caso es real y, en palabras de los editores, permite a Poblete “introducirnos en las múltiples caras de la perversidad normalizada, los acomodos de la moral, los prejuicios [y] la pobreza” como lo hacía, unos años antes, Quiltras (2016), de Arelis Uribe.
Los quiltros son parte del paisaje de toda ciudad latinoamericana, pero solo reciben ese nombre en Chile y en Bolivia, donde abundan: son los perros callejeros, desprovistos de refugio, de vínculos, de prosapia, que vagabundean, acompañan al caminante algunas calles, mendigan, son atropellados por los automóviles, torturados por los adolescentes, gaseados por las autoridades; son todo aquello de cuya existencia no nos responsabilizamos y cuya muerte nos deja indiferentes. Uribe (Santiago de Chile, 1987) vio en ellos una metáfora a la espera de alguien con su talento y sus convicciones, y así los siete cuentos que componen Quiltras otorgan voz a mujeres pobres que no conocen más que el desamparo, la violencia y un paisaje, el de las regiones y comunas más pobres de Chile, que la literatura de ese país desatendió hasta tiempos recientes, centrada como pareció estar durante décadas en la expresión de la sentimentalidad de sus clases altas.
Ni un poco de esa sentimentalidad asoma, afortunadamente, en Catechi, que también es un quiltro, o más bien todos ellos, así como los lobos que lo precedieron y los humanos que los “domesticaron”: guía a su dueño por las calles cuando este sale a beber, lo acompaña en sus paseos, lame sus heridas, le ofrece un espejo que lo succiona. “Este perro soy yo, este perro somos nosotros, todos somos este perro”, escribe Cristian Geisse (1977); para reforzar la idea de que el vínculo entre su narrador y el perro es parte de un todo mayor, Geisse incluye en Catechi fragmentos de Flush, de Virginia Woolf, y Corazón de perro, de Mijaíl Bulgákov, a los que podrían haberse sumado el “coloquio” cervantino, los “poemas de perros” de Francesco Marciuliano, la Tulip de J. R. Ackerley, los libros de J. M. Coetzee, los poemas de Gertrud Korman y textos de la literatura latinoamericana reciente como Perros héroes, de Mario Bellatin (2003), y Animales domésticos, de Alejandra Costamagna (2011); los poemas de Los animales por dentro, de Pablo Paredes (2020), y las diatribas de Fernando Vallejo en ‘Mi otro prójimo’ y otros lugares; sin embargo, su novela no necesitaba voces distintas a las de su autor para dar cuenta del hecho de que nuestro vínculo con los animales es uno de los problemas más importantes de la actualidad; como pone de manifiesto Los filósofos ante los animales, la “historia filosófica de los animales” coordinada por Leticia Flores Farfán y Jorge E. Linares Salgado que Almadía y la UNAM publicaron recientemente, la “cuestión animal” recorre toda la historia del pensamiento, pero su discusión se ha visto intensificada en los últimos años cuando incluso los más reacios a ello tuvieron que comenzar a aceptar que, por una parte, nuestra historia con los animales es una historia de maltrato y violencia, y, por otra, que los límites entre ellos y nosotros que constituimos históricamente para protegernos de la realidad de esa violencia carecen de otro fundamento que no sea el ideológico.
No en vano, la distopía que el chileno Pablo Toro (1983) imagina en Safari, su primera novela, avanza desde la historia de un mercenario estadounidense en Bagdad que se ha vuelto adicto a matar camellos con sus propias manos hasta un futuro en el que la caza de humanos “indeseables” es carne de reality show; que ese tránsito pase además por un colegio británico de Santiago en los días previos y posteriores a la muerte de Augusto Pinochet da muestra de la ambición del autor, así como de sus intenciones. Safari no es del todo verosímil, pero su inverosimilitud es calculada y su mensaje resulta claro: dadas ciertas circunstancias no del todo infrecuentes, no hay muchas diferencias entre la concepción de personas y animales como insumos y la de su aniquilación como forma de entretenimiento.
Los animales constituyen el recurso al que más frecuentemente parecen apelar los escritores latinoamericanos contemporáneos para hablar de un desamparo y una indefensión que nos vinculan con ellos más de lo que desearíamos; singularizada en personajes y circunstancias específicas, pero estructural en su naturaleza, la violencia que sufren los animales en estas novelas no es distinta de la que unas personas ejercen sobre otras, pero también contra seres que, a diferencia de ellas, nunca han pretendido ejercer su potestad sobre el medio físico y otras formas de vida. Y las palomas de Teoría del ojo, de Rolando Martínez (Arica, 1979), no son ajenas a ello: sobrevuelan los campos devastados por la guerra y los desastres naturales, transportan noticias y dosis de ketamina, y se asocian en la memoria con la figura de Pinochet, la muerte del sacerdote católico André Jarlán, el paso del cometa Halley (“Cometa, hermano / llévate al tirano / corean rumbo a Plaza Italia nublada / por un bosque de milicos”), el paisaje del norte de Chile y la historia de aquel “criador enfermo terminal / que regalaba sus palomas / y a los pocos días / las veía regresar”. De las 17.000 mensajeras utilizadas durante la II Guerra Mundial, “solo una de cada ocho / regresó”, escribe Martínez; bajo la mirada de los pájaros, “la extensión de una ciudad / es también su desplome”.
Catechi
Montacerdos, 2018
133 páginas, 21 euros
Quiltras
Editorial: Tránsito, 2019.
Formato: 108 páginas, 14,90 euros.
Está de perros
Uruk, 2021
204 páginas
Safari
Montacerdos, 2021
300 páginas
Teoría del ojo
Alquimia, 2020
70 páginas
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