¿Estamos, a pesar de la pandemia, en el mejor de los mundos posibles?
En la novela ‘Kraft’, el filósofo Jonas Lüscher plantea cuestiones como que el mal es causa necesaria (aunque insuficiente) para que haya bien, entendido este como evolución, satisfacción y cooperación
Hagamos un experimento filosófico. Imaginemos que un filántropo elige una peculiar y atípica manera de contribuir a la salida de la actual crisis sanitaria y económica. Decide hacerlo propiciando convencer a sus conciudadanos de que esta catástrofe constituye un mal solo en apariencia y que, vista desde una óptica plenamente racional, la presente calamidad va a significar un bien para la sociedad.
Convoca, para ello, un concurso televisivo dotado de un millón de euros en el que, a diferencia de un Got Talent o MasterChef, los finalistas deben argumentar una versión actual ...
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Hagamos un experimento filosófico. Imaginemos que un filántropo elige una peculiar y atípica manera de contribuir a la salida de la actual crisis sanitaria y económica. Decide hacerlo propiciando convencer a sus conciudadanos de que esta catástrofe constituye un mal solo en apariencia y que, vista desde una óptica plenamente racional, la presente calamidad va a significar un bien para la sociedad.
Convoca, para ello, un concurso televisivo dotado de un millón de euros en el que, a diferencia de un Got Talent o MasterChef, los finalistas deben argumentar una versión actual de la tesis panglosiana más fuerte.
La única condición puesta por el mecenas benefactor es que los finalistas no deben remitirse a las virtudes que encierra el caso concreto de la crisis actual, sino que deben seguir una estrategia general, esto es, elevarse al tercer grado de abstracción, propio del mejor pensamiento filosófico, y demostrar racionalmente, durante 18 minutos en prime time, la verdad del célebre adagio de Alexander Pope; una variación, a su vez, del miltoniano paraíso recobrado; convenientemente actualizado rezaría así: “Todo lo que hay es bueno y puede aún ser mejorado por nosotros”.
Sería, ciertamente, una peculiar contribución a la recuperación emocional y social que necesitamos; no sería mediante la financiación de vacunas o la compra de respiradores o la creación de puestos de trabajo, sino mediante la elevación adrenalínica del estado de ánimo de buena parte de la ciudadanía: infundir optimismo desbordante y esperanza reactivadora. Para que ello fuera posible, tal breve intervención televisiva debería ser fuertemente persuasiva: racional y seductora a un tiempo. Jonas Lüscher, uno de los mejores filósofos europeos actuales, plantea este experimento en una sugerente novela que ha publicado Vegueta Ediciones, Kraft, que ha merecido el Premio Nacional de Literatura de Suiza, y ha sido finalista del premio homólogo en Alemania. El protagonista de la historia responde así a este reto filosófico: por muy calamitosas que sean las crisis; por mucha maldad que haya en el mundo; por gran miedo, sufrimiento, dolor y muerte que provoquen las adversidades; y por nefasta que sea la gestión política de estas, nuestro mundo es bueno y va hacia mejor. ¿Por qué? Porque ningún mal es malo en sí. El mal, si es necesario para que haya bien, es bueno. Y es, ciertamente, necesario por cuanto la afirmación “el mal existe” es —dicho en términos de lógica modal— verdadera en todos los mundos posibles: tanto en las utopías políticas y sociales que seamos capaces de idear racionalmente; como en los multiversos cuánticos que son ciertamente posibles; como en cualquier creación artística o literaria que podamos ingeniar.
Un mundo en el que no haya mal, dolor ni sufrimiento, un mundo poshumanista donde no se dé la enfermedad, vejez o muerte, sería un mundo peor que el nuestro
Pero ¿cómo sabemos que esa afirmación es verdadera en todos los mundos posibles? Para Kraft, el concursante protagonista de esta divertida e intrigante novela de Lüscher (que no para su propio autor) está claro. Un mundo en el que no haya mal, dolor ni sufrimiento, un mundo poshumanista donde no se dé la enfermedad, vejez o muerte, sería un mundo peor que el nuestro por cuanto, visto de forma holística y racional, el mal es causa necesaria (aunque insuficiente) para que haya bien, donde por bien debemos entender una tríada: evolución (es decir, progreso o aumento progresivo del grado de bienestar), satisfacción (es decir, sensación de bien) y cooperación (es decir, procurar el bien a los demás), pues, como dice Jeremy Rifkin, en el paraíso no puede darse la empatía.
La estrategia es descarada pero fecunda y sugerentemente utilitarista: para medir el bien y el mal hay que hacerlo siempre de forma total e integral. El sufrimiento y el mal parcial, fragmentario y local de un número de personas o grupos de personas, o de un número de animales y seres vivos, no expresa la cantidad o grado real de la ausencia de ese triple bien. El indicador racional de tal medida es el número total de personas y seres vivos que gozan de bien, la cantidad de bien que sincrónicamente existe y la progresión diacrónica en el surgimiento del bien.
Formula, además, una tecnodicea: la técnica propicia a cada vez mayor número de personas cada vez más cantidad de bienestar, salud y longevidad. A pesar de todos sus males colaterales, la técnica es, en su conjunto, siempre un bien. Y lo muestra con un ejemplo sorprendente: muchos expertos ucronistas calculan que si no se hubiera inventado y usado la bomba atómica, una tercera guerra mundial hubiera estallado entre 1978 y 1982 con armas convencionales. Se calcula que, en tal escenario, la cifra de muertos se hubiera acercado a los 700 millones de personas. Teniendo en cuenta que la bomba atómica ha matado a unas 300.000 personas, la cifra total de vidas que ella ha salvado supera los 695 millones.
Arash Arjomandi es filósofo y profesor de la EUSS-School of Engineering de la UAB.
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